NUESTRAS LECTURAS: "PASIÓN INDIA", por A.F.García
Javier Moro
(Madrid 1955)
La boda entre nuestro monarca Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg
dio lugar a que Jagatjit Singh, rajá hindú de Kapurthala, el más espectacular
de los invitados extranjeros, se prendara de Ana Delgado, bellísima joven
malagueña, que hacía poco se había trasladado a Madrid, buscando mejor medio de
vida.
Empezaba a tenerlo como bailarina, junto con su hermana Victoria, en el
Kursaal, tal vez famoso en la capital, porque allí apareció como un espectador
más, entre los que se encontraba Valle Inclán. Desapareció el personaje a los
pocos días, pero no dejó de enviar mensajes de amor y no tardó en aparecer en
la puerta de la humilde vivienda de los Delgado el capitán Inder Singh, con el
elegante uniforme de gala de la guardia personal del rajá y su hombre de
confianza. Venía con una propuesta de matrimonio que se formalizará en París
por lo civil, como deseaban los Delgado y aportaría una gran dote, que suponía
para ellos una gran fortuna, que haría pensar a nuestra protagonista que había
sido vendida.
Una vez cumplida la formalidad y consumado el matrimonio, le deja en manos
de Mme Dijón como dama de compañía y le enseñará el francés, muchas otras cosas
útiles y será su amiga leal durante todo el tiempo que estuvo a su lado. Acompañó
a Anita de París a Marsella, de Marsella a Bombay, ciudad fundada por los
portugueses, y de camino a Kapurthala le enseñó el Taj Mahal. Para Anita era
como ir a otro mundo, afortunadamente para la francesa todo era bastante
conocido. Para el rajá cada viaje era como un traslado. Desde París hasta su
residencia palaciega, no hallará al rajá; todo está preparado para recibirla
con detalles y con lujo.
Jagatjit Singh tenía 4 esposas, de cuyos cuidados era responsable; pero con
la que convivirá a diario será con Anita; ésta no formaba parte del harén o zenena;
era la esposa de la que sentía enamorado y orgulloso, llevándola consigo a
todos sus compromisos y eventos enfrentándose a los virreyes ingleses, que se
oponían a que sus rajás tuvieran alguna esposa europea, ¿les traía mal recuerdo
la experiencia americana?
Con esos rajás absolutistas, bajo el virrey inglés con muchas mujeres y
concubinas indias, como un grupo elitista sobre una masa de población
paupérrima era fácil de controlar; hasta tenían a honra enviar a decenas de
miles de jóvenes, como carne de cañón, en las trincheras europeas.
El rajá fue un hombre inteligente, culto, respetuoso de las tradiciones
hindúes, pero también muy conocedor de la cultura occidental y una tecnología
que deseaba trasladar a su India. Eso fue más rápido de lo que él suponía. En
pocas decenas de años. La India pasó de una estructura feudal a una
superpotencia emergente de unos 1.380 millones de habitantes.
Jagatjit Singh fue más que todo un caballero, un gran marido para ella; la
colmaba de detalles, animó a manejar el francés y el inglés a la perfección,
así como la vida cortesana y protocolaria, que le hacía sentirse orgulloso,
llevándola con él.
Cuando a Anita le llegó su complicado parto estuvo a su lado con los
mejores médicos, sintiendo más angustia por su vida que por el hijo que iba a
tener. “Ma cherie”. La simpatía, la gracia, la risa, la
desenvoltura de Anita en las relaciones sociales le encantaban. Ella se
entregaba amorosamente a él, incluso cuando le surgió una infección en sus
partes hasta que los médicos prescribieron un periodo de abstención. No tardará
ella en mostrase celosa con una inglesa, cosa rara en una India, donde los
rajás no tienen trabas.
Es entonces, con un rajá muy atareado y ella recuperada, cuando da largos
paseos por el campo. En un principio con Bibí, con la que se toma la libertad,
sin consultarlo a su marido, de usar los servicios del capitán Inder Singh y su
escolta para rescatar a su fiel nodriza Dalima.
Cuando Bibí se entrega a colaborar de lleno con Ghandi y en el Congreso es
cuando los paseos serán en compañía de Karan, el hijo adulto más joven del rajá
que ha realizado brillantes estudios como agrónomo. La atracción termina por
hacerse realidad y llegar a una pasión profunda descabellada, sin control, en
un templo abandonado, a pesar de los avisos de su fiel Dalima.
Jagatsit Singh, a pesar de su pequeño estado, gracias a su capacidad y sus
gestiones es considerado ya un maharajá. Tiene muchas gestiones en Londres y
París. A la Gran Guerra sucede “la belle epoque” con sus modas y su
música. Los nuevos ritmos atraen mucho a los jóvenes y a Anita especialmente,
que junto con Karan asisten a estos salones y conciertos.
