lunes, 6 de junio de 2022

ECO.66 ¡BARCO AL AGUA!

¡BARCO AL AGUA!, por Marco A. Santos Brandys

 

"En un bote de vela, a la mar me tiro,

que me lleve el viento, muy lejos contigo.

En un bote de vela, sin marca y compás,

rumbo no sé dónde, quiero naufragar.

Y en una de esas islas, muy lejos de aquí,

donde tú y yo solos, podamos vivir…”

 

Escuchar la canción de Paquito Jerez, me recuerda a principios de los años 60, cuando mi abuelita materna, nos regaló a sus nietos un barquito de remos. Nada nos podía hacer más ilusión. 

El curso escolar, entonces acababa con los exámenes de Junio y si no nos daban "calabazas", estábamos libres más de los tres meses siguientes, para disfrutar de las vacaciones en el mar, pues Septiembre y parte de Octubre los pasábamos en el campo. El 12 de este mes, marcaba el fin de las vacaciones y volvíamos a Madrid. Eso era "veranear". 

Por la calle del Paseo del Puerto de Mazarrón, entonces circulaban los coches. Había en la playa, toldos y casetas para ponerse los trajes de baño, pintadas de blanco con franjas azules. Se instalaban casetas de feria en el Paseo, sonando la música frecuentemente. 

En los famosos chiringuitos “El Ronquillo", en “El Luis” y en el Bar "La Peña" del Paseo, tomábamos el aperitivo de "vermut con sifón", bebida muy popular entonces y otros refrescos, con aceitunas, patatas fritas, ensaladilla rusa, anchoas y berberechos. Mi madre ponía en la orilla del mar mojándose con las olas, fruta sabiéndonos riquísimas, con ese punto salado que les daba el agua.

Mi abuelita Manolita, sentía adoración por sus nietos y nos lo demostraba siempre. Éramos únicos para ella, pues viuda desde los 25 años, solo tuvo a mi madre. De carácter simpático, muy cariñosa y generosa, aunque vivía en Cartagena, pasaba con nosotros los veranos, en el Puerto de Mazarrón primero y luego, en Bahía.

Como a mi hermano y a mí, mayores que mis 4 hermanas, nos gustaba mucho el mar, en 1959 nos compró el primer barquito, bautizándolo con el nombre de "Arrecife". Era un bonito y estupendo bote de madera de olivera, realizado en el Puerto de Mazarrón por un calafate de ribera, amigo suyo, costándole 300 pesetas, cifra increíble metida en mi cabeza. Con 3 metros y medio de eslora, había que calafatear los veranos, pues la madera al secarse, se contrae y eso le sucedía, al pasar el invierno en "seco".

Al acabar el curso escolar, ya sufríamos el síndrome marinero y deseábamos llegar cuanto antes al Puerto, en donde el "Arrecife" había pasado el invierno, esperándonos encerrado en una cochera, lleno de algas secas. Al llegar, los primeros días le quitábamos las algas y previo un ligero calafateado con estopa y embreado, le poníamos la "patente", pintándolo de verde y blanco, recordando los colores andaluces de su madre, mi bisabuela, nacida en Vélez-Rubio. 

Luego, echábamos al agua los 700 kilos de su tara, pasando varios días hasta que la madera se hinchaba, se cerraban las cuadernas y podíamos navegar, “achicando” el agua salada que aún se metía por las costuras de las maderas, con un bote de lata, debido a nuestra impaciencia. 

Nos hacíamos a la mar casi todos los días, excepto cuando soplaba en raras ocasiones el molesto viento de "levante". Mis 4 hermanas eran más pequeñas, pero mi hermano y yo comenzando la adolescencia, no podíamos pensar pasar las vacaciones, sin él. Con unos remos, de madera a los "escálamos", amarrados con "lamperas” o “estrobos" y varios metros de cabo de cáñamo al "rezón", nos aventurábamos donde fuese. 

Entonces, muchas cosas se hacían de modo diferente a como ahora y la forma de "echar" un barco al agua, no era diferente. Ahora, con un coche con "bola" y remolque, lo montas encima, sujetas con cinchas, lo llevas al puerto y una grúa hace su papel echándolo al mar y listo. O en una rampa, lo sueltas con el cabestrante del remolque poco a poco. Hace tiempo, no era así.

Entonces para esta operación, así como para sacarlo del agua, buscábamos a un grupo de amigos, prestándose ellos diligentemente a la labor. Sobre unos "parales" de madera o sobre los mismos remos, empujábamos el barquito sobre su quilla hasta el agua o el garaje, operaciones en donde nosotros y el bote, sufríamos lo suyo buena parte de la mañana o la tarde. Echar el barco al agua, era menos trabajoso que sacarlo, pues la madera hinchada por el agua, pesa más que la seca. Después de esa operación, mi madre nos invitaba a todos a un refrigerio a base de bocadillos y refrescos. Y tan contentos.

Lo fondeábamos en el “seco” de algas de la playa, frente a nuestra casa del Paseo. Cuando soplaba el molesto "levante", no le perdíamos ojo y en ocasiones, mi hermano Aken, tuvo que ir a rescatarlo, hasta alguna vez por la noche, al soltarse o garrear. Entonces, se lanzaba al agua con los remos guardados en casa y nadando, lo alcanzaba, volviendo a fondear debidamente y regresaba con los remos a la playa, donde yo lo esperaba. Me parecía entonces una proeza y me lo sigue pareciendo. Él, no le daba importancia.

