sábado, 30 de septiembre de 2023

ECO.74 EL QUE VALE, VALE Y EL QUE NO "IA" (I)

EL QUE VALE, VALE Y EL QUE NO "IA" (I), por Juan Miguel Ortiz

 

En los últimos meses los medios de comunicación se hacen eco, día sí día no, de las maravillas y/o peligros de la Inteligencia Artificial. A mí me da el pálpito que en gran medida eso se debe a que los ejemplos que circulan afectan sobre todo al procesamiento de texto, o lo que es lo mismo a la generación de artículos que siembran la duda sobre el futuro de su trabajo en los propios reporteros que nos informan del asunto. ¿Por qué pagar a un humano si una aplicación para ordenador nos puede escribir un artículo incluyendo citas mejores que las del propio humano? 

Pero la realidad es que la Inteligencia Artificial no es la novedad que parece. De hecho, data de hace bastante tiempo. Del orden de un siglo. En 1936 Alan Turing introduce el concepto de “máquina de Turing” y en 1950 en “Computing Machinery and Intelligence” presenta lo que se conocería como “prueba de Turing” que curiosamente en nuestra época de “cis” o “trans” empieza a no tener sentido ya que trataba de establecer si en un diálogo entre sujetos que no se ven, la máquina sería capaz de hacer creer a un humano que es hombre o mujer sin serlo, lo que, de conseguirlo, obligará a admitir que habría demostrado cierta inteligencia. 

No tenemos que ir tan lejos, todavía recuerdo que a mis 10 años, para poder pasar a primero de bachillerato tuve que realizar lo que se llamaba el “examen de ingreso” que esencialmente consistía en escribir al dictado sin faltas de ortografía y en una división con tres cifras en el divisor. Con esto se demostraba suficiente inteligencia para pasar a la enseñanza secundaria. El ordenador con el que escribo acaba de subrayar ortografía ya que se me había olvidado la tilde. Él mismo me ha dado la opción correcta al colocar el puntero sobre la palabra. En cuanto a la división no sólo la resuelve, sino que me calcula el logaritmo neperiano del cociente simplemente poniendo:    = ln (123456/789)   que es 5,05 y otros veinte dígitos decimales que naturalmente, nos ahorraremos. 

Así es que tendré que admitir que es capaz de hacer cosas que a mis 10 años todavía me costaba algún esfuerzo hacer o para el caso del logaritmo ni sabía lo que era. Curiosamente nadie se habrá sorprendido de que una máquina sea capaz de superar con nota el antiguo examen de ingreso, pero casi nadie habría imaginado que esto fuera posible en esa época. 

Años después asistía a una reunión entre profesores y padres de alumnos en la que se discutía si se podía permitir que los estudiantes de primaria utilizasen las calculadoras electrónicas que empezaban a ser de uso habitual. Algunos profesores se sorprendieron cuando planteé que lo que había que hacer era enseñarles a usarlas ya que serían instrumentos de uso tan habitual como el lápiz o el bolígrafo (por cierto, el “boli” sufrió lo suyo hasta que se admitió que podía suplir con ventaja a la plumilla y el tintero en los pupitres). 

Todo esto viene a cuento para hacer ver que la Inteligencia Artificial es algo que empleamos todos los días, aunque no nos demos cuenta o a que, como suele pasar, cada vez que una actividad humana es resuelta mediante inteligencia artificial hablamos de solución “técnica” como, por ejemplo, ha pasado con las calculadoras electrónicas. 

Disfruto de la vida en una región de España en donde cuando un forastero pregunta:

                - ¿Dónde está la Delegación de Hacienda?

Puede recibir como contestación:

                - ¿Dónde estaba la antigua Estación de Autobuses? Pues enfrente.

Ni que decir tiene que la siguiente pregunta habría sido sobre los autobuses y así sucesivamente. 

Bien, ahora tengo un teléfono en el que pongo “Delegación de Hacienda” pulso en “cómo ir” y me ofrece un mapa con el camino marcado según que quiera ir andando, en transporte público o en mi coche. ¿Es esto Inteligencia Artificial? 

La conclusión a la que quiero llegar es que probablemente no merezca la pena angustiarse con elucubraciones sobre si nos quitará el trabajo, destruirá nuestra cultura o cualquier peligro más o menos inmediato. Lo más probable es que pase lo que ya ha pasado, que nos acostumbremos y lo incluyamos como otro instrumento más que, por supuesto, eliminará algunos trabajos y posiblemente cree otros y que nos obligue a modificar algunos hábitos. Por ejemplo, ya no debe quedar ningún profesor que valore a sus alumnos pidiendo la redacción de un artículo sobre un tema de sus estudios, ya que lo obtienen gratis en internet. Posiblemente la solución sea volver al temido examen oral. Aunque esté traído por los pelos he aquí un ejemplo en el que la Inteligencia Artificial crea puestos de trabajo: profesores para examinar oralmente ya que es un proceso que consume tiempo y personal, pero evita que el examinado se aproveche de la Inteligencia Artificial.

 

(continuará)



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