lunes, 22 de julio de 2024

ECO.79 EL BALSÓN

EL BALSÓN, por Marco A. Santos Brandys

Hay lugares de singular importancia, podría decirse que son casi "mágicos". El recordarlos frecuentemente, me hace pensar en tener por detrás, más tiempo que por delante, sintiendo el futuro, incierto. En esos lugares pienso con frecuencia y en el tiempo transcurrido sintiendo haberlos perdido. Las personas son insustituibles, pero algunos lugares son recuperables, aunque de forma distinta a lo que en su día, fueron. 

En la finca de vacaciones donde íbamos los fines del verano, con frecuencia pasaba por un lugar al terminar mis excursiones campestres, descansando un rato antes de hacer el último tirón del camino y llegar a casa. Era el balsón de la rambla, en un extremo de la finca, donde se almacenaba el agua de lluvia después de una tormenta, suceso que ocurre raramente en estas sedientas latitudes. En el balsón se almacenaba durante meses, e iba disminuyendo lentamente su volumen con el tiempo. Era un lugar especial al que necesitaba acercarme, y un sentimiento hacía que mis pasos se dirigiesen automáticamente hacia él, como si me llamase. 

El agua allí acumulada y entre los grandes cocones de piedra era cambiante, pero siempre había suficiente como para poder recogerla en cántaros, tinajas o darte un refrescante baño. Proliferaban las cañas y las jaras, los rododendros, las adelfas, los hinojos, juncos y muchas otras plantas de extraños o desconocidos nombres. 

Me acercaba frecuentemente por allí para pasar un rato o a cazar lo que se pusiese por delante, acompañado casi siempre de "Tasca", mi perrita canela, simpático y nervioso cruce de podenco andaluz y “fox-terrier”. La cercanía del lugar a casa y su tranquilidad, hacía que me fuese cautivando, sobre todo a la hora del mediodía, donde se goza escuchando en el silencio del campo, el ruido de las cañas mecidas por el viento, el chapoteo de los animalillos en el agua o el trino de un pájaro cantor. 

Al contemplar el salto de las ranas, el serpentear de las ágiles culebras, el vuelo de las elegantes libélulas, los renacuajos en evolución, las lagartijas y salamandras, el incierto vuelo de las mariposas y el monótono cantar de las chicharras, me quedaba absorto pasando el tiempo quieto bajo el sol y me era difícil perturbar su tranquilidad. A quienes antes molestaba disparando o tirando piedras, ahora me paralizaban, encandilándome largo rato y mi escopeta, muy activa en otros tiempos, se negaba a disparar. 

Empecé a ver un mundo nuevo, entre magia y realidad, al que me era difícil escapar. Atrás quedó el molestar a esos pequeños habitantes lanzando piedras al agua o pegándoles con una vara, etapas por las que cualquier chico tiene que pasar. Pero los años cambian a las personas y aquí, noté el paso de niño, a adulto. 

Mientras, notaba clavarse en mi nuca, los ojos furtivos de los habitantes del lugar ante mi presencia, estudiándome. Al contemplar la naturaleza, mis ojos se fueron transformando al observar el mundo circundante, intentando vislumbrar a los pequeños moradores. Descansando sobre una roca, oía el roce de las jaras, el movimiento de los juncos y el zumbido de las abejas, abstrayéndome e identificándome con el lugar y así, mi identificación aumentaba. 

Camuflándome entre las plantas, me tendí en el suelo de piedras acercándome al límite del agua, manchándome de barro. Noté a las ranas y lagartijas a mi lado, sin temor alguno. Imitaba algunos sonidos y no se asustaban. Al poco, fui notando una lenta transformación y empecé a sudar. Mi piel comenzó a ponerse viscosa y verdosa; mis adormecidos ojos se abrieron y la cara empezó a afilarse. Las uñas me crecieron y la espalda se alargó, sintiendo la imperiosa necesidad de tomar el sol. Arrastrándome entre los arbustos, me acerqué a la orilla del agua contemplando con asombro en su espejo, a un amenazante lagarto mirándome fijamente desde el fondo. Dando un respingo, noté cómo el lagarto me imitaba, mientras me arrastraba por el lodo, sintiendo unos ojos entre los juncos, escudriñando mi comportamiento. 

Con la parsimonia de una cámara lenta, observé cosas antes imperceptibles: lanzar la lengua las ranas para atrapar mosquitos y su salto al agua, el suave posar de las libélulas sobre las hojas, el zigzaguear sinuoso de las culebras entre el barro, el serrar de los saltamontes, las abejas libando entre las flores y el zumbido del panal... Y algo que prestó mi atención, esta vez a cámara rápida, pues el movimiento de unos baladres y un ruido casi imperceptible, me hizo girar la cabeza, sobresaltándome. Un extraño y pequeño hombrecillo a poca distancia, vestido con musgoso ropaje, se acercó al remanso de agua, portando un balde realizado con la cáscara de una nuez, cargándolo del transparente líquido, mientras otro individuo con aspecto más joven, se introducía entre los matorrales, portando en la espalda, una pequeña garba de juncos. 

Ensimismado con la visión y sobresaltado, giré sobre el lodo, sintiendo un peligro. Noté la amenaza de un animal acercándose rápidamente, mientras yo buscaba refugio para protegerme. Pero antes de encontrarlo, él había llegado donde yo estaba, y a punto de sentir su dentellada en mi lomo, después de un ladrido, con su rasposa lengua lamió mi cara y entonces, noté la realidad. Acariciando a "Tasca" con mi mano entumecida miré hacia arriba, me incorporé y comprobé haber estado gran tiempo en ensoñación, sintiendo el paso de las horas con una rapidez pasmosa. 

Inicié el camino de vuelta, acompañado por la perrita, subiendo por el camino que bien conocía y girando la cabeza para mirar de reojo el lugar donde me habían dado la bienvenida, y las gracias, sus habitantes por no perturbarlos. Llegué a casa estando mi familia acabando el aperitivo bajo la pérgola de cañas, disponiéndose a sentarse a la mesa para comer. Y mi madre me preguntó: 

- “¿Dónde te has metido?... te hemos estado esperando.” 

- “Me he entretenido en el balsón,… estaba muy buena el agua y me he remojado...” respondí sin contar toda la verdad.  Luego, al comentarles lo sucedido a la hora de cenar, ella dijo sonriendo: 

- “Deberías escribir esas curiosas cosas que te pasan”. Esa noche, me acosté pensando en el balsón y en mis compañeros de aventuras. 

Hace poco, volví a pasar por "el balsón" y allí noté a mis amigos, esperándome, sintiendo no poder quedarme porque me esperaba una nueva excursión y nuevas aventuras. 

Cumpliendo el deseo de mi madre, hoy escribo esta historia para recordarla y compartirla. Mientras, observo acercarse sigilosamente a una pequeña lagartija elevando su elegante y verde cabeza, mirándome fijamente.




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