En esta ocasión el maharajá encarga a un hombre de su confianza que les siga
los pasos. Casualmente cuando el maharajá, avisado, llegó con éste a la suite
de Anita encontraron a ésta y Karan conversando, supuestamente, pero la cama
está deshecha y Anita junto a su mesa con la mirada tranquila. La cosa quedó
entre un padre que reprende y un hijo que obedece:
- “Vete, no quiero volverte a ver. No sé cómo he podido engendrar un
hijo tan… Irás a vivir a Oudh y allí te ocuparás de los negocios familiares”.
No hay
insultos ni violencia. “Los tres hombres han marchado. No han sacado la navaja,
como hubieran hecho en Andalucía” piensa Anita.
El maharajá no durmió en toda la noche. Al amanecer, encarga a un
coronel inglés que prepare los documentos de separación para mandar a Anita de
vuelta a España sin nada.
El abogado
musulmán Alí Jinnah, futuro fundador de Paquistán, le advierte:
- “No te precipites. Sería un escándalo que no sólo te perjudicaría a
ti, sino también a los otros príncipes. Estás a punto de cometer una locura… No
tienes derecho a repudiar a tu mujer, con la que estás legítimamente casado,
sin una prueba concreta y definitiva de su infidelidad”.
De regreso, se encierra en la habitación y se siente enferma; pero, como
cree que se reproduce el quiste de ovarios, se deja cuidar por Dalima y no le
presta atención; pero la ginecóloga del hospital descubre que está embarazada.
Es el cuerpo del delito y se siente desarmada ante su marido por el que siente
una gran pena.
Dice alguna incongruencia para defender a Karan; pero no está en situación
de defender nada. Sólo ella y el Maharajá saben que el embarazo no es del
matrimonio. Pudieran darlo por válido; pero en este momento la indignación y la
rabia le pueden.
La primera disposición es separarse y trasladarla con sus muebles a Villa
Buona Vista.
La segunda es que tiene someterse a un aborto, legal según la ley islámica.
La tercera es que saldrá de la India para no volver nunca más.
Anita retira el mon cheri, de esos 17 años.
- “Tenéis razón, Alteza… Perdón, Alteza… Y aunque sé que es inútil, os
pido perdón de todo corazón”.
- “Os
entiendo, Alteza, y acato vuestras disposiciones”.
Una Anita desfondada, que se siente culpable, recibe a miss Pereira y una
enfermera a cumplir el encargo del maharajá. La doctora nota que Anita, a pesar
de sus esfuerzos, se vacía en sangre y necesita un traslado urgente al hospital
de Lahore.
El maharajá que se debate en dudas, rabia y amor, reacciona:
- “¡Que la lleven… en Rolls, que llegará antes!”
Pasado lo peor, la vuelven a Villa Buona Vista bajo la supervisión de la
doctora, pero pasan semanas y meses y Anita no mejora; su mal deriva en
depresión. El maharajá espera la llegada de Ajit, el hijo de ambos:
- "Hari Singh, el maharajá de Cachemira, ha puesto a disposición de
tu madre un palacio en Srinagar, a orillas del lago. Quiero que te ocupes de
dejarla instalada en las mejores condiciones”.
A los tres meses Anita quedó restablecida. Según informa Ajit al maharajá.
Éste la recibe en palacio. Se alegra de verla bien, porque estuvo muy
preocupado por su salud y lamenta haber ido tan lejos.
- “Lo entiendo, Alteza. Yo también siento mucho lo que ha pasado y de
nuevo os pido perdón”.
Él le muestra un sobre y hace venir al capitán Inder Singh y Jarmani Dass,
hombres de su confianza, que se interesan por la salud de Anita y se sientan
los cuatro.
Se lee el texto de separación en francés. Es muy digno, generoso y propio
del Maharajá. Su pensión, sus títulos y los derechos de su hijo.
A partir de este documento de separación, el maharajá y Anita siguieron
manteniendo contacto a través de Ajit, y amistad y leal protección de aquél el
resto de sus días. Tendrá residencia en Francia durante nuestra Guerra Civil y
en Portugal durante la 2ª Guerra Mundial. Siguió ejerciendo su paternalista
protección hasta su sereno fallecimiento en 1949 en el barco en que pretendía
trasladarse a Europa, finalizado su reino y su reinado de 60 años en
Kapurthala.
Anita vivió sus últimos años en la calle Marqueses de Urquijo, 26 de
Madrid. Se dice que mantenía en la vivienda una gran foto del maharajá en traje
de gala. A lo largo de 1962 se fue apagando. Algunos amigos y Ajit le dieron
sepultura cristiana.