Crónicas del Coronavirus: En un día de despedidas, por José Luis Mozo
Aportar mi participación en un
cuaderno para mí tan entrañable como el Eco de la Torre, precisamente en un
momento en el que estoy cerrando años de vida empresarial en la sanidad
murciana, me produce una emoción especial. Quedan atrás muchos recuerdos,
muchos y buenos amigos y colaboradores (con los que espero poder continuar), la
satisfacción de haber atendido a la salud de la población de la Vega Media
desde un centro tan eficiente, reconocido y laureado como el hospital de Molina
de Segura, y la seguridad de que esa atención va a continuar en las mejores
manos, tras haberse hecho cargo del mismo una de las más acreditadas
multinacionales del sector.
Durante todas mis colaboraciones en
el Eco he sostenido un tema casi monográfico, la actual pandemia, que empieza a
ser un tema agotado. Por más que la rentabilísima política del miedo (llámese
delta, reinfección o como se llame) quiera mantenerse, la presión hospitalaria
está lejos de ser la que ha sido y los complejos indicadores modernos se niegan
a ser reemplazados por uno tan sencillo y elocuente como el índice de mortandad.
¿Será que hay que comenzar a retomar otros muchos problemas apartados o
manipulados? El pasado mayo, una figura tan señera del gobierno como Carmen
Calvo se dejó decir que era hora de pensar en los empresarios y en el empleo.
Hoy ya es menos señera y, desde luego, mucho menos del gobierno. Parece que la
política tiene prioridades que no se pueden ni mencionar.
Precisamente, me he enfrentado
durante este largo año al protagonismo de la política en la crisis sanitaria,
por considerarlo nefasto. Desde el principio reclamé el liderazgo para
investigadores y asistentes sanitarios, y no para esos supuestos expertos que
no existían y que repetían partes oficiales (políticos) mientras los sanitarios
iban dejando su salud e incluso su vida en una asistencia desesperada y
huérfana de medios, que encima se iban despreciando (caso de la hospitalización
privada) en vez de reclamar su participación. Cabría preguntarse si la presión
que las demandas de prejubilaciones médicas están hoy ejerciendo sobre el
sistema de salud no asientan base en este liderazgo de mediocres.
Sabemos que el virus sólo conoce dos
puertas de salida: la vacuna y el contagio. Los anti-vacuna lo tienen fácil:
contágiense de una vez y dejen de calentarnos la cabeza. Para los demás, menos
alharacas triunfalistas y más vacunas completas. No existe ninguna razón sólida
para no pensar que una gran mayoría de la población (menos la vacunación
infantil, que no estaba prevista) no pudieran tener concluidas ya sus
vacunaciones, de haberse hecho las cosas bien desde el principio. Y sin que
ello excluya medidas de prudencia. La prudencia es siempre recomendable, el
medio es siempre detestable y esclavizador.
Hubo un tiempo en el que no poder
comer carne era signo de pobreza. No tener energía eléctrica o no poder pagarla
era signo de pobreza. No poder viajar era signo de pobreza. No empezar a
percibir una pensión vitalicia (por modesta que fuese) a los 65 años era signo
de pobreza. Y muchos medios de comunicación, aherrojados por la censura, hacían
encaje de bolillos para poder contarle las verdades al pueblo. Hoy, todas estas
carencias son cacareadas como progreso por una banda de mediocres encumbrados
(que, desde luego, no las padecen) y a algunos medios no les pesa la censura
sino un suculento pesebre al que se aferran como tripas agradecidas que son.
“Cuando veas que el dinero que
ganaste con tu esfuerzo te es arrebatado y entregado a los que no se esforzaron
nunca, empieza a pensar que tu sociedad ha entrado en periodo de extinción”.
Más o menos, porque la traducción es muy libre, ya que entre los supuestos
autores aparecen idiomas y personalidades muy diversas, desde Ayn Rand a Nikita
Khrushchev (¡vaya, los dos hablaban ruso!). Puede que la mayoría de esos
múltiples y supuestos autores sean falsos, sino todos, y realmente su origen
venga de un desconocido. Pero la frase quedó ahí, como señal de alarma ante la
llegada de la mediocridad. El siglo que profetizó el letrista porteño Santos Discépolo
se ha echado encima, aunque con algunos años de retraso. Somos uno de los tres
líderes (con Japón y Suiza) que encabezamos a los países del mundo en esperanza
de vida, y algún bobo pretende darnos lecciones de vida sana y sistemas de
salud. Los burros se igualan a los profesores. Y no se ven destellos en el
fondo de este túnel.
¿O se ve alguno?
Las recientes elecciones regionales
de Madrid crearon un cierto clima de “cambio que viene” en el escenario
político. Ya desde antes de celebrarse, me atreví a escribir que no había nada
de extrapolable en lo que pudiera salir de Madrid con respecto a unas futuras
elecciones generales. Sobre todo, porque entre las muchas virtudes de nuestro
pueblo no está la memoria, que puede manipularse. Pero hubo un detalle que
merece ser destacado: el giro en la conducta de la inmigración nacionalizada,
aquéllos que fueron traídos para engordar el saco electoral de determinados
sectores (en cierto modo, negocio de tráfico humano con el sistema de
autocompra) y que ahora parecen mirar más allá.
La clave del éxito de la mediocridad
está en destruir la educación. Una educación condicionada y radicalizada,
siempre con el miedo en el horizonte, en la que la libertad no sea un valor.
Así se fabrican esclavos mentales clónicos. Pero si estas gentes que llegaron de
lejos (principalmente de Hispanoamérica) empiezan a demostrarnos que no
vinieron buscando subsidios ni caridades, sino una sociedad abierta en la que puedan
desarrollar su trabajo y fabricarse con su esfuerzo una vida mejor, se
producirá un encuentro con aquéllos que luchamos por abrir a la libertad
espacios que antaño no tenía. Y ya no será tan fácil envenenar a los niños con
necedades vestidas de un progreso fingido que nos devuelva a la era de las
cavernas, y la aversión que contra ello tienen muchos buenos y mal pagados
pedagogos se hará sentir.
La libertad no puede ser moneda de
cambio. Sin libertad, el hombre no es nada. Ella es la fuente de perenne gloria
que dignifica el corazón humano y engrandece esta vida transitoria, con permiso
de don Gaspar (Núñez de Arce).
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