Nuestras actitudes, actos y
hábitos de conducta tienen su impacto social en nuestro entorno, se contagian
socialmente. Eso debió ser desde que el ser humano, como persona vive en
sociedad. De diferentes maneras aparece reflejado en las primeras culturas. La
visión de los humanos en clases sociales y la divinización del jefe, del rey,
tenía un sentido, un fin.
El alto clero medieval debió
hacer una gran labor de maquillaje sobre el mensaje evangélico para perseguir a
los paganos primero y organizar cruzadas después, ofreciendo el perdón general
y la salvación eterna a quien moría en combate. ¿Una réplica de la “Guerra Santa” musulmana?
Ahora en este siglo XXI,
mientras el poder económico a nivel mundial tiende a concentrarse en menos manos,
aumenta, por otra parte, el número de personas en penuria, sin el mínimo
necesario de una persona en alimentación, sanidad, educación y vivienda.
Mientras, repito, se está generando, a través de los múltiples y variados medios
de comunicación social, el enfrentamiento, el odio, la tensión e intolerancia
hacia otros grupos humanos, haciéndoles culpables directos de sus hipotéticos
males.
Hablemos de nuestra España
actual, donde el debate político llega a confrontación tormentosa de cada día y
cada hora entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo español.
El Gobierno Catalán (autonómico),
apoyado en menos del 48% de los votantes, se ha auto-atribuido la
representación total, absoluta de los catalanes: 7,6 millones de habitantes y
5,8 millones de electores, más del 70% en la provincia de Barcelona. Sus restricciones
en sanidad, educación y dependencia, sus desahucios…quedan aparcados. Sus
esfuerzos dan prioridad absoluta a mostrar su papel de víctima del Estado
opresor español, a esas dos decenas de políticos presos, que están siendo
juzgados y creemos que en un juicio normal, que pueden ver y seguir cuantos
quieran a nivel nacional internacional, mientras los problemas sociales citados
van a más.
Los nacionalistas españoles
tienen en su boca cada día y en cada intervención pública el nacionalismo
catalán como frente de batalla, sin que haya lugar al diálogo o la tibieza. La
bandera y la constitución son presentados como armas incuestionables ¿Quién se
atreve a cuestionarlas? Sin cuestionar si han leído y conocen nuestra
Constitución, dejo en estos renglones dos cuestiones para que se reflexione
sobre ellas.
PRIMERA. Se utiliza mucho la
Constitución para defender la unidad territorial de España. Sin embargo, en
nuestra Carta Magna se habla también de derechos humanos fundamentales como los
de salud, educación, trabajo y vivienda digna, … Y, por supuesto, un equilibrio
económico, que está desapareciendo estos últimos años, en los que se ha doblado
el número de ricos y más que doblado el de pobres. Estos derechos, que suponen
el bienestar y felicidad de las personas ¿En qué lugar los sitúan?
SEGUNDA. Estos tres partidos de
nuestra derecha no existían cuando se aprobó nuestra Constitución y no participaron
en su redacción. Con su actual manera de hacer política ¿sería posible sacar
adelante una constitución tan consensuada y generosa en derechos de las
personas?
Ambos frentes nacionalistas, en
su ímpetu por convencer o arrastrar emocionalmente al ciudadano de a pie,
atribuyen al adversario, o simple rival electoral, actitudes, hechos o
intenciones, que probablemente no tiene, sin base real, hasta interpretando de
forma sesgada aspectos básicos de nuestra historia.
Eso, a mi simple criterio ético
moral, no debiera existir, no se justifica por conseguir votos o adeptos a la
causa. ¿da rentabilidad política? Puede parecer a corto plazo; a medio plazo,
no.
Todos
los ciudadanos no son necios; incluso los que parecen serlo no lo son siempre.
Uno siente pánico ante tal
grado de odio y deshumanización, que no admite diálogo, tolerancia…
Ese esfuerzo del Papa
Francisco, buscando el encuentro, el abrazo fraternal con líderes de otras
religiones, acaso hubiera evitado tantas guerras religiosas con lo que han traído
consigo de muerte, destrucción y ruina cultural…
Recordemos las dos grandes
guerras mundiales con decenas de millones de muertos y un grado de destrucción
nunca antes alcanzado.
Repasemos nuestra pasada Guerra
Civil, con un nivel de muerte, persecución y miseria nunca antes alcanzado en
nuestra historia. Un simple análisis puede acercar al millón de víctimas, entre
muertos en enfrentamiento, persecuciones y sobre todo las largas y duras
hambrunas. Hasta la década de sesenta no se llegaron a alcanzar los niveles
económicos previos a la guerra.
En todas estas grandes y
tristes tragedias ¿no valía la pena
intentar una solución a través de un diálogo por difícil que sea o que
parezca?
Deseamos y pedimos desde
nuestras páginas que todos los ciudadanos, especialmente los que desempeñan
alguna responsabilidad en la política, en la educación, en los medios de
comunicación,… actúen con honradez, sintiéndose responsables de su labor,
dando ejemplo, siendo honestos.
Si
todos empezamos a invertir la tendencia, de intolerancia y odio a amor,
comprensión, respeto y solidaridad, ¿No se empezará a invertir también en la
sociedad, entre las personas? Intentémoslo, Vale la pena.
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