miércoles, 29 de enero de 2025

ECO.82 BULLYING

BULLYING, por "Sienso"

Desde hace bastantes años la palabra bullying se ha hecho habitual en nuestras vidas, eso sí, con unas connotaciones claramente negativas.

Es frecuente escucharla en diferentes medios, en boca de psicólogos, profesores, padres e incluso de personas ya adultas que, quizá por haber sido víctimas de sus efectos anteriormente, conceden entrevistas para hablar de ello o directamente se escribe sobre el tema.

Desde hace ya muchos años, bastantes, vengo pensando mucho en este asunto.

Fue a raíz de que me sucedió el hecho que quiero relatar.

Hace aproximadamente unos 20 años, una de mis hijas me pidió que, si era posible, le consiguiera un par de entradas, una para ella y otra para una amiga, para ver el concierto que uno de los grupos musicales de gran éxito por entonces en nuestro país. Sería con motivo de las fiestas de verano, en una localidad importante de nuestra costa.

Ella sabía que yo tenía un buen amigo allí y que quizá pudiera conseguirle las susodichas entradas.

Rápidamente me puse en marcha en pos de conseguir dicho objetivo, porque, como supongo que, como cualquier padre, yo trataba de conseguir para mi hija todo lo que, razonablemente, me pedía.

Me puse en contacto con mi amigo y, como así esperaba, me dijo que lo diera por hecho, que contara con las entradas.

Pasó el tiempo, llegó el verano y las fiestas de la bonita localidad. Después de avisar con anterioridad de nuestra visita, nos dejamos caer en casa de nuestros amigos. Después de los saludos protocolarios dejamos a las chicas justo en la entrada del recinto donde se celebraba la actuación y nos fuimos a cenar. Después de una magnífica, desenfadada y apacible cena nos fuimos a dar un paseo. La noche estaba resultando inmejorable pero la cosa iba a cambiar radicalmente.

Entre el gentío apareció ante nosotros una pareja conocida, se trataba de un antiguo compañero de los primeros cursos de bachiller. Hacía muchísimos años que no lo veía. Para mí supuso una gran alegría verlo después de tanto tiempo y, llevado por la euforia del momento, le di un fuerte abrazo. Este hombre siempre había sido serio, apocado e introvertido y, al parecer, lo seguía siendo. De pronto se puso extremadamente serio; y me dio a entender que me diría algo que no me gustaría oír y que él guardaba después de tantos años.

Arrancó a hablar y, directamente, me soltó que desde nuestros primeros contactos, desde el primer curso del antiguo bachillerato, yo y algunos compañeros de mi pueblo le habíamos hecho mucho daño.

Cómo decía anteriormente, él era un chico muy tímido, introvertido y pusilánime. Yo nunca había sido especialmente travieso, aunque, eso sí, éramos totalmente diferentes. Tanto yo como el resto de compañeros que veníamos del mismo del pueblo éramos más duros, más callejeros; vivíamos más a la "intemperie" jugábamos al futbol en las eras y calles con cualquier cosa que fuera, más o menos, redonda; nos bañábamos en los brazales, acequias y ríos, a veces desnudos, y nos secábamos al sol. Estábamos mucho más curtidos. Éramos de "otra pasta". Él era una planta de invernadero, un niño mimado. Su vestimenta rayaba la perfección, parecía un maniquí; todo limpio y perfumado. En nada nos parecíamos nosotros que, sin ir sucios ni vestir indignamente, vestíamos de forma más humilde.

Sin más pausas, paso a explicar cómo le habíamos producido el presunto daño. Pues sí, resulta que en aquellos tiempos lo que más nos llamaba la atención de su atuendo, era su corbatita de aquellas que se ajustaban al cuello con una cinta elástica. Seguro que si alguno de nosotros había usado dicha prenda habría sido el día de nuestra primera comunión y, posiblemente, prestada. Quizá era el único alumno del instituto que llevaba corbata y, como llamaba la atención, algunos habíamos visto divertido en algún momento tirar de dicha prenda. No fueron muchas veces y, yo al menos, nunca pensé que se trató de un maltrato, pero al parecer, a él sí le afectó y le hizo daño.

