sábado, 31 de julio de 2021

ECO.61 Salud pública

Salud pública, por Sonia Petisco

Esto es un llamamiento a dejar de mentir.

Que es dejar de matar.

No se puede sacrificar la vida por salvar la vida.

No hay ninguna pandemia. No hay más pandemia que la fabricada por la declaración de pandemia, por la información sobre la pandemia, por la barahúnda de nuevas imposiciones establecidas a cuenta de la pandemia.

Creemos en la pandemia sólo por la televisión y demás medios de formación de masas.

Sólo por ellos: todos los casos de enfermos y de muertos que conozcamos de primera o segunda o tercera mano, todas las experiencias de médicos y enfermeros que conocemos nosotros o nuestros allegados, no prueban nada más que la imposición de la fe en el virus y el establecimiento de nuevas imposiciones y prohibiciones. Los médicos y enfermeros son personas normales que creen como los demás lo que les dice la tele e interpretan lo que ven a partir de ese conocimiento adquirido de los medios.

Si pasado mañana los medios dijeran que una tasa de incidencia acumulada de 100 casos por 100.000 habitantes es motivo para establecer confinamientos, toques de queda, prohibiciones de reunión y movimiento, lo creeríamos. Si dijeran lo contrario: que una tasa de incidencia acumulada de 100 casos por 100.000 habitantes es una cifra esperanzadora que muestra que se está venciendo al virus y que permite relajar las restricciones, también lo creeríamos.

Y si dijeran que había sido todo una equivocación, también lo creeríamos. Sobre todo si además dijeran que la equivocación ha sido promovida por intereses políticos y económicos.

Lo creeríamos. Porque ésa es nuestra fe. Lo que sabemos del mundo viene sólo de ahí, y ahí no hay más saber que el adoctrinamiento y la propaganda.

El virus se propaga por la tele (por la radio, por la prensa, por internet, por las conversaciones invadidas por el virus televisivo).

La organización anti-covid ha matado a la gente, ha matado a los viejos en las residencias, de maltrato y abandono, y eso lo sabemos todos, los creyentes en la tele y su virus y los más desconfiados en teles y virus. Ha matado en las residencias, en los hospitales y en las casas, y sigue matando, en todos los sentidos que queráis darle a la palabra ‘matar’.

Como la pandemia iba a ser tan mala y tan mortal, había que evitar ante todo la propagación: no la enfermedad y la muerte; evitar la enfermedad y la muerte concretas de los casos concretos era, y es todavía, secundario, por la siguiente lógica (que se desprende de todos los documentos oficiales): como el virus es tan malo, tan contagioso y tan mortal, si por evitar el contagio se pierde alguna vida, valdrá la pena, porque el contagio provocará siempre más casos y más muertes que los producidos por evitarlo. Se trata de sacrificar la vida y la salud presentes por el alto fin de evitar la enfermedad y la muerte futuras. Sacrificar la salud concreta del caso concreto que se tiene delante por salvar esa abstracción que es la salud pública. Esta teoría y práctica pandémica, que no sé si en algún sitio estará dicha así de claramente, ha estado funcionando en todas partes, pero sobre todo en los hospitales y las residencias, regidos por protocolos basados en ese cálculo.

No vamos a decir que es mala táctica, no señor: antes al contrario, vamos a imaginarnos que es una táctica tremendamente eficaz, o —¿por qué no?— totalmente eficaz: se producirían entonces sólo las muertes necesarias para evitar el contagio. Podemos pues aplaudir a las autoridades sanitarias y sus compinches, en la sospecha de que eso es precisamente lo que ha pasado: que los muertos producidos por la pandemia son precisamente los sacrificados a la causa de la salud pública y no otros.

¿Qué estamos dispuestos a sacrificar para evitar el mal mayor de la propagación de una enfermedad muy mala y muy contagiosa y muy mortal? El respirar libremente, por ejemplo. El moverse y tratarse libre y tranquilamente. La libertad sin más. Los medios de vida de mucha gente. La salud y la vida de todos los que los sistemas de salud han decidido no atender porque la pandemia era prioritaria (era prioritaria porque si no produciría muchas más muertes que las producidas por hacerla prioritaria). La salud de los que han desarrollado dolencias debidas a las medidas anti-covid. Hasta aquí digo sólo verdades oficiales, conocidas por todos y aceptadas por una gran mayoría con una frialdad y un fervor espeluznantes. La pandemia es tan mala que tenemos que hacer todos esos sacrificios porque si no sería peor. Voy a seguir con cosas oficiales no conocidas por todos porque no se han dicho tan claramente. Los protocolos de los hospitales consisten en tratar a los pacientes lo mínimo posible y con el personal mínimo por evitar los contagios; consisten también en hacer tratamientos más agresivos y descartar tratamientos que lo son menos por evitar los contagios. En estas órdenes está implícito que no se va a dar a los enfermos el mejor tratamiento posible, que no se va a intentar curarlos o salvarlos ante todo, porque curarlos o salvarlos es secundario con respecto al fin más alto de evitar la propagación. Algunos cuya vida se podría salvar en condiciones normales no pueden salvarse por evitar la propagación. Está implícito, pues, que hay que sacrificar algunas vidas por salvar otras.

