Un buen encuentro, por A.F.García
En el pasado diciembre, el domingo 15 si mal
no recuerdo, nos reunimos un grupo de amigos y compañeros del Club lectura de
la Universidad Popular de Mazarrón y
de la Torre de Santa Elena.
Casualmente éramos doce y alguien hacía
alusión a los doce apóstoles, pero excluyendo que hubiera un judas en el grupo.
Rehaciendo lo que era una sesión de la lectura de manera más relajada proponía,
tras a los postres, los discursos. Es un decir, porque los que él llama
discursos, incluso las suyas, son intervenciones breves. Este amigo, el
patriarca del grupo, es una de las cabezas mejor amuebladas y sosegadas, y una
de las mentes más claras que conozco.
En nuestro desaparecido “Café-tertulia” y en nuestros grupos de lectura siempre hemos
pensado que se debía y se podía hablar de todo. En un momento, en que
llevábamos unas semanas leyendo la Historia de Paul Preston, una de los
participantes interrumpió para decir que eso era política y ella era católica.
Nuestro amigo completó, con su serenidad habitual, que él se considera también
católico y republicano. Por cierto, entre nosotros no importa lo que pueda ser
cada uno en política, religión, o…
Cada uno habla libremente y los demás
escuchan. Nadie descalifica jamás al otro ni siquiera intenta rebatirlo. Es
deseable que participen todos y normalmente así es, pero no pasa nada si en
alguna sesión renuncia a intervenir. Somos conscientes de que ese diálogo,
debate amistoso, en que cada uno manifiesta su parecer nos enriquece a todos,
ensancha nuestro punto de vista y horizonte intelectual.
De la sesión de cada martes, y la más larga,
de esta sobremesa, salimos reforzados en nuestro grado de comprensión, empatía,
cordialidad…; concluimos que es para nosotros uno de los mejores momentos de la
semana.
Decía renglones más arriba que nuestro
veterano amigo había iniciado la tertulia añadiendo algún comentario a los de
la anterior sesión sobre los dos últimos libros leídos que nos había impactado
mucho: El último encuentro y Patria.
De aquél nos impresionó su profundidad y su
valoración de la amistad, situándola por encima de la infidelidad, lo que
valora de una manera muy especial, muy diferente y superior a lo habitual.
En cambio, en Patria la amistad es lo que se
quiebra de una manera dramática. Coincidimos en que esa extraordinaria obra,
que se ciñe casi en exclusiva a dos familias de una pequeña localidad
guipuzcoana, cada personaje simboliza un grupo social, encarna un prototipo en
una dramática situación del País Vasco que todos recordamos, añadiendo aspectos
que desconocíamos a ese grado de intensidad y profundidad. No aparcamos la
trayectoria de Serapio, el párroco del pueblo de las dos familias en cuestión.
No sé si al hilo de esto uno de nosotros entró de
lleno en el tema de la religión cristiana cuyo núcleo veía en los diez
mandamientos. Otro, avanzando, lo sintetizaba al estilo de Jesús: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas
tus fuerzas”. Este es el principal mandamiento. El segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No
hay mandamiento superior a éstos (Mc. 12:30 y 31).
Enseguida pregunta una tercera persona: “¿Quién ama a Dios así? ¿quién ama
a los demás como a sí mismo? Y añade una cuarta que eso incluye lo interior de
la persona. No se debe albergar odio o rencor a otra persona ni hacerle objeto
de burla, humillación o menosprecio.
Continúa alguien diciendo que no admite ningún tipo de agresión física o
síquica de una persona a otra.
La conversación sigue animada, cordial… sin que nadie muestre interés en
saber la creencia del otro. Lo que sí pudimos comprobar es que hay un claro
conocimiento del mensaje evangélico.
A continuación, empezamos a preguntarnos cómo en este entorno cristiano en
que vivimos caben no solo la agresión, el asesinato, la violencia…sino también el
odio y el rencor, la intolerancia y la xenofobia, la mentira y el falso
testimonio, la ausencia de amor y compasión hacia el prójimo… ¿Cómo nos
atrevemos a presumir de cristianos y católicos?
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