Teletrabajo, Teleasistencia,... Televida, por Juan M. Ortiz, Doctor en Medicina
Durante
el inconstitucional periodo de confinamiento al que nos vimos sometidos durante
la pandemia de la COVID (la D es de disease = enfermedad) no nos quedó
más remedio que aprender a utilizar las tecnologías que permiten la
comunicación a distancia gracias a la red de internet. Finalizada (?) la
epidemia hemos vuelto a la normalidad, aunque algún rastro ha quedado en forma
de teletrabajo y en la sustitución de la cola habitual en la administración por
la misma cola, pero eso sí, ahora se hace la cola después de pedir la cita
previa.
Todavía
recuerdo cuando a principio de siglo se me ocurrió mandar por correo
electrónico a mi oftalmólogo una fotografía (selfie diríamos) de mi ojo
derecho consultando sobre el aspecto que presentaba. Mientras me abroncaba
porque «eso hay que
verlo directamente, así no se puede hacer un diagnóstico» me explicó lo que me
pasaba y me puso el tratamiento.
Esto
me hizo pensar, entonces, en las posibilidades de las nuevas tecnologías para
que algunas veces se pueda sustituir la cita, espera y visita en la práctica de
la medicina con la consulta a distancia. Aunque durante el confinamiento
la mayor parte de las veces la relación era por teléfono es evidente que se
podría mejorar utilizando técnicas como la videoconferencia y mucho más aún con
los sensores que miden parámetros corporales y mediante el propio teléfono
móvil lo envían al especialista correspondiente.
Sin
ir más lejos y como simple particular he utilizado un sistema que mediante un
parche puede ofrecer datos sobre la glucosa en sangre cada diez minutos,
durante quince días y los transmite al teléfono móvil que, a su vez los puede
enviar al endocrinólogo o al médico de cabecera, quien con la información y
gráficos que proporciona puede ajustar las dosis de insulina sin necesidad de
punciones repetidas ni de acudir a la clínica. Por el momento y salvo en casos
de diabetes tratada con insulina, el sistema de salud no lo financia.
El
otro sistema es un simple aparatito que colocado en la rodilla y sujeto con las
dos manos (tiene el tamaño de la mitad de un peine normal, más o menos) obtiene
el Electrocardiograma en las derivaciones I, II y III y calcula las
“aumentadas” (aVR, aVL y aVF) y las envía por correo como un “pdf”. La propia
aplicación emite un sencillo informe sobre la existencia o no de arritmia y
(pagando una cuota) puede enviar los datos a un especialista para una
explicación más amplia. Supongo que tampoco lo financia la Seguridad Social,
pero es evidente que (en el caso de las arritmias) ahorraría buena cantidad de
tiempo y dinero evitando tener que pasar por cardiología para que te hagan un
ECG normal ya que solo sería preciso acudir al especialista cuando lo que se
obtenga en casa sea algo anómalo y por lo tanto necesitado de una exploración más
profunda.
Existen otras aplicaciones, desde las píldoras
“inteligentes” que con su minicámara podrán sustituir a exploraciones tan
molestas como la colonoscopia, hasta las pulseras y relojes que ya se permiten
sustituir a los, casi recién nacidos, pulsioxímetros. Pero la importancia del
asunto reside no solo en lo que son capaces de medir sino en el avance que
supone su envío a distancia como complemento en la teleasistencia.
Hablando
de teleasistencia he aquí una metodología que no gusta ni a los médicos ni a
los pacientes. Las encuestas parecen indicar que más de la mitad de unos y
otros están en contra. Supongo que se trata del rechazo a lo nuevo, tan
asociado a su opuesto, el entusiasmo por la novedad que en ambos casos se
podría definir como la enfermedad infantil de la tecnología. Pero es evidente
que se trata de una opinión poco fundamentada en los hechos, porque existen
pocas pruebas de que sea mejor o peor, en todos los casos, la teleasistencia
frente a la asistencia presencial o viceversa.
Sin
embargo, esta falta de información parece que va a cambiar. Recientemente se ha
llevado a cabo en Australia un estudio para comprobar si es peor la
teleasistencia que la asistencia presencial en el caso particular de la
fisioterapia de la osteoartritis de la rodilla. Por supuesto que se trata de un
trastorno particular pero lo interesante es que inicia una vía para comprobar
si ocurre lo mismo en otras situaciones. Simplificando mucho he aquí lo
esencial del estudio.
Se
reclutó a un grupo de fisioterapeutas interesados en el asunto a los que, si lo
precisaban, se les entrenó en el uso de videoconferencias y
tele-rehabilitación.
Se
inscribieron para el estudio a casi 400 pacientes que padecían el
característico dolor crónico o impotencia funcional propio de la osteoartritis
a los que se les prescribió un plan de actividad física.
Los
pacientes fueron asignados de forma aleatoria a consulta por videoconferencia o
a consulta presencial con cinco consultas en tres meses. A los tres meses se
estudió el resultado sobre el dolor que referían los pacientes y sobre su
actividad física.
Se
encontró que, a los 3 meses, en los dos grupos se había mejorado, pero que no
existían diferencias en la mejora del dolor o en la actividad física entre los
dos grupos.
A
los 9 meses el grupo de teleasistencia tenía mejores puntuaciones de actividad
física que el presencial, lo que se podría explicar porque la adherencia al
programa fue mayor en este grupo ya que el 96% de ellos recibieron tres o más
consultas a distancia, mientras que sólo el 84% de los pacientes asignados al
grupo presencial fueron a más de dos consultas.
La
conclusión es que la fisioterapia de rehabilitación de la osteoartritis de
rodilla mediante videoconsulta no da peores resultados que las sesiones
presenciales.
Falta
que estudios similares se lleven a cabo con otras patologías que permitan
sustituir la actividad presencial por la consulta a distancia y con los que se
compruebe si los resultados del tratamiento son o no similares.
Lo
que no sería nada malo en un sistema de salud con retrasos en las citas de
hasta seis meses.
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