lunes, 22 de julio de 2024

ECO.79 DERECHOS HUMANOS (XIX)

DERECHOS HUMANOS (XIX), por A. Fernández García

(continuación)

  

Artículo 21. 

1.     “Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país.” 

Ese derecho a través del sufragio universal se ha extendido por todo el mundo. Su extensión a las mujeres se ha conseguido con grandes esfuerzos por parte de éstas. Aun así, parece que hay aún 23 países donde ese derecho, y otros de máxima importancia, no se aplican. Se sitúan en África y Asia bajo cultura islámica como Yemen. 

 

2.     “Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones de igualdad, a las funciones públicas de su país.” 

Siendo esto lo deseable dudo mucho de que se aplique en la mayoría de los países y que ni siquiera haya voluntad política de llevarlo a efecto. 

 

3.     “La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que  garantice la libertad del voto.” 

En Hispanoamérica en países como Nicaragua, Cuba y Venezuela no se dan unas elecciones democráticas con plenas garantías.

Menos aún en países como Corea del Norte, China, Rusia…

¿Qué podemos decir de las monarquías árabes de Oriente Medio, Arabia, Jordania…? 

REFLEXIÓN. Uno se ve y se siente obligado a pensar que la democracia, palabra griega que significa el poder del pueblo, es el mejor sistema de gobierno o, dicho de otra manera, el menos malo. Así lo creemos y con ello funcionamos la mayoría de la humanidad. 

A la hora de votar lo hacemos por la opción mejor o, dicho de otra manera, por la menos mala. La escasa participación da entender mucha apatía o ausencia de convencimiento entre los ciudadanos. Eso me lleva a pensar sobre las apasionadas y desaforadas campañas permanentes. En ellas los líderes emplean mucho más energías y tiempo en hablar del adversario que de lo suyo, de lo que su opción ofrece. 

Con excesiva frecuencia se demoniza al adversario y se le achacan cosas que no resultan creíbles al ciudadano medio. 

Sirva de ejemplo la autodefensa del expresidente Trump cuando cuestiona la democracia de su país, hasta calificarlo de estado fascista.

(continuará)



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