Hay un detalle que hasta ahora me he saltado por hacer más fácil el razonamiento. Ahora que, creo, se ha entendido la frialdad de la táctica de sacrificar la vida y las vidas concretas en el altar abstracto de la salud pública debido a lo mala, lo contagiosa y lo mortal que es la pandemia, queda ya sólo añadir que este sacrificio no se hacía por lo mala, lo contagiosa y lo mortal que es la pandemia, sino sólo por si acaso la pandemia era tan mala, tan contagiosa y tan mortal. He tenido que dejarlo para el final porque si no nos habría costado demasiado seguir la lógica pandémica: pero ahora ya estamos preparados para seguir el razonamiento: vale la pena sacrificar unas cuantas vidas y la vida en general por si acaso la pandemia fuera tan grave que mereciera la pena hacer tal sacrificio.

Esto, según los datos e informes oficiales. Ya sabéis por otro lado que hay muchos que niegan que sea tan grave. Los llaman negacionistas. ¿De qué? De algo que al parecer oficialmente nunca se ha afirmado.


4 comentarios:

  1. Tras leer el boletín, me ha sorprendido tristemente encontrar el artículo titulado Salud Pública escrito por Sonia Petisco; una publicación que no solo carece de rigor científico y de calidad informativa, sino también que alimenta la desinformación.

    Entiendo que este boletín está conformado por personas con muy buena voluntad y con un espíritu crítico muy acuciante. Es digno de alabar la labor que realizáis y el esfuerzo que invertís en esta publicación. Precisamente por eso me resulta llamativo que hayáis permitido ensuciar, en este caso, la labor que realizáis con este tipo de artículos. No hay cabida, en los momentos de pandemia que todavía vivimos, para pensamientos que critiquen y duden de la existencia del virus. Es cierto que, en los artículos de opinión, se debe respetar la libertad de expresión del autor del texto; pero, en este caso, la autora, sin utilizar fuentes o referencias que amparen y justifiquen sus afirmaciones, falsea la información y comparte bulos –todos ellos ya verificados por la Ciencia–. Esto se traduce, irremediablemente, en que el boletín El eco de la torre también miente y contribuye a la desinformación.

    No sé si a sus lectores, como me ha ocurrido a mí, tras perder a algún familiar o amigo por el coronavirus, les ha entusiasmado leer las palabras de Petisco. Tampoco sé qué opinarán de esto los negocios locales que patrocinan este boletín, ya que es inaceptable que una asociación que aboga por el ocio saludable, la cultura y el entretenimiento, como ustedes, de voz a una persona que ya, en los primeros párrafos de su escrito afirma, en negrita y con letra clara, que “no hay ninguna pandemia”; o que termine su alegato diciendo que no se les puede llamar negacionistas porque el virus nunca ha existido: “Los llaman negacionistas. ¿De qué? De algo que al parecer oficialmente nunca se ha afirmado”.

    Con esto, les pido, por favor, que tengan cuidado con lo que publican. No saben quiénes pueden leer esta información y creer en ella. Las repercusiones que tienen los bulos, sobre todo, aquellos relacionados con la salud, sobre la gente son muy preocupantes. Si esta Asociación está de acuerdo con las palabras de esta autora, sean conscientes de que hacen un flaco favor a la imagen de La Azohía, Isla Plana y Mazarrón.

    Con todo, reitero mis felicitaciones por el esfuerzo y el empeño que dedican a este boletín.

    Un saludo,

    Marta Pérez Escolar


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    1. Me encontraba ayer por la tarde en trance de redactar algunas reflexiones más acerca de la Dictadura Sanitaria que venimos padeciendo en estos días, cuando tristemente me llega por las ondas electrónicas el eco de un comentario altamente duro y descalificador que nos envía a todos Marta Pérez Escolar en respuesta al breve artículo que redacté para el último número 61 de El Eco de la Torre (“Salud Pública”) pasando por alto la máxima “no juzguéis y no seréis juzgados”.

      No voy a detenerme demasiado en los despiadados juicios de valor que esta ilustre señora arroja sobre la autora que subscribe estas líneas y sobre su reciente escrito, y no lo voy a hacer porque intuyo que lo verdaderamente importante cuando uno piensa o escribe algo no es “la persona de uno“ (su máscara, su disfraz) sino “aquello que se dice”, aquello que habla por boca de uno y que no es uno, que no es su persona (algo así como “Logos” o Conciencia del mundo que va más allá de lo puramente personal o idiótico).

