LA HERENCIA -cuento-, por Ricardo Márquez
A la tarde gris y ventosa de aquel domingo se le sumó la lluvia. “Pampero” Castillo, buscando refugio, apuraba el paso hacia el muelle en pos del viejo “Narval” barco pesquero de los pocos de madera que quedan en activo, donde trabajaba y habían trabajado muchos de su familia.
El viento arremolinaba la lluvia que se colaba atrevida por todos lados. La luz del interior del barco estaba encendida; seguramente sería el “Panza” Martínez que después de dormir la mona, intentaba recuperarse.
Ambos vivían a bordo y compartían camarote, se conocían desde hace mucho tiempo. El “Panza” era buen tipo, ni siquiera se enojaba cuando “Pampero” mantenía la luz encendida por pasión a la lectura y el “Panza” le decía «dejá los libros para los ignorantes y apagá la luz».
Nada más entrar al barco, -se notaba que la mona no la había dormido, sino que la conservaba en plena madurez y lo peor es que estaba agresivo-, saludó Pampero y como respuesta recibió una retahíla de insultos.
Sin
hacer caso, pasó de largo hacia el camarote dispuesto a leer hasta la hora de
hacerse a la mar, pero sintió el inesperado golpe en la nuca que le dobló las
rodillas. “Pampero” se puso de pie alejándose todo lo posible, -que no era
mucho dada la estrechez del barco-, y no pudo hacer otra cosa más que aguantar
la embestida del “Panza” que cuchillo en mano arremetía con sus ciento treinta
quilos de grasa y alcohol.
Quiso
el destino que la puñalada solo le rozara la piel, pero la violencia del golpe
fue tal que quedó el cuchillo clavado al tabique de madera. La suerte estaba de
su lado. Soportó los golpes del enfurecido borracho que intentaba recuperar el
cuchillo. “Pampero” se estiró y cogió el suyo de su litera y al primer gesto
defensivo, no siendo su intención, clavó el hierro los centímetros justos para
llegar al corazón.
Pequeño corte que fue suficiente para que al agresor se le escapara toda la vida que le quedaba, en un instante.
Horas
más tarde llegó el comisario, con aliento a copa y puro de sobremesa.
-- ¿Qué pasó? Preguntó a un
subordinado.
-- Muerto apuñalado.
-- Aquí trabaja “Pampero” Castillo ¿no?
Volvió a preguntar.
-- Sí
-- Entonces no me digas nada, es que esa
familia...
El comisario escupió y saltó al barco.
Barco que acababa de hacer
efectiva la herencia familiar de los Castillo.
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