lunes, 6 de junio de 2022

ECO.66 UN PASEO BAJO LA LLUVIA -relato-

UN PASEO BAJO LA LLUVIA -relato-, por Marco A. Santos Brandys

Pasaba unos días en mi casa de la playa en la Isla, del Puerto de Mazarrón. Solo tenía ganas de quitarme el anquilosamiento acumulado, realizando una de mis actividades preferidas: caminar, disfrutando del paisaje y del paisanaje. Como decía mi padre: "sin prisa, pero sin pausa".

Mi intención era la misma de ocasiones anteriores, llegar hasta Bolnuevo y tras un ligero descanso y refrescado con un botellín de agua o un zumo de tomate en "El Oasis", regresar con paso ligero, ya por la carretera paralela a la costa a casa, en donde me esperaban para ir a algún sitio del Paseo a tomar el aperitivo. En total, el recorrido sería de unos 9 kilómetros, equivalente a dos horas y media más o menos. Pero "el hombre propone y Dios dispone". Pues eso. 

La mañana prometía ser buena, tan solo unas pocas nubes en el horizonte, me indicaban que quizás, alguna sombra mitigaría mi marcha, protegiéndome algo del sol. La buena temperatura, incitaba a hacer kilómetros, contemplando la costa. No llevaba ni gorra ni sombrero, sirviéndome en otras ocasiones, de refugio a la cabeza, solo cubierta por una no abundante cabellera y con la tediosa mascarilla en el bolsillo, solo, por si acaso.

Comencé a caminar y al rato llegué a la playa de la Ermita en Bahía, dedicada a la Virgen de la Asunción, -como se llamaba mi madre- y a la que le tengo una especial devoción y cariño, situada al lado de una bonita playa, muy cerca del puerto deportivo. A la Ermita, de forma rectangular y simple, resulta curioso ver como se abren totalmente sus muros en horas de misa, quedando sin paredes laterales y a la gente poner las sillas fuera, porque no caben dentro. Ayudó a su construcción en los 60´, D. José María Palazón Godinez, mi querido suegro, hombre dadivoso y querido por sus amigos y con quienes tuvo relación. Fue Presidente del Casino de Murcia, Teniente de Alcalde de Festejos, Presidente de la Cruz Roja de Murcia, abogado, industrial, agricultor… y del que me acuerdo con frecuencia.

Como subdelegación, se formó la Cruz Roja del Mar, para la que yo trabajé como socorrista y patrullero por esta costa, en los 70´. Era Comandante de Marina, el Sr. Lallemand, excelente persona. Adosado a la Ermita, estaba el puesto de la Cruz Roja, del que muchos, se acordarán.  Mi madre ayudó como Presidenta de la Cruz Roja del Mar, en muchas ocasiones.

Don José María, vivía sus vacaciones en la playa, en la ínclita "Casa de piedra" en Bahía. Resulta triste, lo olvidadiza que es la gente, por no reconocer su dedicación y esfuerzo a la Cruz Roja y otras actividades, con alguna placa, una calle ó algún sitio con su nombre, en algún lugar de la zona, a donde iba a pasar largas temporadas y a la que tanto quiso, mientras ves proliferar nombres de personas, mucho menos significativas.

La playa de la Ermita, no era una playa de baño, pues tenía al lado la de Bahía, la joya de la corona y en la que nosotros, nos bañábamos normalmente.  La playa de la Ermita, era una playa de algas y piedras y poca gente se bañaba en ella. En esa playa, hoy sin algas y en donde ahora hay arena, debido a los cambios producidos por la construcción del puerto deportivo, íbamos los jóvenes, a buscar lombrices para pescar, pues es uno de los mejores cebos. La playa, con una roca enorme delante, es muy bonita, pequeña, recogida, con la Ermita al lado y varios chiringuitos donde sentarte a tomar algo.