      Lo primero que tenemos que aclarar es que aquí no tratamos de expresar opiniones personales o particulares ( para eso ya están los políticos, los teólogos, los científicos y filosofantes que a todas horas nos enredan y confunden con sus falsas y apabullantes retóricas) sino que intentamos aquí es dejar que por la boca de uno rezume algo de eso que vino a decirnos el Verbo Encarnado, la Palabra limpia y transparente que habla por boca de cualquiera que se deja razonar y que siempre viene a cuestionar las jergas o discursos consabidos, denunciando así la falsedad de una Realidad idiomática que se nos vende como Verdad sin serlo. Hacia ese propósito han ido dirigidos todos nuestros esfuerzos en este artículo que El Eco de la Torre ha tenido la audacia y deferencia de publicar, no siendo quizá muy consciente de las consecuencias que esta humilde iniciativa podría acarrearle. Siento mucho Antonio que te hayan dado este disgusto, tú no lo mereces, la armonía y la cordialidad ha sido siempre tu bandera más preciada, pero tú y yo sabemos que por encima de las personitas de cada cual está la Verdad que no es de nadie y el Bien que es común a todos, y es por esa misma razón que no podemos dejar de “seguir haciendo la guerra a la guerra”, que no podemos dejar de decir ¡Basta!

      Por eso hoy más que nunca, querido Antonio, y aprovechando la magnífica ocasión que nuestra lectora Escolar indirectamente nos ha brindado a todos (no hay mal que por bien no venga) quisiera agradecerte de forma sincera tu admirable perseverancia en que esta Asociación Torre de Santa Elena continúe tan viva y activa como siempre, con esa amplitud de horizonte y perspectivas que le caracteriza. Deseo expresarte a través de este correo mi más sincera gratitud ahora y siempre por tu inconmensurable apertura de mente y espíritu para permitir que se escuche a través de tu bella y encantadora Revista estas otras voces silenciosas y silenciadas que vienen “de abajo”, del pueblo, de la gente corriente que no acepta someterse a ningún Dios, a ningún ídolo, a ningún culto. Porque ciertamente ¡Doctores tiene la Iglesia! pero ni tú ni yo creemos demasiado en ellos y tan solo intentamos apelar a la razón y al corazón de cualquiera que se deje razonar y sentir aunque solo sea a ratos.

      PARTE I de la Respuesta de Sonia Petisco

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  2. (parte 2º de la Resouesta de Sonia Petisco)

    Gracias Antonio por tu corazón grande y por permitir que tu siempre crítico y evocador Eco de la Torre siga difundiendo la voz de la Razón Común que -- como ya nos advierte Heráclito el Obscuro -- es COMUN a todos. Es ella, la Razón Común, el único instrumento libre y gratuito que se nos da desde que nacemos, sólo ella es capaz de descubrir las contradicciones inherentes a los discursos establecidos desde lo Alto y cuestionar esta maquinaria de destrucción masiva que se ha puesto en funcionamiento en los últimos dos años con el falso motivo de preservar la salud de los ciudadanos. Como creo que acertadamente apunté en el artículo al que alude Escolar “no se puede sacrificar la vida de hoy por salvar la vida de mañana”, “no se puede sacrificar la salud de hoy con medidas totalmente insalubres e inhumanas en aras de una supuesta salud futura”. Esta es una contradicción flagrante y evidente que tenemos que poner sobre la mesa, no podemos permanecer callados. Ya nos lo advierte el Cristo: “no os preocupéis por el día de mañana, a cada día con su afán le basta” ¿Por qué no lo escuchamos???? ¡Ay! ¡cuánto nos cuesta librarnos del futuro! ¡cuando es esa conciencia de futuro nuestra verdadera enfermedad y no otra!

    A la señora Pérez Escolar solo me queda responderla que tiene toda la razón, que si algún propósito honesto tiene mi escrito es el de “desinformarnos” un poco, librarnos en la medida de lo posible de la balumba de propaganda e información que nos imponen y predican todos los días desde los nuevos púlpitos del Poder para que no podemos ya pensar en otra cosa más que en su Virus, en su pandemia, en sus negocios y sus mentiras, en definitiva en todos sus bulos, porque esos sí que son bulos de verdad. Por poco que nos dejemos razonar, todos sentimos por lo bajo que no hay ninguna pandemia excepto la fabricada por el lenguaje pandémico de las autoridades: pues es el lenguaje el que construye el mundo a través del vocabulario semántico, pero paradójicamente es el propio lenguaje, la lengua, la que tiene al mismo tiempo la capacidad de cuestionarlo, de ponerlo en entredicho, de desmentirlo, de decir NO. Sobre este carácter contradictorio del LOGOS he reflexionado y escrito ampliamente durante mi estancia en la Harvard University, si alguien está interesado puedo pasarle alguno de mis escritos, solo tienen que solicitarlos a través de mi correo electrónico: sonia_petisco@hotmail.com, o entrando en RESEARCHGATE donde tengo incluidos algunos ensayos sobre el tema. También quedo a la disposición de todos aquellos que quieran discutir estos temas en alguna de las chispeantes tertulias que promueve nuestro amigo Antonio.

