ASALTOS A PARLAMENTOS (VII), por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui
(continuación)
Sin embargo, antes de seguir con
los ejemplos concretos parece oportuno decir que nuestro Congreso no contó con
sede estable hasta 1850. Se impuso la itinerancia hasta esa fecha y cabe
preguntarse ¿cómo iba a haber “seguridad” tratándose en nuestro caso, por casi
cuarenta años exactos, de un Parlamento itinerante, de unas Cortes que
se reunían en iglesias, o en teatros…?34 ¿Cómo proteger a un
Parlamento que desconocía dónde iba a celebrarse la siguiente sesión de Cortes?
Sus enemigos tenían fácil el acceso a esas posibles futuras reuniones.
Hay, no obstante, un dato que puede contrarrestar lo anterior: la protección, dotaciones de gente armada cuyo estudio serio está en nuestro caso por hacer, tendrá una nueva digamos que configuración de origen. Dice con todo acierto GARCÍA VENERO que “una de las medidas más revolucionarias y trascendentales de las Cortes de 1810, fue la de abrir las puertas de las Academias militares y, por tanto, las del Ejército a todos los españoles”35, dado que anteriormente estaba reservado tal acceso a la nobleza. Es momento en que las Cortes proclaman su soberanía, su dignidad igual que el Monarca, quizá por eso no pueden estar servidas “sólo” por los nobles asentados en los Ejércitos, sino por el conjunto de la Nación. Repugnaría que fuera de otro modo, una vez cambiado el rol o status del Parlamento. Recuérdese, además, que es un Parlamento no centralizado, huido, atacado por tropa extranjera o invasora del territorio español.
Y así se enlaza con los dos
episodios ulteriores, que distan entre sí 107 años, pues uno fue en enero de
1874 y el otro en febrero de 1981. Son acaso de los más conocidos de asaltos a
Parlamentos, y sus imágenes, por litografías o por fotos y videos, están en la
memoria de todos.
Sabido es que el general Manuel Pavía, capitán general de Castilla Nueva, protagonizó un ataque al Congreso de los Diputados el 3 de enero de 1874. Tropa armada y a caballo profanó esta sede parlamentaria cuando se estaba tramitando en ella el procedimiento de otorgamientos de confianza al Presidente Emilio Castelar o, para mayor precisión y dada la negativa del mismo a continuar en el cargo, de elección de persona que lo sustituyese. La situación de España era casi laberíntica: Amadeo I había abdicado un año atrás, el 11 de febrero de 1873. Disensiones intestinas etc., descontrol republicano, caldo de cultivo propicio para los partidarios del “solo el orden militar es orden”, podríamos decir.
Figueras (depresivo, aquejado de
dolencia anímica tras el fallecimiento de su mujer, y temeroso de un golpe de
Estado) huye a Francia. Le sucede Pi y Margall, que trata de derrotar a los
carlistas (tercera guerra carlista). Se sublevan dentro de las Cortes los
intransigentes y el Presidente abandona el cargo y es entonces cuando se
proclaman los cantones. Le sustituye Nicolás Salmerón que trata de imponer el
nuevo “imperio de la Ley” para restablecer el orden; entre otras cosas dotó
30.000 plazas nuevas de guardia civil. Dimitió para no firmar sentencia de
muerte de varios soldados acusados de traición. En septiembre de 1873 las
Cortes eligen a Castelar, que pide medidas extraordinarias para acabar con la
guerra carlista y con la rebelión cantonal.
De hecho bombardeó Cartagena con
resultado al menos de doce muertos y centenares de heridos.
