lunes, 17 de julio de 2023

ECO.73 "TURISTAS EXTRANJEROS" POR LA ZONA DE CARTAGENA Y MAZARRÓN, en LOS SIGLOS XVIII y XIX (V)

"Turistas extranjeros" por la zona de Cartagena y Mazarrón, en los siglos XVIII y XIX (V), por Paco Acosta

(continuación)

ISABELLA FRANCESCA ROMER (1798-1852)

Escritora británica, adquirió relevancia por sus relatos de viajes. En 1842, pasó por España, y entre otros recorridos realizó una travesía en barco desde Barcelona a Cádiz, por la costa, como pasajera a bordo de “El Rubí”.  Publica en 1843 una obra que titula The Rhone the Darro and the Guadalquivir. A summer ramble In 1842, en la que recoge sus impresiones del viaje (y bastantes tópicos, costumbres, etc. que “saca” de narraciones de anteriores viajeros).

En su breve estancia en Cartagena (unas pocas horas, pues desembarcó por la mañana y regresó al barco a desayunar…), parece que tuvo tiempo de ir a todas partes, y tener una impresión general de la ciudad y sus gentes. Describe el Puerto, “uno de los mejores del mundo por encontrarse al total resguardo de todos los vientos”; dice que “está fuertemente defendido por poderosas baterías”; y comenta también: “aparte de estas cosas no hay nada digno de señalar en la ciudad, pues la Catedral es muy pobre”; “la Alameda o paseo público situado bajo la muralla es muy inferior comparada con cualquiera de las que hemos visto hasta aquí”; “Cartagena, a pesar de su bello enclave, deprime el espíritu con esa atmósfera indescriptible de monotonía y desolación”. Al parecer sus informaciones provienen de “un grupo de residentes que subieron a bordo con ansias de noticias y encantados de variar la monotonía de su existencia en un lugar tan completamente falto de recursos”. Y lo que le quedó muy claro, y así lo trasmite, son “detalles” como estos: “a consecuencia de la tremenda sequÍa no se producían ni frutas ni verduras en la zona”, “la leche y la mantequilla son desconocidas”; “la dieta se componía básicamente de pescado”; “los nativos son bastante incultos”…

Espero que los numerosos cruceristas actuales se lleven otra impresión cuando recalen en la ciudad portuaria…

 

MARTIN HAVERTY (1809–1887)


Periodista e historiador irlandés. También llega a Cartagena por mar. Su visita a España la cuenta en la obra, que publicó al año siguiente, titulada Wanderings in Spain in 1843. De su lectura se deduce que contaba con bastante información previa de la historia de la ciudad. En cuanto a lo que ha percibido en su visita, cuenta lo mismo que otros viajeros: elogia la bahía del puerto, sus magníficas defensas, pero también hace mención al abandono tanto del Arsenal como su Astillero. Con un guía, veterano de la batalla de Trafalgar, recorre la ciudad de la que pretende reconocer un aspecto moro en la pequeñez de sus ventanas, profusamente enrejadas, y en lo bacheado del pavimento de sus viejas callejuelas. Le asombra “la gran cantidad de magnífico mármol rojo que se utiliza para los mas extraños y bajos usos en Cartagena: los bordillos de varias calles y gran cantidad de rudos portales están hechos con grandes bloques de este hermoso material”.

Presenta una buena información sobre la situación económica, en cuanto a las minas de plomo y plata, y las fundiciones que han surgido a lo largo de la costa en la Sierra Almagrera, bastantes de ellas con capital inglés. Destaca también la abundancia del esparto en las áridas tierras cartageneras, que se usa para la manufactura de alfombras o para el cordaje de las embarcaciones.



DORA QUILLINAN (1804–1847)


La británica Dorothy o Dora Quillinan (de soltera Dora Wordsworth), efectuó un viaje a la península ibérica buscando mejores aires para su quebrantada salud. A su regreso, en 1847, poco antes de su fallecimiento, publicó su Journal of a Few Months’Residence in Portugal, and Glimpses of the South of Spain. En 1845 llegó a Cartagena por mar, en un buque que se dirigía a Barcelona. Y al igual que los cruceristas actuales, pasó en la ciudad unas pocas horas (desde las 6 de la mañana hasta las 6 de la tarde). En sus impresiones, aunque conoce relatos anteriores, no se concentra en resaltar la decadencia de la ciudad y su arsenal. Forma parte de un grupo, uno de cuyos miembros traía una carta de presentación para una autoridad local, lo que les sirvió para poder entrar en el Arsenal. Destaca su amplitud y sus elementos arquitectónicos -bóvedas, arcos, pilares,…-, y queda decepcionada por su escasa actividad: “no hay ni 50 hombres trabajando donde solían trabajar varios miles”. En cambio les mostraron “un modelo de acorazado, un juguete, recién acabado y ya dispuesto en su caja” para ser enviado a la reina Isabel. También visitan el Castillo, “que tan buen aspecto tenía desde los muelles”, pero nuevamente queda decepcionada al verlo “abandonado como ruina inútil, abierto a los vientos, libre para que entrase quien quisiera”. Desde allí “la llanura, en su mayor parte, ofrece una aspecto desértico, casi tan árida como las colinas que encierran la bahía”.

En la posada les sirven una “magnífica comida española. Tomamos olla y salpicón y algo que llaman sopa, pero que para nosotros serían más unos macarrones guisados en caldo corto. Este último plato me pareció excelente”; “los platos se sucedían uno tras otro”; “postre y fruta aparecen en la mesa juntos”; “el vino muy bueno”.

Después de comer se sienta en el balcón, “a la sombra de la persiana de juncos” y contempla el paso de los transeúntes. Le gustan los maravillosos mantones -de vivos colores, o de cuadros blancos y negros, otros cruzados por anchas rayas rojas y por finos hilos dorados, rematados por preciosas borlas grandes, y algunos de un solo color ricamente bordados-. Se fija en los sombreros “con centros de pan de azúcar, rematados con bonitos adornos, a veces con borlas de seda de todos los colores”. Comenta que “se lleva mucho la esparteña, que se ata al pie con unos hilos trenzados”, y “pantalones blancos, amplios y cortos que apenas llegan a la rodilla”; “entre los caballeros y los burgueses está muy extendida la capa con sombrero francés, o andaluz, o cualquier otro tipo de gorra”.



(continuará)




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