“El
mar estaba en calma y la profunda oscuridad que emergía en forma de burbujas
fluorescentes, tensaba mis nervios. La adrenalina mantenía los sentidos en
guardia. Era presa de un temor desconocido. Quizá una tintorera se animara a
probar un pequeño bocado de esta especie de foca flotante que soy yo”.
No
sé a quién se le ocurrió la brillante idea de hacer una travesía nocturna, pero
lo que es a mí bendita la gracia que me hace. Desde que me tiré al agua tuve la
sensación incómoda de no estar sola, aunque lo estaba.
No conseguía llegar a la
altura de mis amigos. Posiblemente, el ser fumadora no me ayudara mucho; pero
se suponía que la actividad sería divertida y yo estaba muerta de miedo. Si, lo
reconozco y fundida hasta la extenuación. Menos mal que el flotador que
llevábamos enganchado por una cuerdecilla al pie me ayudaba a mantener a flote
la cabeza y no tragar agua, porque me lo coloqué ahí, bajo la barbilla.
-¡Vamos,
no te quedes atrás!- Me gritaron y yo, entre jadeos, contesté con un ¡vaaaleee!
Fluido, más bien encharcado, porque me di un buen trago de agua. Tosí un par de
veces y continué inventando maneras de ponerme el flotador y tomar aliento. Las
brazadas no eran muy largas, me cansaba y cambiaba de estilo. Hacia atrás. Así,
parecía que iba mejor y durante un largo rato me centré en darle a los pies,
avanzando a buen ritmo. Me detuve un instante para orientarme. No escuchaba los
chapoteos ni los comentarios de nadie.
- ¡Horror! ¿Dónde estoy? Di vueltas
sobre mí sin acertar a ver nada. Habíamos saltado al agua en mitad de los
acantilados y por ahí no se veían luces, ni por el otro lado ni por delante.
Decidí no entrar en pánico, pero estaba a punto. Los flotadores, esa era la
clave. Son naranjas para que nos vean. Entonces pataleé muchas veces seguidas y
me icé sobre el agua. Era inútil, no había luna y en medio del mar en plena
noche es difícil que puedas distinguir nada...
Ese
pánico que estaba controlado se soltó de golpe y grité. Salí nadando a toda
velocidad, olvidándome de la regularidad de la respiración, pensando únicamente
que mi enemigo se llamaba miedo. Todos los depredadores nocturnos olerían el
miedo y vendrían a comerme. ¡A mí! Que ya estaba dándome por vencida al ver que
no tenía ni idea de la dirección que debía seguir. Menos mal que el flotador
hacía su función y me ayudaba a tomar aliento. Lloré durante un momento; pero
no se notaba porque el mar era tan salado como mis lágrimas y se confundían. Así
que, no me sirvió para nada. Llegué a creer que me rozaban los pies las algas,
que estaban a casi veinte metros por debajo de mí y seguía llorando.
Cuando no
me quedaron lágrimas empecé a usar la cabeza de forma constructiva y pensé una
manera de salir de allí; en barco. Brillante idea, ¿dónde había uno? Esperaría
a que pasase alguien… ¿allí en medio de la nada?
(Continuará)
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