AMARME, por Julia Albaladejo Álvarez
¿Amarte?... Siempre mi querido
Mar Menor. Nací y crecí descubriendo los sentidos en tus orillas.
Mientras llenaba mis pulmones de
maresía, tu luz ponía color al día. El sabor salado de cada "capuzón", me abría
el apetito. Y al atardecer, me acunabas cálidamente escuchando el vaivén de las
olas.
Los cangrejos corriendo de lado
con sus cuatro pares de patas, y esquivos bancos de chirretes que se dividían
cuando quería atraparlos, fueron los primeros “juguetes marinos” que me
hicieron reír.
Mis padres siempre me contaban
que aprendí a nadar antes que a caminar. Jamás he temido a este tranquilo mar
que me hacía sentir tan feliz.
Imposible contar todos los
recuerdos de infancia y juventud junto al Mar Menor, cuando forman parte del
paisaje de tu vida.
Pero cómo olvidar cuando me
llevaba mi padre los domingos al Balneario Floridablanca. Aún no era época de
bañarse, por eso primero nos asomábamos a las terrazas tumbados, mirando la
pradera marina siempre llena de vida: “crancas”, chapas, doradas, salmonetes,
lubinas, agujas… y qué impresión ver los bancos de anguilas haciendo bailar su
largo cuerpo. Luego nos instalábamos en el suelo de los pasillos, echábamos en
el orificio más grande de los tablones de madera un hilo de pescar con boya,
anzuelo y cebo, y esperábamos hasta coger algún pez que soltábamos al instante,
después de sostenerlo unos segundos en mis manos mientras le quitábamos con
mucho cuidado el anzuelo. Una vez pescamos un zorro tan grande, que no cabía
por el agujero.
En ese mismo balneario, en
verano, nos aferrábamos mi hermana y yo a la espalda de mi padre y recorríamos
de un extremo a otro el Floridablanca por debajo. Nos parecía una excursión
emocionante, por la sensación de estar en un laberinto misterioso y semioscuro,
entre los pilares de madera que sustentaban a aquel restaurante palafito, y a
la vez nos gustaba sentir el agua fresca bajo esa enorme sombra.
Hay recuerdos que son imborrables
por la emoción del momento, como cuando me regalaron mis primeras gafas de
bucear en pleno mes de junio y estaba el agua llena de alevines de caballitos
de mar… ¡Qué sensación! rodeada de peces maravillosos e inofensivos, abrazados
con sus colas a pequeñas algas desprendidas del fondo.
Tengo que parar en mi memoria
para contar un momento irrepetible. Una mañana de fin de semana, nos fuimos muy
temprano la familia en completo a bañarnos, como siempre frente al Hotel
Neptuno. Estábamos solos con el mar, espejo tentador, que nos invitaba a
meternos en sus transparentes aguas. Hicimos una competición nadando hasta la
lejana boya mi padre y yo, siempre me dejaba ganar. Cuando llegaron mi madre y
mi hermana, nos cogimos de la mano “haciendo el muerto”. Mirando al cielo
infinito pedía que se parara el tiempo, y me pareció que el mar con su líquido
susurro decía: “AMARME”.
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