RINCÓN DE LA LECTURA: "PERIBÁÑEZ Y EL COMENDADOR DE OCAÑA", por A.F.García
Félix Lope de Vega Carpio nació
en Madrid en 1562 y falleció en la misma ciudad en 1635. La presente obra la
publicó en 1614.
Sitúa la obra entre Ocaña y
Toledo en verano de 1406, último año de reinado de Enrique III.
Los protagonistas son dos
campesinos de Ocaña y el Comendador de la Villa. Aquéllos se
casan durante el periodo de la siega, que coincide con la fiesta de la Asunción
y Corpus de agosto.
“¿Dícete muchos
amores?”.
…..
“Él de las mulas
se arroja
y yo me arrojo en sus brazos;
..…
y él lo paga,
porque a fe,
apenas bocado
toma,
de que, como a
su paloma,
lo que es mejor
no me dé”.
¿Tanta huella dejó Casilda
en el ánimo del Comendador cuando amable y solícitamente le
atendió de la embestida de un toro a la puerta de su casa?
Días después, sabiendo que ella
iba a Toledo, la sigue de cerca, a escondidas; y a escondidas, mientras ella
entre sus primas está contemplando la Procesión de agosto, encarga a un pintor
que la pinte.
“La luz faltará
muy presto.
No lo temas que
otro sol
tiene en sus
ojos serenos,
siendo estrellas
para ti,
para mí rayos de
fuego”
Reunida la cofradía de san Roque,
deciden llevar su imagen al pintor que la restaure; resultan ser Peribáñez
y Antón y allí reconocen el cuadro de Casilda.
Hecho el encargo, regresan no sin
pasar por donde están los segadores que habían pernoctado en el portalón de su
casa. Les sorprende cantando una copla que le atañe entre orgullo y
preocupación:
“Más quiero yo a
Peribáñez,
con su capa, la
pardilla,
que al
Comendador de Ocaña
con la suya bien
guarnida”
Esto proclama Casilda
desde su balcón, trancada la puerta de su aposento ante la ya supuesta llegada
del Comendador que tiene que oír desde la calle, en presencia de
los segadores, la bella exaltación de las labores del campo y de su marido.
El moro de Granada se niega a
pagar parias. Enrique III, lleva días en Toledo preparando una
expedición y envía Cartas a Ocaña pidiendo tropas. El Comendador
dispone de enviar dos compañías: una de labradores a mando de Peribáñez,
con rango de capitán; otra de hidalgos al mando de un alférez.
Comendador. Sí;
mas mira
que amor en
ausencia larga
hará el efecto
que suele
en piedra el
curso del agua.
Sin embargo, si el Comendador
es artero pensando en el futuro, Peribáñez no lo es menos. Por
ello, se postra ante él y da su espada a aquél para que le nombre caballero:
Peribáñez. ¿Qué falta agora?
Comendador. Jurar
que a Dios, supremo
Señor,
y al Rey
serviréis con ella.
Peribáñez.
Eso juro, y de traella
en defensa de mi
honor,
del cual, pues
voy a la guerra,
a donde vos me
mandáis,
ya por defensa
quedáis,
como señor desta
tierra.
Mi casa y mujer, que dejo,
por vos, recién
desposado,
remito a vuestro
cuidado
cuando de los
dos me alejo.
Comendador. ... Algo confuso me deja
el estilo con
que habla…
Peribáñez, al
frente de sus labradores avanza a paso decidido por delante de los hidalgos. Ya
cercanos a Toledo, paran a hacer noche y encomienda el mando al alférez.
Al galope tendido de su mula, que
parece compartir sus pensamientos antes de una hora está de vuelta. Sabiendo
que hay música a la puerta de su casa, accede desde la casa de Antón
a sus corrales y sus cuadras, temiendo que sus animales se alboroten y le
delaten.
Se acerca hasta que puede oír lo
que se habla; y llega un momento en que se siente obligado a intervenir.
Comendador. Ya
no puede mi afición
sufrir, temer ni
callar.
Yo soy el
Comendador,
yo soy tu señor.
Casilda. No tengo
señor más que a
Pedro….
Comendador. Vengo
esclavo, aunque
soy señor.
…dejadme a ver
lo que puedo.
Casilda: Mujer
soy de un capitán,
si vos sois Comendador.
Y no os acerquéis
a mí,
porque a bocados
y a coces
os haré…
Comendador. Paso
y sin voces.
Peribáñez. ¡Ah,
honra! ¿Qué aguardo aquí?
…..
Perdonad,
Comendador;
que honra es
encomienda
de mayor autoridad.
Comendador. No quiero
voces ni
venganzas ya.
Mi vida en
peligro está.
Solo la del alma
espero.
No busques, ni
hagas extremos,
pues me han
muerto con razón.
Llévame a dar
confesión
y las venganzas
dejemos.
A Peribáñez
perdono”.
Peribáñez y Casilda
a la grupa de su yegua salieron hacia Toledo. Enrique III y su Condestable ya
sabían que el Comendador había muerto a manos de Peribáñez
y se habían ofrecido mil ducados por su captura. Sin embargo, afronta su
situación.
Peribáñez. …Yo
soy Peribáñez.
Rey. ¿Quién?
Peribáñez. Peribáñez,
el de Ocaña.
Rey. ¡Matadle,
guardas, matadle!
Reina. No
en mis ojos. Teneos, guardas.
Rey. Tened
respeto a la reina.
Peribáñez. Pues
ya que matarme mandas,
¿no me oirás
siquiera, Enrique,
pues Justiciero
te llaman?
Reina. Bien
dice. Oídle, señor.
Rey. Bien
decís; no me acordaba
que las partes
se han de oír….
Rey. ¿Qué
os parece?
Reina. Que he llorado;
que es la
respuesta que basta
para ver que no
es delito,
sino valor.
Rey. ¡Cosa extraña!
¡que un labrador
tan humilde
estime tanto su
fama!
…y a un hombre
de este valor
le quiero en esta
jornada…
Peribáñez. Con
razón todos te llaman
don Enrique el
Justiciero.
Reina. A
vos, labradora honrada,
os mando de mis
vestidos,
cuatro, porque
andéis con galas…
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