Las Cortes se reabrieron el 2 de
enero de 1874. Pavía había pedido a ciertos de sus mandos que se reuniesen en
una casa contigua al Congreso. Al anunciar Salmerón que retiraba su
apoyo a Castelar: “perezca la República, sálvense los principios”; frente a
ello Castelar clamaba por una “República posible”, sosteniendo que los intentos
de constituir una República Federal se habían quemado en Cartagena. Castelar
sale, en la cuestión de confianza, derrotado por 100 votos a favor y 120 en
contra. Castelar dimite. Los otros tres ex Presidentes Republicanos proponen
que lo sustituya el diputado Eduardo Palanca Asensi. Es entonces cuando
Pavía desencadena su plan violento contra el Congreso y comunica al Presidente
del Congreso, Salmerón, la orden de disolución de Cortes y el desalojo del
edificio en 5 minutos. La guardia civil, que custodiaba el edificio, se puso a las
órdenes de Pavía. Este decía actuar -ocupar el Congreso- “en nombre de la
salvación del ejército, de la libertad y de la patria” y atendiendo a su “deber
de español y de soldado”. El sexenio democrático acaba, pues, entre botas
militares, las de los asaltantes y las del beneficiario de ello, el general
Serrano.
Y el resumen de tales años no
deja de ser proteico, multiforme36: una monarquía, dos formas
distintas de república, dos Constituciones (la de 1873/74 no llegó a regir),
una guerra colonial, dos guerras civiles y una incesante contradanza de Juntas,
excesivo contenido para tan solo seis años de historia política.
El otro asalto -por desgracia,
mundialmente conocido- se produce el 23 de febrero de 1981. De él hay algunas
fotografías y un trozo de video con imágenes sacadas del directo (no se ofrecía
como tal la sesión, pero sí se tomaban imágenes de la misma en directo) que
emitía Radio Televisión Española. Poco más tendríamos que añadir. Acaso una
importante similitud con cuestiones que ya han sido analizadas o recordadas en
las páginas precedentes: se trataba de que una tropa armada a cuyo mando
figuraba un mero teniente coronel de la guardia civil asaltase el Congreso para
que éste no pudiese finalizar el procedimiento de relevo en la Presidencia del
Gobierno tras la renuncia, días atrás, de Adolfo Suárez, trama que estaría -o
no, según las versiones- inserta en otra o en varias y en las que habría otros
implicados, militares o civiles.
Hay quien sostiene que Tejero
se inspiró, como modelo a seguir en la toma del Palacio Nacional de Managua
por el comandante sandinista Edén Pastora que tuvo lugar el 22 de agosto de
1978. Ese suceso se conoce como “Operación chanchera”, que es el nombre
popular del episodio consistente en la toma de forma violenta por un comando
guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional del Palacio
Nacional de Nicaragua, hoy Palacio de la Cultura, el 22 de agosto de 1978,
cuando el Congreso Nacional celebraba una sesión. La denominación formal era
Muerte al Somocismo, y aceleró la caída del gobierno de Anastasio Somoza
Debayle. Pastora, el Comandante Cero, la denominó “Operación chanchera”, ya que
se veía popularmente a los miembros del Congreso Nacional como chanchos
y por ende el Palacio Nacional como una pocilga. El desprecio al
Parlamento, tanto el de 1978, como el de febrero de 1981, es proverbial.
(continuará)
34 Vid mi libro En un lugar de las Cortes … El
Congreso: trashumancia, nomadismo y destierro hasta lograr sede fija en Madrid
en 1850, Congreso de los Diputados, Madrid, 2009.
35 Maximiano GARCÍA VENERO, Historia del
Parlamentarismo español (1810-1833), Madrid, Instituto de Estudios
Políticos, 1946, pág. 307.
36 Vid, JOVER ZAMORA, José María, GÓMEZ-FERRER, Guadalupe
y FUSI AIZPURÚA, Juan Pablo, España: Sociedad Política y Civilización
(Siglos XIX y XX), Debate, Madrid, 2001, pág. 201. Vid también FONTANA,
Josep, La época del liberalismo, vol. 6 de la Historia de España,
dirigida por él y por Ramón VILLARES, Crítica-Marcial Pons, Barcelona, 2007.
VILCHES, Jorge, La primera República 1873-1874, de la utopía al caos,
Espasa, Barcelona, 3ª edición, 2023.
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