BULLYING, por "Sienso"
Desde hace bastantes años la
palabra bullying se ha hecho habitual en nuestras vidas, eso sí,
con unas connotaciones claramente negativas.
Es frecuente escucharla en
diferentes medios, en boca de psicólogos, profesores, padres e incluso de personas
ya adultas que, quizá por haber sido víctimas de sus efectos anteriormente,
conceden entrevistas para hablar de ello o directamente se escribe sobre el
tema.
Desde hace ya muchos años,
bastantes, vengo pensando mucho en este asunto.
Fue a raíz de que me sucedió el hecho que quiero relatar.
Hace aproximadamente unos 20
años, una de mis hijas me pidió que, si era posible, le consiguiera un par de
entradas, una para ella y otra para una amiga, para ver el concierto que uno de
los grupos musicales de gran éxito por entonces en nuestro país. Sería con
motivo de las fiestas de verano, en una localidad importante de nuestra costa.
Ella sabía que yo tenía un buen
amigo allí y que quizá pudiera conseguirle las susodichas entradas.
Rápidamente me puse en marcha en
pos de conseguir dicho objetivo, porque, como supongo que, como cualquier
padre, yo trataba de conseguir para mi hija todo lo que, razonablemente, me
pedía.
Me puse en contacto con mi amigo
y, como así esperaba, me dijo que lo diera por hecho, que contara con las
entradas.
Pasó el tiempo, llegó el verano y
las fiestas de la bonita localidad. Después de avisar con anterioridad de
nuestra visita, nos dejamos caer en casa de nuestros amigos. Después de los
saludos protocolarios dejamos a las chicas justo en la entrada del recinto
donde se celebraba la actuación y nos fuimos a cenar. Después de una magnífica,
desenfadada y apacible cena nos fuimos a dar un paseo. La noche estaba
resultando inmejorable pero la cosa iba a cambiar radicalmente.
Entre el gentío apareció ante
nosotros una pareja conocida, se trataba de un antiguo compañero de los
primeros cursos de bachiller. Hacía muchísimos años que no lo veía. Para mí supuso una gran alegría verlo después de tanto tiempo y, llevado por la euforia
del momento, le di un fuerte abrazo. Este hombre siempre había sido serio,
apocado e introvertido y, al parecer, lo seguía siendo. De pronto se puso
extremadamente serio; y me dio a entender que me diría algo que no me gustaría
oír y que él guardaba después de tantos años.
Arrancó a hablar y, directamente,
me soltó que desde nuestros primeros contactos, desde el primer curso del
antiguo bachillerato, yo y algunos compañeros de mi pueblo le habíamos hecho
mucho daño.
Cómo decía anteriormente, él era
un chico muy tímido, introvertido y pusilánime. Yo nunca había sido
especialmente travieso, aunque, eso sí, éramos totalmente diferentes. Tanto yo
como el resto de compañeros que veníamos del mismo del pueblo éramos más duros, más
callejeros; vivíamos más a la "intemperie" jugábamos al futbol en las
eras y calles con cualquier cosa que fuera, más o menos, redonda; nos bañábamos
en los brazales, acequias y ríos, a veces desnudos, y nos secábamos al sol.
Estábamos mucho más curtidos. Éramos de "otra pasta". Él era una
planta de invernadero, un niño mimado. Su vestimenta rayaba la perfección,
parecía un maniquí; todo limpio y perfumado. En nada nos parecíamos nosotros
que, sin ir sucios ni vestir indignamente, vestíamos de forma más humilde.
Sin más pausas, paso a explicar cómo
le habíamos producido el presunto daño. Pues sí, resulta que en aquellos
tiempos lo que más nos llamaba la atención de su atuendo, era su corbatita de
aquellas que se ajustaban al cuello con una cinta elástica. Seguro que si
alguno de nosotros había usado dicha prenda habría sido el día de nuestra primera
comunión y, posiblemente, prestada. Quizá era el único alumno del instituto que
llevaba corbata y, como llamaba la atención, algunos habíamos visto divertido
en algún momento tirar de dicha prenda. No fueron muchas veces y, yo al menos,
nunca pensé que se trató de un maltrato, pero al parecer, a él sí le afectó y
le hizo daño.
