sábado, 30 de septiembre de 2023

ECO.74 IR A FRANCIA, A LA VENDIMIA (I)

IR A FRANCIA, A LA VENDIMIA (I), por "Sienso"

Todos los años por estas fechas me suelo acordar. Bien por la asociación que me va produciendo el cambio de temperatura, la proximidad del nuevo curso o porque escucho alguna noticia sobre el tema me acuerdo de la vendimia.

A primeros de septiembre siempre se producía el éxodo. Muchos miles de personas procedentes del levante español, desde Valencia hasta Andalucía incluyendo, como no, a Murcia; marchaban hasta el Sureste de Francia a trabajar en la vendimia.

Desde pequeño me había llamado la atención aquel fenómeno o evento. Me hacía muchas preguntas al respecto. Conocía a mucha gente de mi pueblo que cada año se iba llegado el momento. Pero quería conocer a otra gente de otros pueblos y provincias; cómo era su aspecto, sus edades, cómo vestían; qué comían por el camino y cuando llegaban. En general, quería tener una idea global de todo su periplo. También quería tener la experiencia del viaje, de ese viaje tan largo, ese viaje a otro país, al extranjero y con gente de alguna manera especial. Siempre me ha gustado observar sus ropas, cómo hablan, sus rasgos...

Pero lo que más deseaba era ir Francia, ver de cerca a los franceses, escuchar su habla, las comidas francesas, sus casas; incluso su manera de vestir. Me imaginaba otro mundo.

También sentía cierto miedo por la posible dureza del trabajo que nos esperaba. Pero yo ya era mayorcito y sabía lo que era realizar trabajos fuertes tanto en el ámbito familiar como a cuenta ajena o a jornal.

Justo a mediados de los años 70, casi coincidiendo con un acontecimiento que marcaría un antes y un después en la historia de España, yo fui uno de aquellos españolitos que, provistos del pertinente contrato de trabajo y pasaporte, formé parte junto con dos amigos y paisanos, de aquel contingente. Los tres éramos estudiantes y el dinero que ganáramos vendría muy bien a nuestras respectivas familias para sufragar los escasos gastos que ocasionaban nuestras modestas carreras. Los francos franceses de aquella época eran muy valorados al cambio.

Fue pasando el tiempo y llegó el día. Aún recuerdo la mezcla de emoción y miedo, sería una gran experiencia, algo nunca antes vivida, sería un largo viaje y mucho tiempo fuera de casa; mucho más que nunca antes.

Recuerdo que a primeras horas de la tarde cuando uno de mis hermanos mayores me llevó junto con mi pesada maleta a la estación. Nos esperaba uno de aquellos trenes de la época, con asientos de madera, llamados borregueros.

Una vez llegada la hora y pasados los minutos correspondientes los aproximadamente 10 vagones que formaban el convoy empezaron a moverse. Iban tirados por una locomotora de vapor que se despedía, por donde pasamos dirección al vecino país con una gran columna de humo.

En la frontera pasaríamos una simulada aduana y haríamos el obligado trasbordo para superar el diferente ancho de vías.

Pasadas un par de horas después del iniciado viaje y producido el mejor acomodamiento posible en las precarias instalaciones, algunos pasajeros que posiblemente venían de lejos, ya tenían hambre. Comenzaban a hacerse visibles sus viandas y llevaban a cabo una merienda/cena.

Comencé a ver cosas que me impresionaron desde ese momento y hasta el regreso unos cuarenta o cincuenta días después. Se podía ver algún chorizo o trozo de tocino que se comía con abundante pan. Pero, en algunos casos, no había ni chorizo ni tocino, se sustituían por trozos de patata cocida que cortados con la navaja, sustituían al companaje. Estamos hablando del viaje de ida que se suponía que iban las alforjas llenas.



¿Qué se comería cuando se llevaran allí dos o tres semanas?

Ya en la estación de destino los patrones esperaban a sus respectivas cuadrillas que eran identificadas por alguno de sus obreros que no era la primera ni quizá la segunda, ni la tercera vez que acudían; algunos de ellos repetían más de 10 veces.

Rara vez un “vendimiante” iba solo, solían ser matrimonios, algunos recién casados. Pero básicamente eran familias enteras las que acudían para traer el sustento básico para buena parte del año.

Frecuentemente con el dinero obtenido en base a su duro trabajo afrontaban alguna reforma en la casa. Muchas veces adecentaban el cuarto de baño que ya no estaba en condiciones dignas.

A veces entre los miembros de una familia solía haber un niño que no pasaba quizá de los 10 años que, de manera ilegal, siempre que rindiera para el patrón como un adulto, se le pagaba como tal; ya se encargaban los padres de colocarlos entre ambos y, cuando se quedaba atrás, echarle una mano.

El ritmo de trabajo lo marcaba la manijera/o, nadie podía sobrepasarlo/a ni quedarse atrás. Era una norma de estricto cumplimiento.

Esperaba como un mes y medio muy duro.


(continuará)




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