Rincón de la lectura: Javier Reverte (y II), por Andrés Pérez García
(continuación)
La civilización griega comienza en las
llanuras y en las costas de Argos y en la isla de Creta, allá por los 1800 años
antes de Cristo, con las emigraciones del norte. Aqueos es el primer pueblo que
llega a Tesalia y se instala en el Peloponeso y su rey Atreo funda Micenas,
cuna de la fuerza y esplendor de Grecia; es la primera potencia marítima siendo
Agamenón y Orestes sus últimos dioses, también en aquel tiempo florece Esparta,
cuyo rey Menelao era esposo de Helena, que con su huida con Paris provoca la
guerra de Troya. Pero los aqueos no eran solamente guerreros sino virtuosos
visionarios que supieron ver el mundo de forma especial y de diseñar los
valores del hombre, aspectos que han influido grandemente hasta nosotros. En
los tiempos de Pericles volvió a surgir el espíritu aqueo en el alma jonia que
llevó a Atenas a su máximo esplendor en la política, en el pensamiento y en las
artes.
Nos habla de las virtudes que tenía que
poseer el caballero griego y nos sigue contando que la areté de
Aquiles se cifra en el heroísmo en el combate; la de Ulises era en la capacidad
para engañar. Aclara que los conceptos morales de los griegos no se parecían en
nada a los nuestros, que sus dioses no eran buenos ni justos como lo es el dios
cristiano, sino infinitamente malignos e infinitamente caprichosos. En los
aqueos, el culto al valor y al heroísmo estaba por encima de otros; era el
deber lo que tenía que seguir su conducta. Todo ello trajo que el ideal aqueo
fuese únicamente la gloria y la fama, alumbrando un ideal propiamente estético.
Habla que hay que ser bello para ser noble. Esta idea fue transmitida por
Homero primero y por Platón y Aristóteles después, recogida por Alejandro Magno
y llegando hasta nuestros días: “¡Más vale morir de pie que vivir de
rodillas!” gritaba la Pasionaria en el Madrid cercado por el fascismo. “Un
hombre puede ser destruido, pero no derrotado”, escribía Hemingway. Don
Quijote ambicionaba lograr la fama máxima en la más grande de las batallas.
Si Homero educó a Grecia y Grecia al mundo,
no es descabellado pensar que en todos nosotros hay algo homérico comenta
Reverte. Sigue contando la historia de Micenas, pero se va empujado por la
corriente de turistas que sólo quieren fotografías y recuerdos. Allí en esos
lugares tan pequeños ve uno la importancia de la palabra tan magistralmente
expuesta por el poeta y que hace nacer la literatura, la fábula oral es contada
por la palabra escrita. Nace así la Literatura.
Cuánto he disfrutado con esta colosal obra
escrita de manera sencilla y comprensible, además de amena, que ha elevado mi
alma a una emotividad muy intensa, llevado mi espíritu a vivir, con todos sus
detalles, aquellos momentos helénicos. Deslumbrantes han sido los relatos de la
batalla de Maratón y, sobre todo, del gobierno de Pericles en Atenas y la
construcción del Partenón con su bella proporcionalidad lo mirases desde donde
lo mirases.
No sé si Reverte era un gran conocedor de
todo lo griego, que lo es, pero su fácil y completa pluma sabe transmitir a
nuestro ser la gran virtud griega: la estética y la ética de las cosas y de los
asuntos.
Pienso que si donde ahora reside nuestro
insigne narrador se mueve de la manera que lo hizo cuando estaba entre
nosotros, será una inmensa felicidad para los que estén junto a él.
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