Desde el momento en que se produjo el encuentro aquella noche de verano, tantos años después y se hizo habitual la palabra bullying, le estuve dando vueltas al tema y llegué a tener cierto sentimiento de culpa; a sentirme mal.

Pero resulta que dándole vueltas al tema caí que el antiguo compañero "víctima" de nuestro "juego" era hijo de un profesor del centro, famoso, exigente y que solía practicar en sus clases unos métodos nunca justificables incluso en aquella época. Yo nunca fui víctima de aquellas prácticas, pero sí muchos de mis compañeros.

Todos los lunes por la tarde teníamos dos horas de clase seguidas con él; ya el domingo comenzábamos a notar el peso de su nombre y andábamos con el estómago encogido, sensación que aumentaba conforme se acercaba la hora de su clase. El reloj no había avanzado nunca tan lento. Las dos horas se hacían eternas, en esos ciento veinte minutos solían pasar muchísimas cosas y, muchas de ellas, muy desagradables. A mí se me quedó grabada la palabra "VERBOS". Sí, las dos horas de clase en la tarde de los lunes eran de repaso, en general, y una de esas tardes, al ínclito profesor se le ocurrió hacer una pregunta sobre la declinación de los verbos en castellano; pronto se dio cuenta de que la mayoría contestábamos de forma errónea. Inmediatamente, cogió un folio y apuntó a todos los que no habíamos contestado correctamente; entre ellos estaba yo. La semana fue para mí un calvario. Sin criterio ni rigor le eché muchas horas al estudio de la materia.

De forma implacable llegó el lunes por la tarde y allí estábamos con dos larguísimas horas por delante ante nuestro "querido" profesor.

Pidió voluntarios y, con el corazón a punto del infarto, levanté mi temblorosa mano derecha. Contesté correctamente varias preguntas y, cuando me atrancaba él me daba pistas sin duda premiando mi valentía. Aunque casi no me lo creía, vi que me borraba de la lista y me dijo que me sentara. ¡Qué peso, qué losa se me quitó de encima...!

Como solo fui yo el voluntario, continuó llamando a compañeros. Creo que aquella tarde nadie más consiguió ser eliminado de la lista; pero sí puedo asegurar que llegó fin de curso y algunos no lo habían conseguido y las tardes de los martes seguían teniendo su tiempo dedicado a los verbos. Pronto aparecieron los insultos e incluso el maltrato físico severo. Yo vi la sangre de algún labio partido por el efecto de algún bofetón. Allí estaba también su hijo, el antiguo compañero, el que tanto sufrió.

Ninguno de la clase se quejó ni entonces ni mucho menos ahora.

Yo no dudo que él, en su momento, se sintiera mal, que sufriera sin ser culpable pero no era mi intención ni la de ninguno del grupo hacerle daño, éramos unos niños sin ninguna intención perversa.

Pero creo que el comportamiento de su padre durante varios meses, sí que fue muy dañino y causó mucho dolor, pero con la diferencia de que él era el profesor, la autoridad, una persona con cultura y tenía que ser consciente de lo que hacía.

¿Era su hijo consciente de lo que estaba pasando en clase? Claro que sí. Tenía edad para saberlo, lo presenciaba todo, veía lo que estaba pasando y que no era nada bueno.

Quizá lo había normalizado porque lo estaba viendo desde su más temprana infancia cuando veía a su padre dar clases en la importante academia que regentaba en su casa antes de que existiera el instituto y empleando los mismos métodos.

¿Como llamar lo que hacía de forma habitual con niños indefensos? ¿Era aquello bullying o algo peor?

 

Era MALTRATO, físico y psicológico.

 

¿Es eso bullying?



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