sábado, 30 de septiembre de 2023

ECO.74 MI CINE DE VERANO

MI CINE DE VERANO, por Marco A. Santos Brandys

- "Anda, alégrame el día..."

- "Le voy a hacer una oferta, que no podrá rechazar..."

- "Que la fuerza te acompañe..."

- "Francamente querida, me importa un bledo..."

- "Creo que éste es el principio de una hermosa amistad..."

- "Hasta la vista, baby."

- "Nadie es perfecto."

- "Vamos a necesitar un barco más grande..."

- "Houston, tenemos un problema."

 

Y así, muchas frases grabadas en nuestra memoria, donde a su significado, se unen las fuerzas de las imágenes suministradas por el cine. Pocas se olvidan. 

Pero no me refiero solo al "Séptimo Arte", sino a los locales donde se proyectan las películas y en concreto, a los “cines de verano". En ellos, se han fraguado muchas historias, independientemente de las proyectadas en sus pantallas. Todos tenemos varias en nuestro recuerdo. 

Una de sus características, es la de ser un local descubierto, pudiéndose ver las estrellas y la Luna, cuando el cielo lo permite, es decir, casi siempre en este tiempo. Las estrellas del firmamento, se unen con las del celuloide proyectado en el telón. 

Normalmente, sus asientos son duros, de madera, plástico, hierro o "formica", debiendo resistir la intemperie y a veces un cojín, para comodidad de las “posaderas”. Tienen un garito en la entrada, para vender “consumibles”: refrescos, pipas, palomitas de maíz, patatas fritas, chicles… y situando en un lateral, un pequeño aseo. 

Están llenos de chiquillería, con libertad de movimiento siempre, incluso durante la proyección que son generalmente, de programa doble: la primera, dedicada a un público infantil y juvenil y la segunda, para uno algo más "adulto". 

A mitad de la proyección, se suele cortar la misma para cambiar el rollo del celuloide. Entonces se encienden las luces y se descansa un rato, momento aprovechado por los espectadores más inquietos para avituallarse del material necesario y darle un poco a la “sin hueso”, pues es feo hablar durante la proyección. Hoy día, existiendo dos cámaras en las cabinas de proyección, no suele pasar. 

Al ser las proyecciones por la noche, la gente suele llevarse bocadillos de casa, hechos por la madre o la abuela, generalmente de tortilla o jamón, de chorizo, queso, empanadillas… 

Las películas más celebradas, son las de vaqueros, los "peplum", las de terror, las de guerra, de ciencia ficción, de dibujos o cualquier otra de acción rápida, no muy complicadas para ser entendidas sin problema y el público celebre, aplaudiendo, gritando o pataleando en el momento oportuno, cuando llega el Séptimo de Caballería para salvar a la chica, mientras, se le “pega” a la mandíbula. Las de temas más delicados, suelen dejarse para la segunda sesión y un público más “adulto”. 

El suelo, es de chinarro, gravilla o baldosas no resbaladizas y así no son peligrosas por el “relente”. Los carteles de las películas son tan interesantes, que merecerían capítulo aparte. 

En estos lugares se han fraguado muchas historias románticas, algunas efímeras, pero también se han jurado eternos amores, pues en ellos con la penumbra, se daba el ambiente adecuado y con la cercanía de la persona amada, el enamorado aprovechando el momento, le declaraba el eterno amor. Muchos primeros besos y brazos por encima del hombro se han dado en estos lugares. Y nosotros, después de la proyección, salíamos felices y contentos, con la cara del Wayne, del Douglas, del Mitchum, del Lancaster o el gesto del Eastwood… o del guapo Brad Pitt, el que tuviese condiciones para ello. 

Recuerdo mi primer cine de verano, el "Alameda" aunque estaba en una pinada, en Santiago de la Ribera. A él acudíamos los pequeños a ver historias, luego recreadas con los amigos, imitando a los héroes. Otro cine importante fue el "Avenida", en el Puerto de Mazarrón, donde siempre el programa doble era excelente y estaba asegurado por pocas pesetas. Muchas noches de verano de los años 60, las viví sentado en las duras butacas entre sus blancas paredes. El cine “Mastia”, en la Isla, llegó a ser hasta hace poco, una referencia y centro aglutinador de las historias veraniegas. 

Los cines que quedan, son centros de reunión social y cultural, como también lo son los restaurantes, las cafeterías, los teatros, los conciertos o las salidas de misa de los domingos. No entiendo cómo no se han protegido y declarados Patrimonio Cultural de España, por su importancia. Debería crearse la conciencia adecuada para que no se eliminasen y en su lugar, se construyan bloques de apartamentos, almacenes u otros espacios sin el "tirón" popular que tienen los "cines", como ya ha sucedido en algunos casos. Pero creo que la batalla está perdida. 