Cerca, estaba hace años la “Casa Royal, Residencia con bar", en donde los amigos, solíamos reunirnos a menudo. Un lugar con jardín y eucaliptos, bajo los que nos reuníamos. En ella, se cantaba y se tocaba la guitarra, divirtiéndonos mucho. Conocí a Cat Stevens, Mike Kennedy y otros personajes... Éramos amigos del Sr. Morris -su dueño, antiguo piloto de aviones de pruebas de la RAF- y de sus hijos Dreenah y Clifton, formando parte de nuestra peña de amigos. Bajo un gran eucalipto, nos reuníamos los amigos a tomárnoslas por la tarde y gran cantidad de gorriones piaban sobre nuestras cabezas. El juego consistía en, una vez concentrados los pájaros, dar una palmada y del susto, se cagaban sobre nosotros. Ganaba a quien más mierdas, le caían encima. 

Hace tiempo que la "Casa Royal" desapareció y hoy su lugar, está ocupado por unos apartamentos, con una singular situación privilegiada. Recorríamos, los entornos y todo el día nos parecía corto. Haciendo mil cosas, éramos indiferentes al tiempo, que pensábamos nunca acabaría, no como ahora, en el que quisiéramos que el reloj se parase, permanentemente.

Después de pasar la playa de la Ermita, me acerqué a la finísima arena de la de Bahía, pisándola mis pies en solitario, solo cruzándose con los de algún otro caminante, acompañado por su alegre mascota. La playa de Bahía, una de las mejores de la zona que conozco, sin piedras ni algas, habiendo recordado de tiempos pasados, añoradas aventuras. Mi casa en el Cabezo de la Cebada -hoy derribada, junto con otras- y las rocas, en donde pescábamos, nos bañábamos, navegábamos en sus aguas y vivíamos. 

Siguiendo mi caminar, los pies se dirigieron luego como autómatas, a tocar la firme roca de Nares, con paso más firme y decidido, dejando un poco de lado mi ensoñación.

Descansando unos minutos cerca de esa roca, a unos tres cuartos de hora del comienzo de mi paseo, el tiempo cambió bruscamente, empezando a soplar viento de Levante; el sol se ocultó tras unos nubarrones, subrepticiamente surgidos como un atracador aparecido de sopetón tras una esquina. Al rato, comenzaron a caer las primeras y finas gotas de lluvia, diciéndome a mí mismo, mirando hacia arriba:

-"Será un ligero chaparrón que acabará pronto..." y refugiándome bajo una palmera, esperé que acampase. Pero mi gozo, en un pozo…

Empezó a arreciar fuertemente, decidiendo entonces regresar a casa a paso ligero, pero sin apurarme mucho, pues recordé una vieja teoría: "Por muy deprisa que camines si llueve, te mojarás lo mismo que si fueses despacio, pues acumularás la misma agua, aunque sea menor el tiempo". Así pues, volviendo sobre mis pasos con aire marcial, tomé el camino de vuelta. 

Me encontré a los pocos minutos, con un ciclista parado, empapado como una sopa, quien me dijo mirándome fijamente, mientras elevaba los brazos al cielo:

-"¿No es maravilloso el tesoro que le cae a esta tierra tan seca...?" respondiéndole:

-"En efecto un tesoro, pero algo inoportuno..."

También me crucé un “aparaguado” mirándome con aire de superioridad y con el de antes, con su mascota, que “pasaba” del agua, pareciendo más bien, gozar con ella.

Al rato largo de caminar bajo la lluvia, llegué a mi casa, pensando en la poca importancia que le daba el efecto de mojarse, a Gene Kelly en la película "Cantando bajo la lluvia", a Clint Eastwood en "Sin perdón" o a Russell Crowe en "Gladiator". 

Consecuencia, llegué a casa contento pero hecho una sopa, considerándome un héroe de película, a quien no le impide la lluvia, seguir su camino... Al abrir la puerta, me dijo de sopetón mi mujer:

-"¡Pero tú eres tonto!, ¿por qué no te has guarecido en algún sitio esperando a que amainase?"

Balbuceé algo ininteligible, dejando entonces de pensar y sentirme como un héroe. A pesar del chaparrón de fuera, el que me dio mi mujer, aún resonando en mi cabeza, la canción de la película de Stanley Donen:

"I'm singing in the rain

Just singing in the rain

What a glorious feeling

I'm happy again..."

Las mujeres, a veces, no nos entienden. ¡A veces… ja, ja, ja…!



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se ruega NO COMENTAR COMO "ANÓNIMO"