El viejo Pino, por Fina Casado
Las navidades del 82 las pasamos en La
Azohía. Mis hijos eran pequeños. Compramos un pino natural para adornarlo con
luces y regalos. Pasamos unas estupendas fiestas, pues hizo muy buen tiempo y
los niños disfrutaron de lo lindo.
Pasados Reyes, nos pusimos a guardar todos
los adornos para el año siguiente. Les dije a mis hijos: “Vamos a plantar el
pino; quizás agarre y se haga grande. Así siempre nos recordará las navidades
tan buenas que hemos pasado”.
Pasaron meses y años y el pino crecía y crecía.
Todos lo cuidábamos y enseñábamos con ilusión, pus nos parecía extraño que
después de estar 15 días con regalos y lucecitas pudiera sobrevivir.
Un día, al llegar a casa, nos quedamos
aterrados. ¡Habían mutilado a mi pino! No me podía creer lo que estaba viendo.
Le habían cortado varias de sus hermosas ramas. ¿Quién podía hacer algo tan
despreciable? ¿A quién le podían estorbar? Las lágrimas se deslizaban por mis
mejillas al ver cómo perdía su blanca sangre.
Abracé a mi pino y nos fundimos en un
interminable abrazo mientras le decía: “no sufras, querido pino; pronto
sanarás y te crecerán nuevas ramas, que de nuevo te cubrirán”.
Han pasado muchos años y su exuberancia no
tiene igual. Le nacieron otras ramas y su tronco es tan ancho que ya no lo
puedo abarcar; duermen cientos de pájaros en sus frondosas ramas. Es el más
grande y hermoso del lugar.
Moraleja: no le hagas daño a un árbol,
pues siempre te devuelve bien por mal.
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