viernes, 3 de febrero de 2023

ECO.70 LA CHICA DEL SOMBRERO

LA CHICA DEL SOMBRERO, por "Sienso"

Había sido un día larguísimo del mes de agosto, de esos de calor asfixiante y que parece no van a acabar nunca. Sobre media tarde, cuando el sol se va aproximando al horizonte y el intenso calor comienza a disminuir, casi todas las tardes me iba a mi rincón preferido entre las rocas y junto al mar, a disfrutar de la temperatura, que ya era más baja, y de la lectura. Cuando la luz empezaba a escasear regresaba a casa y preparaba algo de cena.

En el camino de vuelta, era obligado pasar junto a la terraza de copas, y casi única, de la zona. Como siempre yo llevaba mi sombrero de paja y mi pequeña mochila que siempre contenía algún libro y quizá alguna fruta. En mi camino pasé junto a una mesa ocupada por media docena de jóvenes. Fue visto y no visto, una de las chicas se levantó, se dirigió hacia mí, cogió mi sombrero, se lo colocó en la cabeza y se puso a bailar haciendo círculos entorno a mí. Quedé sorprendido, pero procuré aceptar el hecho con naturalidad. Le seguí el juego sonriendo y creo que hasta traté de seguirle el ritmo. Ella, entre risas pronunció algunas palabras, que yo no entendí, y que podían ser parte de la letra de la música que sonaba. Se notaba, claramente, que había bebido bastante y que había tomado algo más, iba bastante cargada y sus palabras sonaban pastosas.

Pensé que lo peor que podía pasar era que me tuviera que ir sin mi sombrero, total, era de esos que algunas empresas hacen para publicitarse en verano. Le dije que le quedaba muy bien, ella contestó que no y, mientras me lo colocaba en la cabeza, me dijo que me quedaba mejor a mí. Nos despedimos y yo reanudé mi camino.

Horas más tarde ya en la cama y cuando me disponía a rebobinar la "película" del día, recordé el episodio. Pensé en aquel grupo de jóvenes, en cómo sería su vida y qué grado de integración y compromiso tendrían con este mundo en el que tan frecuentemente, y especialmente para los jóvenes, es difícil vivir. Llegué a sentir cierta pena.

La máquina siguió girando y pasó a otros pequeños acontecimientos del día. El tiempo pasaba y, el calor, lejos de disminuir, aumentaba. Aunque no a bañarme, a primera hora de la mañana, solía dar un paseo chapoteando por la orilla de playa más significativa del lugar. En un momento dado, me tropecé con una cara conocida. Sí, era ella, nos saludamos y continuamos el paseo juntos. Era de Madrid y estaba pasando aquí una semana. Pronto tendría que regresar. Había obtenido el premio fin de carrera y le habían ofrecido incorporarse al departamento de la especialidad que ella había cursado.

Tenía que tratar sobre ello.


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