Después de comer, en las primeras horas de las tardes de finales del verano, en mi oscura habitación de la casa de la finca de vacaciones, con la persiana bajada, intentaba dormir una ligera siesta y alguna vez, hasta lo conseguía. Mientras unos descansaban en su hamaca, otros en las tumbonas o simplemente echaban una cabezada en las mecedoras, en la cocina se oía imperceptiblemente, el ruido de la vajilla puesta reluciente, a la vez que mi madre y abuela preparaban pausadamente el café, dejándonos previamente reposar un rato. En la parte trasera de casa, el ver la ropa tendida al sol meciéndose por el viento, me producía un verdadero sosiego. 

En mi cabeza, se mezclaban como en una batidora, las aventuras vividas durante el día: las de la jornada cinegética, la recogida de frutos del huerto, la búsqueda de fósiles por los alrededores o cualquier otra ociosa actividad. El sol vespertino, se reflejaba en la clara y arenosa tierra que rodeaba la casa y por una de las últimas rendijas de la persiana, se introducían a una hora concreta, unos rayos de sol atravesándola y produciendo de pronto, el milagro esperado. 

Comportándose la habitación como una cámara oscura, todo lo que sucedía en el exterior con sus ruidos y sus imágenes, se reproducían fielmente de forma invertida, en la blanca pared enyesada de la cabecera de mi cama. Esperando ansiosamente el suceso óptico, me recostaba y estaba atento para ver los acontecimientos que próximamente sucederían, quedándome ensimismado contemplándolos. Tan bien se reproducían las imágenes, que reconocía perfectamente todo lo sucedido en el exterior y mi ensoñación ponía el resto, produciéndose entonces, la magia. Poniendo unos espejos estratégicamente situados, se reproducían las imágenes de forma invertida a la proyectada en la pared, es decir, se ponían “al derecho". 

Por la pantalla de ese extraño cine de verano, aparecía cualquier persona que no estuviese durmiendo la siesta y pululase por los alrededores: los labradores con sus animales, los perros, los gatos, las gallinas... Con el tiempo, averiguaba el “quehacer” de los distintos personajes que pasaban por ese improvisado telón. Y empezaron a surgir durante el tiempo en que duraba el fenómeno solar, nuevos protagonistas que por el efecto óptico, o tal vez por mi imaginación, se hacían reales en la pantalla, durante el tiempo que duraba el suceso. A las burras "Pastora", "Lucera" o el “Nano”, -con sus aguaderas- seguía del “Tío Juan” o sus hijos pasando por delante distinguiéndolos perfectamente. 

Pero un día, les siguieron de manera milagrosa, fruto de mi ensoñación, grupos de caballos "cimarrones" salvajes de las praderas, empezando a entrar en pantalla, indios "pieles rojas" en su persecución, montados en sus "mustang". No faltaron con el tiempo, en empezar a participar cuatreros, laceando caballos, perseguidos en su alocada carrera, por el "sheriff" en su busca y captura. Pero poco a poco, el tema se complicaba. Por delante, pasaron galopando los chicos del "Pony Express" y hasta al mismísimo “William Frederick Cody” creí reconocer unos segundos. También llegaron por sorpresa cabalgando al toque de cornetín, los soldados del “Séptimo de Caballería”, comandados por un alocado oficial, montado sobre un blanco corcel, melena rubia al viento, blandiendo un sable en su diestra y al que creí reconocer, como el famoso General Custer… 

Otro día, aparecieron ante mi asombro, legiones romanas con sus cohortes, manípulos, centurias y aquilae, cruzando el Rubicón, comandadas por un jefe de laureadas sienes y al que creí reconocer... 

Observé absorto en otra ocasión, las evoluciones de los ejércitos sarracenos contra tropas castellanas, sin llegar a saber si eran comandadas por el rey Fernando III o por Alfonso VI, no apareciendo el esperado Campeador, por escasos momentos. Un día, me pareció reconocer en la distancia, a tres intrépidas carabelas, cruzando el mar ignoto, dirigiéndose hacia el Oeste… 

También aparecían barcos balleneros en busca de presas. En una de las últimas proyecciones, divisé a un grupo de aviones, con un "sol naciente" pintado en los fuselajes, sobrevolando una isla en vuelo rasante… dirigiéndose a cierta base del Pacífico… 

Y así pasaba el tiempo, hasta que la magia se desvanecía al seguir el Sol su vespertino caminar. Entonces me levantaba, pensando en la historia que acababa de ver, sobre el cabecero de mi cama. 

Era mi cine de verano rural, en donde mi hermano algunas veces participaba, sin pagar entrada por supuesto y aplaudiendo conmigo, en los momentos más emocionantes.




 

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