sábado, 31 de julio de 2021

ECO.61 Los caminos divergentes en la juventud

Los caminos divergentes en la juventud, por A.F.García

La distancia entre personas para evitar contagios tiene una antigüedad milenaria. Siempre ha habido epidemias, de las que no siempre se ha llegado a conocer el origen o causa. La que más se recuerda ha sido la Peste Negra, que supuso una gran mortandad y despoblamiento en la Europa del siglo XIV. Entonces, solo los poderosos podían permitirse el privilegio de mantener la distancia y el deseado aislamiento.

Cuando a primeros de marzo de 2020 el Gobierno de España nos impuso un Decreto de Alarma hizo lo que estaban haciendo la mayoría de los países, un poco antes, un poco después, se paralizó toda actividad no esencial durante un mes, que luego fue abriendo según la urgencia del sistema productivo o mercantil hasta acabar a mediados de junio.

Yo pude asistir regularmente a mis sesiones de radioterapia, controlando diariamente mi temperatura y llevando puesta una mascarilla, que no era aún la reglamentaria, sino la que encontré a mano y, por supuesto, siempre con un higienizador a punto.

Me atrevo a decir que una parte de la actual generación, digamos juventud, me ilusiona y la otra me decepciona. Suponemos que la mayoría se queda en el medio, compartiendo de uno y otro.

En un boletín anterior, el Nº 53 si no me equivoco, cuando la pandemia se extendía imparable, ya me atreví a aventurar mi opinión. Las personas debemos quitarnos de la cabeza el volver a la situación anterior cuando esto, gracias a la vacunación masiva, se llegue a controlar. Debemos pensar en lo que podamos hacer en ese momento. Con ello quise decir que debemos adaptarnos. Lo pasado, esa rutina que deseamos reproducir a toda costa, nuestra salud y nuestra vida, vale poco o nada. En todo caso, vale como experiencia negativa de la que se debe aprender.

Es la teoría de Darwin en su evolución de las especies: no sobreviven las más grandes o fuertes sino las que consiguen adaptarse. No pocos de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, no realizan el debido esfuerzo de adaptación. Al contrario, tienen a gala saltarse las medidas más elementales de seguridad y autoprotección: Fiestas nocturnas en lugares cerrados, bebiendo, fumando, gritando… en una atmósfera enrarecida, de aire viciado de CO2 y de gérmenes.

Tal vez, se hiciera viable la fiesta, si la fiesta se hiciera al aire libre, con mascarilla y manteniendo la distancia.

¿Consideran que eso es libertad? Es una pobre libertad, de muy corto alcance y futuro; si su desahogo emocional se queda en pasar una noche bebiendo, gritando... Me resulta una meta muy corta, aquella que le deja a uno más vacío al día siguiente de lo que estaba el día anterior. De esas fiestas nocturnas ¿qué les queda al año siguiente o varios años después?

¿No les quedará dentro su falta de responsabilidad y solidaridad con sus familiares, amigos…, a los que tal vez hayan contagiado? Queda, sin duda, un incalculable daño social, dando lugar a lo que los sanitarios llaman “zona de riesgo”, que ahuyenta las inversiones, los visitantes…, la prosperidad de la zona, la región, el país… Se está ahuyentando a millones de turistas por la imagen que están ofreciendo con sus desmanes en un año que se presentaba de lo mejor. Traen la 5ª ola a nuestro país cuando lo que se estaba esperando era la desescalada definitiva gracias a la vacunación masiva.

No dejo de sentir preferencia por los hábitos o gustos de otros jóvenes: los que gustan de la libertad y autonomía de residir en poblaciones pequeñas, aunque tengan su trabajo a decenas de kilómetros y se ven obligados a madrugar para llegar puntualmente al trabajo.

Otros hacen su trabajo “On line”, como así está ocurriendo en Bello Rincón y en otros pequeños lugares de lo que llamamos la “España vaciada”, a los que animan y dan vida con su presencia. No pocos hacen así su trabajo por atender a una persona desasistida, casi siempre un familiar cercano.

A estas personas admiro y estoy convencido de que a lo largo de los años volverán la vista atrás con la satisfacción de lo bien hecho, aunque, como es normal en estos casos, no llega a ser todo lo que hubiéramos querido.

Admiro las muchas personas, que desde los servicios sanitarios y de las demás instituciones, y hasta simples ciudadanos, se arriesgaron, hasta jugarse la vida, ayudando a los demás en este difícil periodo de la pandemia. Ayudaron a otros a vivir y ser realmente libres. ¿Has pensado, joven, o has sentido que “hay más felicidad en dar que en recibir”?

Admiro a muchas personas, que, deseando ser libres, pusieron noble voluntad en serlo. Permitidme citar algún nombre:

Irene Villa González, sobreviviente de un atentado de ETA, hoy psicóloga y periodista, nos da ejemplo de superación y de perdón.

Nevenka Fernández García, economista, primera mujer española en denunciar y conseguir la condena por acoso de su superior político del mismo partido.

Estos son dos ejemplos de evolución positiva. Frente a ellos cito otros dos, de extrema crudeza, que dejan ver hasta dónde llega la miseria y barbarie humana en nuestro país, que tristemente va a más:

Laura Luelmo, joven profesora zamorana, se traslada a ejercer en un pueblo de Huelva. No tardaría en echarle mano el presidiario Montoya, por la misma causa, y acabar cruelmente con su vida. “No nació mujer para morir por serlo ¡Y son tantas al año!”

Estos días estamos horrorizados por la cruel muerte de Samuel Luiz Muñiz. ¿tiene que morir por ser homófobo? ¿es más grave eso que lo llevado a cabo por el reiterativo Montoya?

Con un profundo dolor pregunto a nuestros dirigentes políticos, a nuestros medios de comunicación, nuestros educadores… ¿Qué juventud estamos educando? ¿Dónde están los Derechos Humanos de nuestra Constitución? ¿Los conocen y los dan a conocer?

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