ROSAS NEGRAS, por Ginés Cruz Zamora
En
demasiadas ocasiones juzgamos a las personas por su apariencia, ocupación, o
creencias; y en no pocos de esos juicios temerarios, nos equivocamos. Las
personas somos algo más que el atuendo que nos viste y la filosofía vital a la
que nos agarramos para andar por la vida.
Podemos
insistir en clasificar apellidos y rostros, pero no podemos etiquetar las
almas. Desgraciadamente, tienen que sobrevenir circunstancias dramáticas, como
por ejemplo, esas explosiones colectivas de nuestra íntima locura cotidiana,
que llamamos guerras, para descubrirnos el error en el que nos instalamos a
diario.
De
esta manera, las acciones de personas que teníamos bajo arresto en nuestro
juzgado mental, deshilachan las puñetas de nuestra invisible toga de
inmisericordes jueces, para después mandarlas al sitio que su propio nombre
indica.
La
crónica que les relato hoy no es una leyenda urbana, es un hecho histórico
contrastado por cientos de testigos y varios nombres propios de la Cartagena de
los albores de nuestra Guerra Civil.
El
25 de julio de 1936, tres relevantes hombres de izquierdas: los concejales José
Martínez Nortes, Miguel Céspedes Pérez y el fundador de Izquierda
Republicana en Cartagena, José López Gallego, acompañados de la más
famosa prostituta del barrio chino del Molinete: Caridad Norberta Pacheco
Sánchez, conocida como Caridad la Negra, evitaban la profanación y
quema de la Iglesia de la Caridad –hoy Basílica menor–, donde se hallaba entre
otras obras irreemplazables del culto, la imagen de la Virgen de la Caridad;
una Piedad –como saben, una Virgen sedente con el Cristo muerto en los brazos–,
que es la Patrona de la ciudad.
Aquel
día, cuando los ánimos de los exaltados hacían caer los símbolos religiosos de
los que consideraban sus enemigos, otros, que entendían que la libertad no es
sólo una palabra hueca sino un derecho de todos, se negaron, aún a riesgo de
perder sus propias vidas, a colaborar con el ciego despropósito de quemar la
iglesia.
López
Gallego que ya estaba
acostumbrado a jugársela por sus vecinos, incluyendo a aquellos que no pensaban
como él –porque como se supo después, durante la contienda escondió a varias
personas buscadas por el Frente Popular para ser ejecutadas–, organizó la
defensa del templo con el apoyo de un puñado de Guardias de Asalto. Le ayudaron
los otros concejales arriba mencionados y un grupo de prostitutas del Molinete
capitaneadas por Caridad la Negra; mujeres condenadas permanentemente
por la Iglesia, humilladas por otros muchos ciudadanos de bien y usadas como
juguetes por proxenetas y clientes, pero armadas con una valentía y con unas
convicciones morales muy superiores a las de todos sus juzgadores.
“Si
tenéis huevos, subid esos escalones, pero con la pistola en la mano” retó
López Gallego, flanqueado por un ejército de unos pocos guardias y una decena
de putas.
Nadie
subió un solo peldaño.
Una
lumi con unas tijeras en la mano es una adversaria demasiado peligrosa y no se
le ocurrirá a un tipo, por muy bragado que sea, faltarle a la Virgen delante de
una mujer de la calle. Y no me pregunten por qué. Supongo, que las
profesionales que practican ese viejo oficio, saben mejor que nadie qué cosas
le llamarían los justos de su época a la Virgen, estando embarazada y sin
marido.
Cuando
los asaltantes se dispersaron, la talla de la Patrona fue puesta a buen recaudo
en el almacén municipal.
Al
finalizar la guerra, López Gallego tuvo que marchar al exilio.
Así
pagamos en España a los que defienden a los demás.
En
1947, Caridad la Negra, –que hay que decirlo, dedicó durante toda su
vida grandes sumas de sus ganancias a asistir a varias instituciones benéficas
de la ciudad–, puso por primera vez a los pies de la Patrona un ramo de rosas
negras en desagravio por las ofensas recibidas.
Llámenle
religiosidad popular. Opio del pueblo. O simplemente, delirios provocados por
la soledad de las noches donde el último sudor que le regalan a una prostituta,
se queda impregnado en los billetes que le dejan sobre la cómoda por haber
servido de recipiente humano.
Yo
creo, que es de los actos de amor más bellos que jamás haya conocido y puede
que piense así, porque dicen, que el amor de una prostituta, cuando no se ha
pagado por él, es el más puro que se pueda encontrar.
Si
algún día visitan Cartagena podrán ver el rostro de Caridad la Negra en una
de las pechinas que adornan la Basílica, pues el pintor Wssel de Guimbarda la
tomó como modelo para recrear a la bíblica Magdalena.
Y
si viajan a la ciudad durante la Semana Santa, comprobarán que el Lunes Santo,
los portapasos de la Piedad, cuando sitúan el trono frente a la Patrona en esa
misma iglesia que unos rojos y unas putas salvaron de la quema, depositan un
ramo de rosas negras a los pies de la imagen de la Virgen.
Muchas
personas, miles de visitantes, se preguntan por qué.
Ustedes ya lo saben.
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