viernes, 5 de agosto de 2022

ECO.67 NO MÁS PRIMAVERAS TRÁGICAS

NO MÁS PRIMAVERAS TRÁGICAS, por José Luis Mozo

Las cuestiones sanitarias han estado de cierre temporal mientras se hablaba sobre la OTAN. Encuentren en el mapamundi un territorio con 44 millones de habitantes a la que la poderosa Rusia está aplastando (se llama Ucrania) y márquenlo con atención porque ese conflicto es el culpable de todo… si tienen a bien creérselo. Hasta de la ya tristemente célebre factura de la luz. Y a eso la sanidad ¿es ajena?

Yo sitúo el punto de partida en la guerra del Yom Kippur, que tuvo escasas consecuencias militares, pero las tuvo estratégicas y políticas. La primera vez, desde su victoria en 1945, que a los Estados Unidos le mojaron la oreja fue en Vietnam. En el Yom Kippur se la volvieron a mojar con un líquido negro y untuoso llamado petróleo. Hasta entonces, ningún intento había conseguido pisar seriamente al cártel de las siete hermanas, pese a los esfuerzos venezolanos por crear un cártel contrario llamado OPEP. Pero en aquella guerra, los grandes productores del golfo Pérsico respondieron positiva y contundentemente a la llamada. Los precios asestaron un golpe inesperado y rotundo a la economía del mundo desarrollado. España consiguió amortiguarlo en parte, gracias a las gestiones del entonces príncipe Juan Carlos con la monarquía saudí, pero el impacto sobre las grandes naciones europeas fue considerable.

Ése fue el momento que Houari Boumédiène eligió para su toque de zafarrancho: la invasión islámica. “Millones de los nuestros invadirán Europa y no como amigos, sino para conquistarla a fuerza de población. Los vientres de nuestras mujeres nos darán la victoria”. Decía contar con dos aliados ya establecidos dentro de la propia Europa: el desarrollo del aborto y el hundimiento de la institución familiar. Tiempo después, una paráfrasis de Muammar el Gadafi invocaba a Alah como garante de esa victoria que llegaría sin espadas, sin pistolas, sin suicidas y sin terroristas, “por el vientre de nuestras mujeres”. Ya en el siglo XXI, los líderes de Al-Qaeda (Bin Laden y Al Qadarawi) lo repitieron: “así conquistaremos para el Islam Europa, y tras Europa el resto del mundo”. Éstos, de pistolas, suicidas y terroristas no hablaron.

Pero  Boumédiène no se paró en frases redondas. Nacionalizó los hidrocarburos y convocó la primera cumbre mundial de la OPEP, que reivindicó el justo derecho que pueblos, hasta entonces explotados por el capitalismo, tenían de lucrarse y desarrollar sus propios recursos. Aunque alguna inteligencia superior ya estaba pensando en un objetivo mucho más ambicioso: crearle al mundo una sed de petróleo incontrolable.  Ello pasaba por despejar del camino alternativas más dispersas y accesibles, en concreto la energía nuclear pacífica. El mundo de la energía se diversificaba. Pero, ¡claro!, llegó Chernóbyl y abrió los ojos a todos… con una gran mentira. Lo hasta ahora expuesto sucede entre 1973 y 1979. Faltan diez años para Chernóbyl. Y cuando el propio primer gobierno socialista de la transición española anunció una moratoria nuclear faltaban dos aún. Chernóbyl vino al pelo como colofón, más bien como estrambote, de una campaña que parecía instrumentada por charlatanes, aunque éstos fueron realmente testaferros utilizados por estrategas hábiles, pacientes y constantes para alcanzar sus fines.

Ya escribí en un número anterior que el gran apagón me parecía improbable… si no se le facilitaba el camino. Y desde aquellos años 70 se le viene facilitando. En un plan de esta naturaleza es muy fácil destruir y muy difícil recobrar. Así hemos llegado al actual círculo sin salida. Rusia se suma a los grandes del petróleo y el gas. Y de paso, en su afán por recuperar el imperio, el señor Putin organiza una guerra con la que también se explica todo. Por ejemplo, exacerbar los precios del petróleo. Y China lidera el control de las “nuevas tecnologías”.

Un pueblo no es nada si da de lado a la ciencia (el verdadero motor del progreso) y olvida su historia (la experiencia que previene repetir errores) o deja que se la sustituyan por una inventada a conveniencia del inventor. La inmediata consecuencia es que la mediocridad invade la política y la política lo invade todo. Su afán de protagonismo y sus rivalidades ambiciosas pusieron a un lado a sanitarios y científicos para volcarse sobre el control del covid-19 y dejaron 50.000 muertos (no pocos sanitarios entre ellos) en la primavera trágica del 2020. Los montes arden porque son puestos de lado bomberos rurales, agricultores, ganaderos, cazadores, en fin, los que de verdad entienden el monte, con los que sólo se cuenta para recibir instrucciones (malas y/o tardías) y para sufrir los daños del desastre. Y no existe un plan energético español diseñado por ingenieros, sino que supone uno de los pilares del discurso político sin relación con la estructura o la capacidad propias. Dinamarca las tendrá en cuenta, con sus vientos y sus corrientes, a la hora de instalar sus aerogeneradores y sus turbinas marinas, pero llamar sostenibles a ciertos generadores en un país (España) pobre en agua y viento no dejar de ser, fuera de áreas concretas, algo, como poco, irónico. Tan irónico que, con más de 50 millones de megawats en potencia productora verde instalada (que de funcionar de forma casi continua cubriría de largo el 100% de nuestras necesidades), la producción real se aproxime al 50%, según la propaganda. La auténtica realidad debe estar más cerca del 40%.

