ASALTOS A PARLAMENTOS (II), por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui
(continuación)
2. Lucha contra el poder
establecido, en concreto contra el más “representativo”, el único que es como
el pueblo mismo, llano y soberano. ¡Qué tengo yo que mi amistad procuras, pero
cuyo asalto planeas!
La locución “¿qué tengo yo que mi
amistad procuras?” contiene uno de los versos de una de las rimas sacras de
Lope, expresiva de un ciclo personal que se debate entre el desvío y el
arrepentimiento, pero que refleja sobre todo la extrañeza ante una actitud del
Dios amigo inexplicable. Y algo parecido, acaso con los términos invertidos, es
lo que late cuando analizamos la reiteración de actos beligerantes contra una
Asamblea, obviamente más allá de lo que supone mantenerse dentro de un campo
meramente dialéctico y fruto de la libertad de opinión y expresión. Esos actos
son directa intromisión y sometimiento o dominación sobre el Parlamento por la
fuerza. Se sabe que es potencial enemigo por definición no armado, solo
custodiado por los cuerpos de seguridad externos y cuyo edificio está bajo la
custodia de un Presidente que tampoco tienen indumentaria militar ni menos aún
sus atributos, armas de fuego o blancas, o… Nada. ¿Es ahí donde radica su
“atractivo”, en ser un órgano sin poder bélico? Creo que no. Eso facilita las
cosas, pero no las explica. Decía SARTORI14 que el Parlamento puede
estudiarse desde tres puntos de vista, bien a través de los canales de acceso,
bien por medio de la extracción económico-social de sus componentes, o, por
último, analizando cuál es su función y su funcionamiento como “subsistema
Parlamento en el ámbito del sistema político en su conjunto”. A sus
detractores, dispuestos a su aniquilamiento, les molesta su función y su
funcionamiento, y quizá lo que menos la extracción, aunque no se debe olvidar
que lo que les irrita profundamente es su carácter democrático, que en él
puedan alzarse voces muy dispares, que convivan ideologías para ellos tan
impensables que se les antojan erradicables incluso con empleo de violencia
física15.
El proceso es curioso o
paradójico. La animadversión hacia el Parlamento suele anidar en posiciones
ultraconservadoras, militaristas sobre todo. Pero si tales formaciones
políticas llegan a tomar el poder, enseguida sentarán las bases para que las
decisiones del caudillo o jefe de gobierno vengan “respaldadas” por una
asamblea que, no por creada ad hoc, deja de tener una función y un
funcionamiento que de alguna manera responda a las características de los
parlamentos democráticos, esos contra los que, al comienzo del ciclo, tuvieron
que luchar por oponerse a sus convicciones relativas a la organización del
Estado. A mí me seduce sobre todo una idea: las críticas al Parlamento
provienen de credos incluso antagónicos entre sí, que subrayan, cada uno de
forma sesgada e interesada, la crisis de la práctica totalidad de los
postulados en que se basa ese órgano (como “poder” es claro que cuando menos
comparte con el Ejecutivo lo que llegó a ser su principal característica, el
“legislativo”), pero ninguna desentraña cómo a pesar de todo ello sigue siendo
el poder vertebrador por ser la columna del sistema en que descansa el edificio
y lo sostiene en pie. Y ahí radica, justamente, el porqué muchos (uno ya sería
excesivo e igual de deleznable que la suma de varios) lo asaltan y desean
vehementemente que desaparezca del mapa político. El recorrido es circular, y
alguna parada intermedia dentro del circuito puede llevar consigo el uso de la
fuerza, la violencia física ilegítima.
3. Taxonomía y etiología:
Conjunción. Dificultades. Prolegómenos o preparativos. Democracias frágiles.
Sin temor a equivocarnos podemos
decir que sus tipologías son variadas. Por una parte, según sus
inductores o protagonistas: militares o cuerpos de seguridad o civiles, el tipo
cambia. También según si son o no en sí mismos un golpe de Estado o se quedan
en meros conatos de presión para conseguir “otras” finalidades. Pero vistos
sobre todo los últimos ejemplos no puede excluirse que el fenómeno sea igual en
democracias consolidadas, o emergentes o en desarrollo, ninguna se libra. Por
eso mismo es complejo fijar con exactitud su taxonomía, o hacer el elenco
completo de su etiología: en octubre de 2020 acaso un par de cientos de ex
militares irrumpieron por la fuerza en el Congreso de Guatemala y su pretensión
consistía en exigir una iniciativa normativa para concederles una compensación
económica por su participación en el conflicto armado interno en que se vio
inmerso el país durante tres décadas y media (1960-1996). Este ejemplo basta
para poner de manifiesto esa conjunción de lo taxonómico y lo etiológico y casi
para renunciar a tales tareas de clasificación y explicación, dada la
dificultad del empeño.
Sí, merece también comentario,
aunque breve, la cuestión de los preparativos, pues ello, a su vez, conecta con
lo que acabamos de decir. En efecto, los “asaltos” tienen su preparación.
Primero se da en todo caso un indispensable caldo sociológico/político de
cultivo, caracterizable como descontento y aspiración a otra situación o
régimen político diferente, que al menos conceda la pretensión concreta que
persiguen los actores del asalto. Suele haber, desde luego, un recuento de
fuerzas afines, aun mentalmente. En la liturgia o fase de desencadenamiento
tiene que haber un mínimo diseño y organización del “evento”. Como hoy día son
esenciales para muchas facetas, no faltará convocatoria (redes sociales
específicamente). Por último, todos los preparativos conducen a una realización
o materialización, según el plan preconcebido o fruto de la improvisación del
último momento. En todo ello, creo yo, no entra el cálculo del resultado, pues
en la mayoría de los casos los diseñadores parecen dejarlo abierto, como “a resultas
de”.
(continuará)
14 Guiovanni SARTORI, Elementos de Teoría política,
Alianza Editorial, Madrid, 1992, pág. 177.
15 Ilícita, por supuesto. Recuérdese la manida mención de
WEBER, con arreglo a la cual el Estado es el único que posee el derecho a usar
la violencia física, legítima en tal caso, monopolizada en exclusiva por él,
tal como lo expuso en 1919 en su ensayo La política como vocación.
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