viernes, 12 de febrero de 2021

ECO.58 SER CRISTIANO

 Ser Cristiano, por A.F.García


Prefiero, sinceramente, la expresión “ser cristiano” a “ser católico”. Aunque esta última expresión “katholikós”, universal, común a todos, lo adoptó la iglesia romana para distinguirse de las demás iglesias o confesiones cristianas, ha pasado a ser exclusivo, excluyente en vez de incluyente.

“…un legista…dijo: Maestro, ¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Él le dijo: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?  Respondió: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo… Bien has respondido. Haz eso y vivirás” (Lc. 10, 25-28). Mateo añadirá: “En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas” (Mt. 22, 40).

Cuando la samaritana pregunta a Jesús cuál es el verdadero lugar de adoración Él responde: “Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran deben adorar en espíritu y verdad” (Jn. 4, 23-24).

Con ello nos viene a decir que cualquier lugar es bueno para dirigirse a Dios; hasta entre los pucheros diría Teresa de Jesús.

María recibe el anuncio del ángel Gabriel en su casa en Nazaret, no en un gran templo.

A la vista del mensaje evangélico, los textos bíblicos, incluso de la historia de la Iglesia, Dios no excluye a nadie de buena voluntad, pero tiene preferencia por los humildes:

Desde el Emperador Enrique II del Sacro Imperio Romano Germánico hasta el humilde lego mulato San Martín de Porres, Fray Escoba. Tenemos a los humildes discípulos de Jesús, futuros apóstoles.

David es el menor de los hijos de Jesé, que tiene su padre de pastor en el campo y el último que ofrece al profeta Samuel para ser ungido Rey.

Oigamos a María, madre del salvador: “Alaba mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador; porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava. Por eso, desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada; porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso...” (Lc. 1, 46-49).

La invitación del mismo Jesús, a la que yo me he acogido en muchos momentos de mi vida: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 28-30).

A la vista y consideración de estos ejemplos el espíritu con que hagamos las cosas es más valioso a los ojos de Dios que las obras en sí.

“…vio también a una viuda pobre, que echaba allí dos moneditas, y dijo: De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que nadie. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobra, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesita, de todo lo que tenía para vivir” (Lc. 21, 2-4).

La santidad de Santa Teresita de Lisieux (1873-1879) «no se basa en fenómenos extraordinarios. Se basa en hacer de manera extraordinaria las cosas más ordinarias y corrientes».

Teresa de Calcuta (1910-1997), conocida por su ayuda a los más necesitados, confiesa que cuando no podía ayudar de otra manera a un pobre lo hacía con un gesto de afecto o una sonrisa.

Algunos clérigos, sobre todo jerarcas, y gobernantes católicos lamentan la ausencia de los tradicionales símbolos religiosos en edificios públicos y privados.

Me abstengo de emitir un juicio sobre algo que puede servir de ayuda a algún creyente. Como muy aficionado a la historia y la cultura no puedo por menos que apreciar las valiosas creaciones artísticas de los cristianos, otras religiones o cultos.

Pero yo sólo me siento capaz de hacer un poco de lo que hacían Fray Escoba, Teresita de Lisieux o Teresa de Calcuta. Quisiera evitar lo que Dios, por el profeta, lo repite ante escribas y fariseos: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí“ (Mc. 7, 6).


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