El consumo anual de electricidad de España ronda los 260 millones de megawatsxhora.  La producción propia se dice que lo equilibra (de hecho, las importaciones de nucleares francesas son porcentajes muy reducidos), pero no se puede obviar que había días en que hasta un tercio de la producción llegaba de combustibles fósiles. Aunque España tenga unidades de generación, la materia prima es en buena parte importada. O sea, que estamos atrapados por el voraz oligopolio del petróleo. Los productores, salvo los de filiación comunista (pro-rusos), son neutrales en esa guerra que, ya saben, tiene la culpa de todo. Si bien no tan neutrales como para no disparar los precios y restringir el crecimiento de la oferta al 2,7% anual, cuando las necesidades del mundo deben estar por encima del 3,5%. Oferta que supongo minuciosamente estudiada para que los precios no desaceleren.

¿Y por qué entonces no se fuerza la capacidad productora “verde” para no depender del voraz oligopolio? Porque la capacidad productora “verde” no la deciden los ingenieros sino la naturaleza. Y la nuestra nos “sostiene” entre el 25% y el 30% de su capacidad máxima, es decir, cerca del antedicho 40% de nuestro consumo. Con esa eficiencia tan pobre, económica y técnica, los señores del gas y del petróleo sólo tienen que esperar a que mendiguemos o, simplemente, nos arruinemos por completo. Excepto los espabilados que, con la excusa del petróleo y la guerra, que todo contaminan, ponen los precios de cualquier cosa por las nubes.

China está desarrollando rápidamente un ambicioso programa de generación nuclear. ¿Se imaginan que en la embobada, engreída y atomizada Europa alguien intentara hacer lo mismo? ¿Cuánto aguantaría sin desistir por las presiones sociales, políticas, modales, ideológicas y, sobre todo, educativas? Una enseñanza suficientemente mediocre que cree generaciones suficientemente ignorantes es el caldo de cultivo idóneo para contar con una futura masa social clónica y fácilmente manejable. Nuestros estados laicos ya no tienen religiones pero tienen ideologías. La ideología, sin ciencia y sin historia, no es sino otra religión, en el peor sentido de la palabra. Supersticiones y dogmas. Alimentación, formación, medioambiente, energía… todo se transforma en religiones. Sin olvidar el protagonismo de las nuevas tecnologías. Las que controlan el movimiento del hombre: automoción y comunicación.

Aquéllos que no creen que el yogur nazca espontáneamente en los frigoríficos tampoco creerán que la electricidad nazca por su propia virtud de los agujeros de las paredes. Ni que baste arrimar un coche a un enchufe para que salga andando. Los nuevos materiales necesarios sufrirán en breve un crecimiento masivo de la demanda. ¿Y dónde están? Dicho queda que en concesiones a China y en yacimientos del tercer mundo. El primer mundo desarrollado, utilizador de tales avances, no se va a manchar excavando una pegmatita de litio, no sea que haya que arrancar un pino para acceder a ella. Y los tiburones de ese mundo, que se hicieron ricos con el sistema liberal, no se dedicarán a defenderlo, sino que buscarán, aduladoramente, sitio junto a los nuevos amos, dentro de la nueva nomenklatura.

Empezamos hablando de ¿sanidad? Como siempre, tiene prioridades sagradas… y volubles. Los veteranos recordarán bien las viejas guerras contra las listas de espera, la gran prioridad. ¿Y qué ha sido hoy de esas esperas? Ni se sabe ni importa. La mágica solución de los problemas no está en resolverlos sino en sustituirlos por otros que encajen ad hoc en medios y modas. Hoy, de lo que se habla es de blindar, que no sé bien si consiste en fabricar carros de guerra.

En el número anterior ya alertaba que las grandes empresas empezarán a recibir demandas, sindicalistas o no, para instalar en los centros de trabajo cargadores eléctricos de coches. ¿Cuándo esperan los gerentes de hospitales que empiecen esas demandas a llegarles? El ciudadano de a pie, lo que quiere es cargar rápido y gratis. Y cuando la respuesta sea que cada uno tiene que cargar en su casa, de noche y a carga lenta, para evitar que el sistema se caiga al suelo, ¿cómo la recibirán? Si el gran apagón llega, ya no habrá que preocuparse, como en la primavera trágica de 2020, por la escasez de equipos de protección personal o de camas de UCI o de suministro de oxígeno. TODO se apagará. La sanidad también.

Hoy se habla mucho de prevenir. No estaría de más que también se actuara. Y que actuaran los ingenieros hospitalarios cuyo protagonismo en el tema debe ser respetado y no secuestrado por las ocurrencias políticas. Son los que deben tomar decisiones fundamentadas y rápidas. Yo no soy quien para sugerir nada, pero, si osara, me atrevería a proponer soluciones autárquicas. Que empiecen por diseñar en cada hospital una fórmula de generación autónoma, aunque eso pudiera suponer la proliferación de centrales independientes. Cabe esperar del talento de nuestros técnicos ideas mejores, pero, las que sean, terminarán tropezando con exigencias presupuestarias severas y ahí irremediablemente entrarán los políticos

Palabras, debates, comisiones… ¿para seguir dónde estamos? Que no sea en la antesala de otra primavera trágica.



 

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