El Robot -cuento-, por Mª Jesús Toro y Juan Miguel Ortiz
Un robot ¿es un niño o un
imbécil? ¿Cuál es su responsabilidad? ¿Y la nuestra?
Yo tuve un perro. Sus orejotas
peludas siempre alerta al menor susurro.
Noté una pequeña vibración que ni
siquiera percibí como un sonido. Subí el volumen de emisión. Esperaba un
ladrido o un ronroneo. Ella jamás aullaba. No sé qué respeto telúrico
supersticioso me impidió añadirlo a su repertorio. De hecho, tenía un mecanismo
de bloqueo para no aprender jamás aquello.
¿Era una vibración? O un sonido.
Con la voz un poco metálica, con eco metálico, de algunos monjes tibetanos,
creí entender alguna palabra. Hay que ver cómo están las cabezas. ¿Sería
posible que estuviera hablando?
Ya me había pasado otra vez que,
despistado, había pasado del sintetizador del canis al del homo.
Silencio. Me quedé mirando sus
ojos interrogantes, la cabeza levemente ladeada. En actitud interrogante. Sus
ojos clavados en los míos. Tostados con alguna chispa de oro. Sus ojillos,
aquellos ojillos inteligentes. Entrecerró la boca y repitió la frase. Después
dejó colgando la lengua trémula, alegre y vibradora. Cómo un estandarte. Al
sol, aquella lengua tan hermosa era el anuncio de su satisfacción y su
confianza.
Afiné el oído y me pareció oír,
“Por favor, ¿me harás un regalo de cumpleaños?”
Que bien educada. Siempre, por
favor, por favor ¿puedo comer? por favor...
¿Un regalo de cumpleaños? Revisé
la agenda y tenía razón. Un año justo se cumplía desde que puse el módulo canis
en su envolvente y sobre todo instalé el módulo y lo puse en marcha.
Canis de perro grande, marqué. No
quería un módulo mental de perrito de esos tan frecuentes en viudas que parece
una rata y que sirve para hacer ruido y morder el calcañar, como la serpiente.
Yo quería un perro como dios manda. Así que tampoco quería el encéfalo de un
moloso de esos que dormitan todo el día a la sombra, levantan un párpado o
levemente una ceja en señal de saludo al amo y no se dignan estirar el pellejo
más que cuando hay que cumplir con los instintos, y no siempre.
¿Quiere un lobo? Me ofrecieron.
Me dio miedo. Al final el chatbot tenía claro lo que yo necesitaba. “En 24
horas lo recibirá con la unidad cerebral de un pastor alemán. Ha sido
estructurado bajo los patrones básicos de su especie y variedad y tiene además
el sobrevalor de la generación 5.0. Puede usted consultar en la red los
detalles, aunque le mandaremos detallada documentación. Como sabe somos
pioneros en computación cuántica domótica. Por favor presione en enviar
coordenadas y nuestro dron entregará el producto en los próximos treinta
minutos. Que tenga un buen día.”
Dios mio, que desastre. ¿Cómo me
había equivocado de conmutador? y sobre todo ¿desde cuándo?
Lo del cumpleaños, me
impresionaba porque yo pensaba en humano. Pero tenía que haberme dado cuenta de
que todas las unidades llevaban su propio crono interior que contribuía a
asegurar la calidad del producto final. Cuantas horas de entrenamiento y
dedicación no se podrían tirar por la borda por la disfunción de un bloque
informático, por muy importante que fuera. Gracias a eso, mensualmente el
complejo generaba un informe general con el balance del funcionamiento de
módulos, circuitos y coordinación general y una lista de incidentes. Muy útil
porque así supe que la unidad pseudo nutricional del bicho tenía algunos
problemillas de autolimpieza.
Quiero volver y casi no me
atrevo. La razón me invita a derivar mi discurso por esos problemillas tan
interesantes, tan curiosos. A veces junto a la sofisticación de una circuitería
5.0 tenemos una chapuza en la fontanería. Este era el caso. Pero no puedo
escaparme tonteando con codos, tuberías, recodos y válvulas. No sería ético.
Tengo que escribir qué pasó, aunque me desacredite y puedan acabar creyendo que
he perdido la razón.
Presté atención y a pesar del volumen bajo y
la voz aguda oí lo que no podía creer. Ajusté el volumen a mi rango
audiométrico y en el módulo de la unidad central de gobierno pedí ajustes
automáticos. Las frecuencias, los armónicos, el espectro.
Mientras tanto la perra sentada
en postura de esfinge esperaba tranquila. Por fin volvió a hablar. La laringe
parecía vibrar al unísono de los pelillos que al paso del sol poniente
mostraban en sus puntas salpicaduras de fuego y de oro.
Repitió por favor...
Claro, le contesté bastante
emocionado, pide lo que quieras que si está a tu alcance te lo concederé. Por
favor, repitió con la voz un poco quebrada de la emoción: llámame mari loli.
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