ALCALÁ DEL JÚCAR:
NATURALEZA E HISTORIA, por Mª José García Valenzuela
Alcalá del Júcar es uno de esos
lugares que no te cansas de visitar. Un oasis en la comarca de La Manchuela,
encajado entre la montaña y una de las hoces del río Júcar. Este municipio
ofrece unas vistas impresionantes desde cualquier rincón.
Para acceder a Alcalá de Júcar
hay que circular por una carretera sinuosa, de gran atractivo para los
motoristas. La primera calle del pueblo a la que se llega, formaba parte del
Camino Real de Castilla a Levante. Es la calle Asomada, desde donde tenemos una
magnífica panorámica. El pueblo está rodeado de “parás” —o terrazas en las
laderas—, de pino carrasco repoblado, higueras, plantas aromáticas y de
“atochas” —o esparteras-. Alcalá son calles irregulares, con casas que visten
las paredes de la montaña, muchas son fachadas que identifican una casa-cueva.
Precisamente, el barrio del Batán es el que aglomera mayor número de éstas
encajadas en la peña. Muchos túneles atraviesan la blanda roca caliza, cuya
erosión moldea este paisaje cambiante.
Otro ejemplo de cómo el pueblo se
ha adaptado a la orografía es su curiosa Plaza de toros, única en su género por
su forma irregular que puede recordar al casco de un barco. Apoyada entre un
trozo de peñón, que guarda una cueva donde se ubicó la ermita de San Pedro, y
la peña en la que se apoya el graderío del sol, la construcción de la plaza es
muy sencilla, de tapial de mortero y piedra. Especialmente utilizada a
principios del siglo XX, el coso actualmente acoge eventos culturales y
novilladas en las fiestas del patrón en agosto. A propósito de ello, en esos
días también se celebran los tradicionales descensos en carretilla por las
calles del pueblo.
El río tenía una gran importancia
en los orígenes de la población. En sus orillas los principales hallazgos
arqueológicos son de época íbera y destacan los restos de un horno de
recipientes cerámicos cerca de la cueva fortificada del Rey Garadén.
Actualmente, sigue siendo un recurso fundamental para el pueblo, que continúa explotando
las tradicionales huertas y se pone al día aprovechando las frías aguas del río
truchero con distintas posibilidades de ocio como el turismo activo, además de
una más que agradable “playa” en el mismo centro del pueblo y refrescantes
zonas de paseo por la ribera. Varios son los puentes que cruzan el río, pero
destaca el llamado Puente Romano (que no es romano) o Puente Viejo, que tuvo
mucha importancia por ser aduana del mencionado Camino Real.
La visita estrella fue la del
Castillo. Tiene un torreón de defensa de la época almohade, siglos XII y XIII,
de forma pentagonal con dos pequeñas torres de planta circular, dispuestas en
tres alturas, y restos de una antigua muralla que rodean la fortaleza. Los
indicios apuntan a que ya hubo aquí asentamientos íberos y romanos, que
eligieron el cerro como punto de vigilancia y defensa, por su inmejorable
situación estratégica sobre la montaña y buena línea de visión del horizonte.
Hay que mencionar que, en el camino de la entrada al conjunto del castillo, pueden
verse numerosos fósiles de plantas incrustados en las piedras de acceso y una
gran roca con numerosos fósiles de caracoles lacustre planorbis o caracoles de
agua dulce, evidencia de la existencia de una laguna dulce anterior a la
formación de las hoces del Júcar.
Imprescindible es la visita a
alguna de las cuevas del pueblo, como la Cueva del Diablo, a la que entramos.
Pasamos por sus galerías, pasillos, túneles, que en su día se usaron como
viviendas y palomares, y que hoy acoge una muestra de utensilios y mobiliario
típicos, además de una zona de restauración con varias acogedoras salas-cueva
con terrazas naturales.
Alcalá del Júcar es un lugar
pintoresco, sencillo y acogedor con gente llana y encantadora como nuestra guía
María. Un lugar que invita a disfrutar de su paisaje, a pasear por la ribera
del río con su frescor y su vegetación, a subir por sus cuestas y alcanzar el
castillo. Es un lugar que apetece contemplar desde arriba de la peña y desde
abajo, junto al río.
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