LAS
HERENCIAS, por A.F. García.
El ser humano, en la
medida de disponibilidades, ha tendido a dejar siempre algo a sus sucesores y,
a su vez, estos han procurado dejar algo en su tumba. Gracias a ello hoy
podemos admirar obras imperecederas y los investigadores de la historia
disponen de fuentes para reconstruirla. De lo que no ha quedado rastro es de
las grandes fortunas, ni siquiera de metales preciosos si no han sido
utilizados como material artístico. El relato de Viajes de Marco Polo recoge la
leyenda según la cual el último califa de Bagdad fue encerrado por los
invasores turcos en el sótano donde guardaba su tesoro conseguido a base del
hambre de sus súbditos, donde falleció de ella.
Hasta hace no mucho
los poderosos se hacían construir grandes mansiones, que fueron el orgullo de
su linaje y la admiración, por su magnitud y belleza, de las siguientes
generaciones. En no pocos casos llegaron a acumular tesoros artísticos de
especial calidad de autores de renombre a los que incluso habían llegado a patrocinar.
Aparte de esto ¿queda
algo de las grandes fortunas acumuladas? No solo me refiero al tesoro
evangélico, que ni ladrón roba ni polilla corroe.
“No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan gloriosa
acá dexáis”
(Jorge
Manrique).
No hace muchos días
aparecía en internet que las ocho fortunas más grandes acaparaban la mitad del
capital del Planeta. Esas familias ¿acaparan esa misma proporción de felicidad?
¿Qué será de ellos al cabo de medio siglo?.
En nuestro país
algunas familias han hecho fortunas mientras se ha empobrecido la mayoría de
los ciudadanos. En algunos casos fue de forma fraudulenta. No estamos seguros
de que acaben en prisión y menos de que reaparezca el producto del fraude; siempre
habrá hábiles juristas que harán que aparezca como legal lo que ha sido una
deshonesta estafa. Tendrán su dinero a buen recaudo, disfrutarán de él; pero no
con la seguridad y satisfacción de quien lo ha obtenido honestamente; siempre
tendrán enfrente la posibilidad de la censura en los medios, en la calle, hasta
dentro de la misma familia, si no es en la segunda generación será en la
tercera; no lo podrá evitar el amigo cómplice que está en el poder ni el
avispado jurista. Más que nunca el hombre corre, hasta sin decencia en muchos
casos, tras la fortuna volátil.
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