EL NAUFRAGIO GALLEGO, por José Luis Mozo
Galicia es tierra de gentes de agua, o sea, de mar. Gentes
firmes, endurecidas por las tragedias que con exceso se han cebado en ellos a
través de olas hostiles. Pero nunca, hasta hoy, hemos tenido que ver esto: que
se hunda un barco antes de su botadura.
En realidad era un barco promesa,
la de dar empleo a unos pocos miles de parados de Ferrol que deberían
construirlo. Pero la incredulidad del electorado lo ha mandado al fondo sin
comenzar. Un barco de guerra, aunque sin cañones, con destino a la armada
española. No sé exactamente para qué sirve un navío de guerra sin cañones.
Supongo que para transporte. Tal vez Ucrania ha reconquistado Crimea (sin
enterarnos los de a pie) y queremos enviar refuerzos. En cualquier caso, era un
paso firme de nuestro relanzamiento económico según dicen. Aunque a mí me
cuesta entender en qué benefician a lo propia economía estas operaciones tipo
Juan Palomo. Yo me construyo un barco para mí mismo y me lo pago. Lo entendería
en bienes de equipo o sistemas semejantes que añadieran valor al último recurso
o producto final, pero para consumirlos el mismo que los fabrica lo entiendo
bastante peor.
Me hace recordar a un tabernero
de nariz colorada que se sentía optimista pensando en las ganancias que iban a
reportarle unas cuantas cajas de botellas de vino de marca, que había
conseguido a muy buen precio. Cuando su contable informó de las pérdidas de
aquella operación, el hombre no lo entendía y le exigía explicaciones. Y la
explicación era muy simple: la nariz se le había puesto aun más colorada porque
se había bebido su propio inventario. Y consumir el propio inventario no es la
mejor forma de generar beneficios. Venderlo a un país extranjero, ahora que el
desarrollo del transporte marítimo está creciendo por la expansión económica de
Oriente, sí puede dar beneficios. Contratar la construcción de cruceros, otro
negocio en expansión, también los daría. Y en último caso, si son incapaces de
negociar internacionalmente, podrían aumentar el valor añadido fabricando
barcos más capaces para los guardianes de nuestras costas, con sus cañones y,
si fuera posible, con sus lanzatorpedos. Así estos guardianes conseguirían
frenar, aunque fuera un poquito, el crecimiento acelerado del negocio de la
droga y, de paso, evitar que individuos pestilentes (palabra derivada de peste)
los asesinen con total impunidad.
En fin, si alguno de nuestros
dirigentes acepta que tiene que mejorar su formación en economía no es
necesario que se gaste nuestro dinero en carísimas escuelas de negocio. Basta
asomarse al mercado de alimentación y estudiar cómo se ha subido la bolsa de la
compra un 27% en dos años. Ése sí que es un negocio redondo. Protestan productores
y transportistas a los que no ha llegado ninguna loncha de tan suculenta tajada
pero, ¡oigan!, nunca ha llovido a gusto de todos y siempre se dice que la
lluvia es necesaria. Que sigan protestando. Hasta puede que se les unan los
ganaderos porque parece ser que nuestro gobierno “negocia” con Marruecos el
paso libre de sus camiones y su ganado, certificados por normas marroquíes, que
están a considerable distancia de las europeas. Y no esperen que Europa, si
llega el caso, se trague este marrón. Prohibirían la entrada de nuestros
productos agropecuarios, y así nos sobrarían excedentes que incinerar si
hubiere contagios fatales en nuestras cabañas.
En el peor de los casos, siempre quedará algún etéreo navío para otro naufragio.
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