martes, 15 de mayo de 2018

ECO.41 Teatro en Murcia: Antígona


Teatro en Murcia: ANTÍGONA. UNA GRAN OBRA, UNA GRAN PROTAGONISTA, por A.F.García 



Una de las más sublimes y en todos los aspectos una de las obras de arte más consumadas que el empeño humano haya jamás creado.” HEGEL.

Hacía muchos años, casi no recuerdo que un espectáculo me absorbiera totalmente la atención de principio a fin. Estoy convencido de que no solo a mí sino a todo el público que llenaba el hermoso Teatro Romea. No se percibía ni un murmullo, ni un bisbiseo, ningún sonido fuera del que procedía del escenario.

La línea argumental aparece desde el principio, ofreciendo la evolución secuencial de los hermanos Eteocles y Polinices, que disfrutan jocosamente de encontrarse y pasan del abrazo al enfrentamiento, la lucha y el homicidio fratricida.

Los dos hermanos se habían comprometido a turnarse en el poder, pero llegado el momento, Eteocles no cumple el compromiso y Polinices desea hacerlo y llega a Tebas con un ejército de foráneos. 

Creonte se proclama rey a la muerte de los legítimos herederos de Edipo, su hermano y expulsa a los invasores. Dirige un elocuente discurso a los tebanos, cuyo valor ha salvado la democracia y la libertad del yugo extranjero que suponía el traidor Polinices, para cuyo cadáver ordena que se deje expuesto a los elementos y las fieras, mientras a Eteocles se le organizan pomposas honras fúnebres. De la celebración de la victoria la Compañía Ferroviaria hace una brillante exhibición coreográfica de músicas y danzas, en su mayoría conocidas pero con un matiz propio.

A partir de aquí se desarrolla la línea argumental esencial, que rige la obra. Antígona, la fiel y heroica hija de Edipo que le acompaña cuando se deja sin vista, abandona el poder y vagabundea, se siente en deber de dar sepultura a su hermano. Surge el dilema entre obedecer al poder del estado o a la ley natural. Gobernante y ciudadano eligen un camino divergente, que, lejos de confluir en un entendimiento se separan en un proceso gradualmente acelerado.

El justo Creonte, complacido salvador de la patria, no puede entender que su sobrina esté convencida y orgullosa de ha actuado rectamente enterrando a su hermano. Humilla al mensajero que se lo comunica. Trata de hacer burla de su hijo Hemón, que está enamorado de Antígona y reclama de él el gesto clemente; pero el joven afirma tajante que prefiere estar atado con las cadenas del amor a con la esclavitud a su padre.

Antígona sabe que ha sido condenada a morir en una cueva encadenada y rechaza generosamente la solidaridad de su hermana Ismene, no tan segura.

Aparece Tiresias, el adivino ciego, el amonestador incómodo, que le viene a decir lo que no quiere oír ni saber. Pese a humillaciones y amenazas el adivino es fiel a su cometido, le insiste a Creonte en que es más ciego él porque no ve o no quiere ver lo que ocurre en la ciudad: indignación y malestar. Están hartos de guerras y violencia; los soldados que han ido contra Argo están deseando volver a casa, no quieren más guerras de ambición y venganza. Los restos del joven Polinices, despedazados por perros y buitres, claman a los dioses.

Antígona no merece ser condenada por cumplir un deber sagrado.
En esta versión se aprecia la rabia de Creonte pero no su arrepentimiento. Se ve a la protagonista ahorcándose y a Hemón suicidándose a su lado.

En la de Sófocles, que se representó por primera vez en el 442 a.C, Creonte recapacita pero tarde. Cuando llega a palacio con el cadáver de Hemón encuentra el de Euridice, que no quiso sobrevivir a su hijo.

Según se iba desarrollando la obra uno iba teniendo la sensación de que resultaba muy actual, más allá de lo que por su universalidad y gran calidad pudiera resultar. Nos lo dice la compañía: “Nuestra versión libre, se inspira en los textos de Sófocles, Brecht, Anouilh, George Steiner, Marguerite Yourcenar, Griselda Gambaro, Betsabé García, Bashar al Assad, Asociación memoria histórica de Paterna y Javier Ruano”.

Si bien hay muchos detalles y escenas significativas, especialmente las de Hemón y Tiresias con Creonte, la esencia del hilo argumental evoluciona sobre el eje de dos personajes: Antígona y Creonte, el pueblo y el gobernante.

Se utiliza la democracia. Difícilmente encontramos a un gobernante que no se considere o autodenomine demócrata. Aquí la evolución es muy rápida, como corresponde a una pieza de hora y media de duración. En su primera intervención no cabe dudar que Creonte es un gobernante demócrata, plenamente identificado con los tebanos. El cambio fue rápido, pero ocurrió en la obra y ocurre ahora, dentro y fuera de nuestro país.

Puede llegar a producirse en un país de indudable estabilidad política y democrática donde se llega al poder a través de un proceso electoral trasparente. La persona, puede ser también un grupo, que ha llegado así a gobernar, depositario del poder popular por un limitado plazo de tiempo, al ejercerlo, empieza a abandonar la idea de que lo debe a los electores y ejercerlo en función del bien e interés general de los ciudadanos y pasa a pensar que es suyo y a identificar el bien e interés general con el suyo. Llega a sentirse dueño no solo de los votos sino del pensamiento y voluntad de quienes le han votado, e incluso del resto.

Son el Estado o la Comunidad Autónoma. Cualquier advertencia o crítica es un ataque a esa institución. Se siente atacado y se vuelve a la defensiva, aunque sea de un allegado, Creonte y su hijo. La respuesta del gobernante es la descalificación, cuando no la amenaza, la presión, la turbia maniobra, tanto si la crítica procede de un grupo social como de un órgano informativo, Creonte y Tiresias.

Algún gobernante le da un pase a la democracia para prolongar su mandato o ampliar su cuota poder. Siempre es muy preocupante, aunque haya sido avalado por un referéndum. Si el país es modesto, la preocupación de las posibles consecuencias es solo para sus ciudadanos; si el país es poderoso, lo es para todos.


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