lunes, 1 de julio de 2019

ECO.48 ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD

ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD, por Nuria Llerena


Desde pequeños hemos aprendido a no equivocarnos. El miedo al ridículo o a que nuestros padres o profesores nos regañaran nos hacía hacer todo lo posible para que no se notara. Cuantas veces hemos mentido: ¡yo no he sido! Para no asumir la responsabilidad, el castigo… Según hemos ido creciendo ese patrón ha seguido repitiéndose y si no somos capaces de darnos cuenta, no podremos cambiarlo. Cuando tenemos que demostrar a los demás que somos los más listos, los más guapos o los que mejor cantan, cuando pasamos la vida comparándonos con los que nos rodean, dejamos de ser auténticos, dejamos de ser nosotros para demostrar al mundo lo que valemos y así, continuamos fingiendo, mintiendo. La humanidad vive sumida en una gran mentira, porque muchas veces no somos capaces de decir lo que sentimos, lo que pensamos, lo que nos gustaría realmente hacer, para no dañar a la persona con la que nos estamos relacionando.

Nadie nos ha dicho jamás que equivocarse está permitido, es más, equivocarse es importante para nuestro aprendizaje, es la forma de mejorar. Nadie nace sabiendo, todos tenemos que pasar por un proceso de ensayo error con todo lo que vamos aprendiendo en nuestra vida. Perseverar es lo que hace que cada vez lo hagamos mejor, sea lo que sea: conducir, cocinar, leer, montar en bicicleta, incluso ser mejor persona o amar a los demás, porque cuanto más practicamos mejor lo hacemos.
Pero como nos pasamos la vida tratando de demostrar que somos infalibles y pensamos que los demás pueden reírse de nosotros cuando nos equivocamos. Preferimos disfrazarnos de otro que nos sustituye, uno más listo, más capaz, que sabe hacerlo todo mejor; y viviendo en la mentira, perdemos el norte. ¿Quién no ha “distorsionado” la realidad en su curriculum vitae? ¿Quién no ha puesto que tiene un nivel medio en inglés o cualquier otra destreza, porque se siente inferior al reconocer la verdad? En lugar de plantearnos el subsanar eso que vivimos como una deficiencia, es decir, volver a estudiar o aumentar los conocimientos en algo que es importante en nuestra vida, preferimos mentir. 

Pero ahí no termina la cosa. Hay más ámbitos en los que no somos capaces de asumir la realidad. Cuando nuestras relaciones no van bien con nuestra pareja, hijos, padres, hermanos o amigos, siempre tendemos a echar la culpa a los demás. Nos cuesta mucho trabajo admitir que nosotros estamos igual de implicados en la generación del problema y por lo tanto en su solución. Cuando los demás no piensan, dicen o hacen las cosas a nuestro modo, nos enfadamos. No entendemos que la base del respeto es aceptar que cada uno tiene su forma de pensar y de hacer las cosas. Todos somos diferentes, influenciados por un pasado y unas vivencias diferentes. Cada uno tiene su propia verdad y no tenemos por qué estar de acuerdo con ella, pero sí respetarla. Tendemos a pensar que nosotros estamos en posesión de la verdad y, por tanto, todo el que no piense como nosotros está equivocado. En las familias y entre amigos, las personas dejan de hablarse, para siempre, cuando muchas veces se podría solucionar conversando, aclarando la situación y, por encima de todo, aceptando al otro como es.
Según la Tradición Oriental, nacemos con una cantidad de energía determinada que vamos gastando según van pasando los años. Si hacemos excesos, esa energía se evapora más rápidamente. Si cuidamos nuestra salud, haciendo ejercicio moderado y teniendo una dieta saludable, la energía se consume más lentamente y podemos llegar a mayores con un buen estado de salud. Pero hay que tener muy en cuenta que nuestra forma de pensar también puede perjudicarnos o ayudarnos con nuestra calidad de vida. La forma en que pensamos influye directamente en nuestra forma de sentir. Últimamente, se habla en todos los medios del pensamiento positivo; pero, generalmente, no lo ponemos en práctica. Cuando invertimos nuestro tiempo en dar vueltas a las cosas que nos hacen daño, a pensar en personas con las que tenemos graves diferencias,  perdemos gran cantidad de energía, nos hacemos daño sin darnos cuenta. Nuestra forma de pensar y sentir incide directamente en nuestra salud, por eso es tan  importante vigilar a nuestra cabeza. No dejemos que se enrede en cosas, que por el momento no tienen solución. No dejemos que se regodee en historias pasadas, que nos han generado dolor, porque eso, amigos, no nos lleva a ningún lado y, encima, nuestra energía se pierde, como si dejáramos el grifo abierto…

Por tanto, para poder vivir una vida saludable en la que realmente estemos a gusto con nosotros mismos y con los demás tenemos que comenzar por ser más flexibles. Nos exigimos mucho a nosotros mismos. A lo mejor, es el momento de darse cuenta de que no hay nada malo en equivocarse, que no hace falta ser el mejor ni demostrar nada, que no es necesario tener siempre la razón. A lo mejor ha llegado el momento de empezar a ser como somos, sin miedo a fracasar, sin tener que competir para sobresalir, solo ser lo que uno realmente quiere ser, haciendo lo que realmente hace vibrar al corazón. A lo mejor, ya ha llegado el momento de ser más conscientes de lo que pasa diariamente por nuestra cabeza, para guiar esos pensamiento hacia lugares más sanos, más tranquilos. Aceptemos y aceptar a los demás y asumir la responsabilidad, nunca culpabilidad, de que todo lo que pasa en nuestra vida está principalmente relacionado con nosotros y quizá, solo quizá, está ahí para que aprendamos a vivir de una forma diferente. A lo mejor, ha llegado el momento...

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