Por las voces silenciosas, por José Luis Mozo
Escribo estas líneas entre los
resultados de mayo y las expectativas de julio, de todo lo cual cuantiosas
mentes preclaras han sacado cuantiosas consecuencias, en tanto que un servidor
de ustedes se atreve a sacar muy pocas. Y entre ellas me destaca la conducta
del electorado con un cambio cualitativo importante. Este pueblo de escasa
memoria, influenciable siempre por los prestidigitadores de última hora, ha
hecho caso omiso de cualquier truco de chistera y ha llegado a las urnas con
memoria nítida de los últimos tiempos. Los intentos de subsidio y piruleta,
incluso en los jóvenes a los que invitan a limosnear con lo que, previamente,
políticos sabios han sacado del bolsillo de sus padres o de las cantidades que
se hubieran debido dedicar al aumento de becas de estudio, han dado resultado
próximo a cero. El último chiste de la política social electoral creo que consistió
en bajarnos a los viejecitos las entradas de cine, que me parece muy bien si
con eso se consigue ayudar al cine español por si estuviera necesitado. Las
medidas sociales, las necesarias, son otra cosa.
Así parece que el elector ha
llegado a las urnas con la memoria de los cuatro meses de atraso que hubo en
las actuaciones del covid, por anteponer la agenda política del gobierno, y sus
hondas consecuencias. Hondas sobre todo en la profundidad de las tumbas, que
hubo que aumentar para dar cabida a los excedentes de muertos del 2020. Y
también con el aumento de la cesta de la compra, por la que no se mueve un dedo
para reducir su carrera de precios. Y de la electricidad y los combustibles,
consecuencia -dicen- de una lejana guerra, y no de la demencial política
energética en la que España se reitera hace treinta y tantos años, y que está
dispuesta a mantener porque sus defensores defienden que es magnífica.
Magnífica para ellos, que le sacan buenos réditos. Y de los montes quemados por
falta de un mantenimiento preventivo que en el mejor a los casos está en manos
de ignorantes pretenciosos, que desoyen a los que verdaderamente entienden. Y a
veces en manos de nadie. Y de la muy injusta política fiscal que se abate sobre
las voces más silenciosas, las de los jubilados, que ni siquiera gritan porque,
cuando alguien lo hace por ellos, tampoco se le escucha.
En fin, no sigo porque el texto
superaría con mucho sus posibilidades de espacio. Pero si quiero añadir un par
de observaciones a este electorado al que felicito por su madurez. La primera
es que las elecciones de julio no tienen por qué ser una repetición de las de
mayo. Son otras. Y lo que suceda en ellas está por ver. La segunda es que, aun
consolidando su triunfo, los triunfadores no tienen garantía de nada. El
progreso, la mejora de las condiciones de un pueblo, se construyen día a día.
Los charlatanes lo hacen a su manera, autocondecorándose y concediéndose de
entrada, para hacer vistoso su currículum, títulos nobiliarios, como el de progresistas.
Los títulos, señores administradores, no les corresponden a ustedes, sino a los
sufridos administrados. Ellos son los que tienen la legitimidad para, al final
de su mandato, siempre DESPUÉS, nunca ANTES, decidir quiénes han logrado
verdaderos progresos, como enderezar la enseñanza, recuperar la sanidad,
mejorar el empleo, hacer accesible a todos la cesta de la compra y los enchufes
de la casa, y un largo etcétera de tareas de gobierno entre las que tienen que
ocupar un lugar destacado las mejoras sociales.
Así las cosas, aprovecho una vez
más la ocasión para pedir, por esas viejas voces silenciosas, que se recupere
la Atención Primaria, ese escenario donde médicos de familia atienden y
consuelan presencialmente a la tercera edad, junto con una enfermería
imprescindible.
El teléfono y la Internet para jugar a los marcianitos.
Buenos días. Mi nombre. Pedro J. Villalba. Hace unos días, le comentaba casi esto mismo a una persona periodista. Y no supo responder. Un saludo J. L. Mizo
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