    (Parte II de la Respuesta de Sonia Petisco)

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  3. (Parte 3ª y última de la Respuesta de Sonia Petisco)

    Lamento de verás que a la señora Escolar – que por lo que escribe parece tener no poca Fe en la Ciencia, es decir, en la nueva Teología del siglo XXI-- no le haya sentado demasiado bien que venga alguien “de fuera” a cuestionar esta Fe mortífera que nos está matando a todos poco a poco con sus imposiciones sanitarias (confinamientos, mascarillas, vacunas, toques de queda, etc…). Pero alguien tenía que decirlo, alguien tenía que expresar a los cuatro vientos que en verdad nos están engañando con todas estas medidas anti-covid, y esta vez me ha tocado a mí, ¡qué le vamos a hacer! Sí, me ha tocado revelar y desvelar que este virus asesino que se han inventado, esta miasma o peste que nos presentan como culpable de todos nuestros males, no deja de ser una mera abstracción, un ente ideal, como Dios en las Alturas, un Dios en nombre del cual, si es necesario, hay que morir, sacrificar las vidas que sean necesarias, vamos más o menos como en la época de las Cruzadas que se mataba por ideas. Y quien no lo crea así, quien crea que no es necesario sacrificar la salud de hoy por la de mañana, entonces ése es un pecador que pervierte y ensucia las conciencias como el viejo Sócrates cuando enseñaba por las calles y plazas y que por esta labor honesta mereció beber la cicuta. La misma cicuta que ayer nos ha llegado a nuestros ordenadores y que intenta acallar cualquier conato de rebelión frente este terrorismo sanitario de Estado que venimos sufriendo ya desde hace demasiados meses.

    Por último no quisiera despedirme sin aclararle a Dña. Marta P. Escolar que la verdad no necesita justificación ni defensa alguna, no requiere acudir a ninguna fuente ajena a la razón para demostrar nada, solo se nos presenta como negación al desnudo de lo que se nos ofrece como verdad sin serlo. Es como si a una rosa se la pidiera justificaciones para que demostrase su belleza o su maravilloso aroma. Dicho esto, quisiera añadir que en ningún momento de mi escrito he negado “la existencia del virus” ¡claro que existe el virus señora Escolar! ¡Eso nadie lo niega! ¡existe el virus como existía el Dios de la vieja teología y cuidado con que nadie se atreviese a cuestionarlo! Existe el virus, él es el Ens Realissimus, el Ser por excelencia creado por las empresas médicas y farmacéuticas para justificar así su propia existencia y que no se les hunda el tinglado que nos tienen montado. Pero una cosa es que exista (porque ellos así lo han dispuesto a través de sus pantallas televisivas) y otra cosa es que sea Verdad. Por fortuna, hay algunos que no nos lo terminamos de creer del todo, que no creemos que la Realidad sea todo lo que hay, que las cosas tengan que ser así y no de otra manera, que no creemos en el Ministerio de la Sanidad que es en verdad el Ministerio de la Enfermedad. A éstos los llaman negacionistas, pero en verdad por lo bajo no podemos dejar de sentir que los verdaderos negacionistas son ellos, los que de forma descarada y ya sin pudor ni vergüenza alguna nos están negando la vida y la libertad, y lo que es peor, nos están negando el aire para respirar y la palabra para dialogar. ¿Cómo vamos a dialogar con este bozal que llevamos puesto? Abajo máscaras y mascarillas, recuerden por favor, NO HAY MEJOR SALUD QUE EL OLVIDO DE SÍ.

    “Quien tenga ojos para ver que vea, quien tenga oídos para oir que oiga”. El Eco de la Torre sigue difundiendo la voz de la Razón por el mundo, por mucho que a algunos les pese. Y es que no pueden acallarla, porque ella ha vencido a la Muerte, ella siempre resucita, siempre vuelve a nacer, nunca se ha ido y se quedará con nosotros hasta el final de los tiempos.

    De nuevo reitero mi más hondo agradecimiento a D. Antonio por esta libertad de palabra y de expresión que felizmente nunca nos ha negado. ¡Gracias, Antonio, salud para ti y larga vida!

    Os envío a todos un enorme abrazo estival lleno de alas y recuerdos, hasta pronto amigos

    Dra. Sonia Petisco
    Universidad Complutense de Madrid

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