El primer fondeadero estaba cerca del "Ronquillo" y desde nuestra casa, en la calle del "Progreso" a la altura de la "segunda escalera" se veía la playa. Esa casa, propiedad de mi tío abuelo Rafael, pocos años después sería derribada, construyéndose en su lugar un nuevo edificio, en donde hoy está la tienda de "cerámica". 

Pocos años después, nos cambiamos a otra casa, al principio del Paseo, cerca del restaurante Avenida y de la "primera escalera". La llamábamos la "Casa de Demetria", pues así se llamaba su propietaria, a quien mi padre le alquilaba esos meses de verano. Esta casa, también se derribó años después, para hacer un nuevo edificio. 

En 1965 y 1966, alquiló mi padre la “Casa Miró” en Bahía, pero en 1967 nos mudamos a "La Goleta", nuestra casa en el “Cabezo de la Cebada” en Bahía, al lado del “secadero del esparto”, construida en 1952 por Ángel Galindo, un industrial del esparto de Alcantarilla, tío de mi cuñada. Esa casa, en donde pasamos 32 años de buenas vacaciones, la derribaron en 1999, al igual que las otras.

Muchos amigos, venían a montarse en el botecito, aguantando el peso de los chavales. Bogábamos hasta "La Galerica", “El Rihuete”, al fondeadero de "traiñas” del faro -lugar protegido de los “leveches”- o hasta Bahía y más allá, antes de la construcción del puerto pescador y del deportivo. Las excursiones, la pesca y el baño, estaban garantizadas. 

Era muy ágil y brincaba sobre las olas como un corcel, tripulado por intrépidos marineros. Alguna vez, le pusimos un motor fueraborda “British” de ¾ CV de Julio Balboa, navegando alegremente, pero no era lo suyo. Aprendimos nudos marineros, el “llano”, el “ballestrinque”, las “margaritas”, el "doble 8" y el “As de guía”, el nudo de los nudos. Todo aficionado los conoce. Recuerdo el “cía, cía, cia…” de mi hermano, cuando bogaba y una ola se nos venía encima debiendo capearla, deslizándose sobre su cresta, dando “pantocazos” cuidándonos de no tomarla por la aleta ó la amura.

En Bahía, lo fondeábamos en la "Playa Chica", una pequeña calita al lado del "Cabezo de la Cebada", junto a otros barcos, lugar bien protegido de los vientos y vigilado, cerca de casa. 

Escribo algo de un relato de mi amigo y buen marinero Carlos, donde describe de lo que sucedía, en una situación normal: 

"… claro, el tiempo pasaba enseguida y cuando me daba cuenta, iba justo para llegar a casa. Por más que le daba a los remos con todas mis ganas y mis fuerzas, el bote apenas avanzaba, porque, antes de doblar el saliente de rocas que había antes de la monstruosidad de llenar todo aquello de piedra para el espigón del puerto deportivo, el viento de Sureste o de Levante pegaba con fuerza. Una ola y otra ola, y la proa del bote subía y “clavaba” pegando un “panzazo” sobre el agua y apenas avanzaba. Eso sí, cuando lo había sobrepasado (el saliente) la velocidad era considerable..."

 

Una lancha que tuvimos, también gracias a la generosidad de mi abuela, fué una "Glastron" de 13 piés de eslora, con motor Evinrude de 33 CV. Se lo compró en 1.967 a Avelino Marín Garre, en Cartagena costándole unas 100.000 pesetas y le pusimos por nombre "La Abuela", dándonos también momentos inolvidables. Pero ya estábamos bregados en la navegación costera, conociendo todos los rincones de la Bahía de Mazarrón, desde el Cabo Tiñoso a Puntas de Calnegre y más allá.

Guardábamos el "Arrecife" y "La Abuela", en el amplio garaje de "La Goleta". A finales de temporada, le hacíamos el invernaje y el mantenimiento: Funcionando el motor en un bidón con agua dulce, lo enjuagábamos, le cambiábamos el aceite de la cola, quitábamos las bujías, metíamos en los cilindros aceite no detergente con una alcuza, pegábamos unos tirones quitando el sobrante, poníamos las nuevas bujías flojas, limpiábamos la carcasa poniendo vaselina a los metales y hasta el año siguiente, en que previa limpieza, pintábamos los bajos con "antifouling" antes de "echar al agua". La construcción del puerto deportivo, cambió muchas cosas, todo se popularizó, reestructuró y articuló la navegación. 

El “Arrecife” y “La Abuela”, navegaron unos 35 años cada uno, solapando su vida, unos 25.


Algunos marineros en estas singladuras fueron: Chelo, Luz, Lile, Miguel Ángel, Pedro Antonio, José Antonio, Águeda, Cosme, María José, José Luis, Ana Elisa, María, Blanca, Chari, Lucía, Jesús, Juan Antonio, Paco, Julio, Carlos, Manolo, Ramón, Pacho, Luisma, Pachi, Manuela, Carmelo, Delia, Francisco, Isidoro, Mari Carmen, Adela, Mariantonieta, Isa, Cristina, Maria Elena, Jesús, Manolo, Drenah, Clifton, Maco,... y mis hermanas, Polo, Tatón, Rarra, Yolanda y mi hermano, Aken. 

 

"En la arena escribí tu nombre

y luego yo lo borré.

para que nadie pisara

tu nombre, María Isabel...”




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