HISTORIAS DEL CANTÓN MURCIANO: LA CAPITULACIÓN (II), por Paco Acosta
(continuación)
En el número anterior dejamos sin terminar el punto referente al Juicio a los principales Implicados en la revuelta cantonal. Recordamos aquí que el tribunal militar condenó a muerte a 37 cabecillas cantonales, acusados del delito de rebelión militar. Y recordaremos también que la sentencia no se llegó a ejecutar, pues todos ellos se encontraban fugados.
Pero es conocido que en la Numancia, con destino a Orán no pudieron escapar todos los rebeldes, aunque sí huyeron los líderes más significados. Y, por eso, terminábamos el artículo anterior indicando que desde el Ministerio de la Gobernación, el 17 de enero de 1874, habían exhortado al alcalde de Cartagena, que prendiera a “todos los cantonales que me dicen andan sueltos por esa ciudad”. Se ve claramente que incluso había llegado a Madrid que no habían podido escapar todos.
Pues bien, el alcalde se apresuró a cumplir la orden recibida, y al día siguiente telegrafió al Ministerio indicando: “se está cumplimentando la orden. Desde entonces acá van detenidos 65 individuos y continúan con actividad las pesquisas”. No era momento de cuestionar las órdenes recibidas. Se estaba jugando el puesto.
Una anécdota. Entre estos
detenidos se encontraba un curioso personaje, al que denominaban “Mr. Combatz”.
El papel de Luciano José Combatz en la revolución cantonal no está clara. Es el prototipo de aventurero revolucionario, del que se sabe había participado anteriormente en movimientos revolucionarios en Italia, -con los garibaldinos-; se sabe también que en 1871 se encontraba unido al movimiento insurreccional de “la commune de Paris” –donde fue detenido, juzgado y condenado al destierro-, para finalmente recalar entre los cantonales. Oficialmente había entrado en España, en 1873, como corresponsal del “New York Herald”. Se dice que llegó a ser “asesor militar” del Gobierno republicano en su lucha contra los carlistas y posteriormente, junto con otros oficiales garibaldinos, formó parte del ejército federal en el cerco de Cartagena, antes de pasar al interior de la plaza donde al poco tiempo se mostró en desacuerdo con los jefes cantonales y quedó allí como mero observador de los acontecimientos. ¡Vamos que se trataba de un perfecto mercenario -o espía- al uso de la época!
El personaje “Mr. Combatz” ha pasado a la “pequeña historia” como un curioso extranjero que peregrino revolucionario, federalista, militar y reportero, apareció en el escenario de la revuelta cantonal de Cartagena y allí tuvo un cierto protagonismo. En el interior de la ciudad pasó las mismas penalidades que el resto de los sitiados, pasando hambre y privaciones durante los difíciles meses de asedio; y curiosamente el 12 de enero de 1874 se negó a embarcar en la Numancia, tras la rendición de los rebeldes.
Pues bien, se consideró tan importante su apresamiento -el de Mr. Combatz, al que se le atribuía “haber mandado fusilar al Sr. arzobispo de París”-, que su detención fue comunicada individualmente al Ministerio. Durante su estancia en los calabozos Combatz aprovechó para escribir una serie de artículos sobre la insurrección cantonal (publicados entre febrero y abril de 1874). Fue juzgado en Consejo de guerra y condenado a deportación a las Islas Marianas (a donde llegó en 1875 junto con centenares de cantonales que sufrieron la misma condena).
Se ha escrito que en el Presidio de Cartagena y en la cárcel de Pozo Estrecho, se encerraron a más de 500 personas, a las que habría que añadir otros 200 prisioneros, recluidos en la fragata Almansa, acusados de los motines y la insurrección en los buques de la Armada.
La deportación política fue el instrumento principal de la represión tras la revolución cantonal. Se tienen noticias de importantes contingentes de deportados a Filipinas, Cuba y las Islas Marianas, desde donde muchos nunca regresaron. El historiador murciano Puig Campillo escribió que a estos exiliados los dejaron “sin víveres ni instrumentos de trabajo”. Y continúa diciendo: “Barcos extranjeros que tocaron en aquellas islas, vieron a los infelices españoles convertidos en espectros por el hambre y la miseria; la prensa de Europa se hizo eco de tan inhumana política”.
Muchos mandos cantonales del Arsenal y sus comandancias fueron condenados a penas de prisión y destierro, con pérdida de sus anteriores puestos de trabajo y consiguiente expulsión de la Maestranza o la Armada.
Los mandos de los buques cantonales corrieron mejor suerte, ya que escaparon hacia Orán a bordo de la fragata Numancia.
Las incutaciones y las
reclamaciones
Un asunto no muy divulgado es el de los juicios derivados de las incautaciones efectuadas por los cantonales. Se tiene constancia de demandas realizadas ya en octubre de 1873 por comerciantes a los que habían realizado incautaciones. En febrero de 1874 ya se dispone de una larga relación de personas y establecimientos que habían sufrido incautaciones. En la Gaceta se publicaron los efectos encontrados, con objeto de facilitar la devolución de pertenencias y artículos.
La devolución de todo el material que se pudo recuperar, se produjo tras la pertinente investigación y cotejo con los efectos que habían sido abandonados por los cantonales. Lo que no se pudo devolver fue objeto de valoración, tras la presentación de la correspondiente documentación. Se tiene constancia que una buena parte se reclamó de forma exagerada y con una valoración excesiva. Estos sumarios se instruyeron en paralelo con los juicios de los implicados.
Las reclamaciones de los súbditos extranjeros fueron tramitadas, a través de sus respectivos consulados, con una especial atención para evitar/minimizar conflictos diplomáticos.
Vuelta a la normalidad
Volver a la “normalidad” tras un conflicto es siempre difícil y lento. Y también lo fue en Cartagena. Se tiene constancia del desorden administrativo y de las dificultades para la reconstrucción de los edificios destruidos.
Otro objeto de preocupación por parte de las autoridades fue la gran cantidad de armas en poder de particulares, sin la pertinente autorización.
No menos importante fue llegar a un nivel aceptable de convivencia y paz social, que no se puso de manifiesto hasta que prácticamente finalizaron las actuaciones judiciales.
Entre tanto la ciudadanía tuvo quejas de la preponderancia de la autoridad militar sobre la civil. Una de las disposiciones más controvertidas fue el cierre de las puertas de Cartagena a las 9 de la noche. Esto perjudicaba tanto a los vecinos de la ciudad como a los de los pueblos vecinos, y sobre todo afectaba al comercio y la industria.
Y también hay que destacar la honda preocupación que causaron en toda la ciudad, en octubre de 1874, las noticias provenientes del consulado español en Orán, que se referían a un proyecto de los emigrados cantonales que se encontraban allí para emprender una expedición de regreso a Cartagena.
La represión post cantonal puede
considerarse finalizada con el indulto real de 1877, que trataremos en la
próxima entrega.
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