Desde el momento en que se
produjo el encuentro aquella noche de verano, tantos años después y se hizo
habitual la palabra bullying, le estuve dando vueltas al tema y llegué a
tener cierto sentimiento de culpa; a sentirme mal.
Pero resulta que dándole vueltas
al tema caí que el antiguo compañero "víctima" de nuestro
"juego" era hijo de un profesor del centro, famoso, exigente y que solía
practicar en sus clases unos métodos nunca justificables incluso en aquella
época. Yo nunca fui víctima de aquellas prácticas, pero sí muchos de mis
compañeros.
Todos los lunes por la tarde
teníamos dos horas de clase seguidas con él; ya el domingo comenzábamos a notar
el peso de su nombre y andábamos con el estómago encogido, sensación que
aumentaba conforme se acercaba la hora de su clase. El reloj no había avanzado
nunca tan lento. Las dos horas se hacían eternas, en esos ciento veinte minutos
solían pasar muchísimas cosas y, muchas de ellas, muy desagradables. A mí se me
quedó grabada la palabra "VERBOS". Sí, las dos horas de clase en la
tarde de los lunes eran de repaso, en general, y una de esas tardes, al ínclito
profesor se le ocurrió hacer una pregunta sobre la declinación de los verbos en
castellano; pronto se dio cuenta de que la mayoría contestábamos de forma
errónea. Inmediatamente, cogió un folio y apuntó a todos los que no habíamos
contestado correctamente; entre ellos estaba yo. La semana fue para mí un
calvario. Sin criterio ni rigor le eché muchas horas al estudio de la materia.
De forma implacable llegó el
lunes por la tarde y allí estábamos con dos larguísimas horas por delante
ante nuestro "querido" profesor.
Pidió voluntarios y, con el
corazón a punto del infarto, levanté mi temblorosa mano derecha. Contesté
correctamente varias preguntas y, cuando me atrancaba él me daba pistas sin
duda premiando mi valentía. Aunque casi no me lo creía, vi que me borraba de la
lista y me dijo que me sentara. ¡Qué peso, qué losa se me quitó de encima...!
Como solo fui yo el voluntario,
continuó llamando a compañeros. Creo que aquella tarde nadie más consiguió ser
eliminado de la lista; pero sí puedo asegurar que llegó fin de curso y algunos
no lo habían conseguido y las tardes de los martes seguían teniendo su tiempo
dedicado a los verbos. Pronto aparecieron los insultos e incluso el maltrato
físico severo. Yo vi la sangre de algún labio partido por el efecto de algún
bofetón. Allí estaba también su hijo, el antiguo compañero, el que tanto
sufrió.
Ninguno de la clase se quejó ni entonces ni mucho menos
ahora.
Yo no dudo que él, en su momento,
se sintiera mal, que sufriera sin ser culpable pero no era mi intención ni la
de ninguno del grupo hacerle daño, éramos unos niños sin ninguna intención
perversa.
Pero creo que el comportamiento
de su padre durante varios meses, sí que fue muy dañino y causó mucho dolor,
pero con la diferencia de que él era el profesor, la autoridad, una persona con
cultura y tenía que ser consciente de lo que hacía.
¿Era su hijo consciente de lo que
estaba pasando en clase? Claro que sí. Tenía edad para saberlo, lo presenciaba
todo, veía lo que estaba pasando y que no era nada bueno.
Quizá lo había normalizado porque
lo estaba viendo desde su más temprana infancia cuando veía a su padre dar
clases en la importante academia que regentaba en su casa antes de que
existiera el instituto y empleando los mismos métodos.
¿Como llamar lo que hacía de
forma habitual con niños indefensos? ¿Era aquello bullying o algo peor?
Era MALTRATO, físico y psicológico.
¿Es eso bullying?
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