EL AMOR EN LOS
TIEMPOS DEL CÓLERA, por Andrés Pérez García
Preciosa novela o cuento grande
de Gabriel García Márquez, que le sirve, entre otras muchas cosas, para
contarnos la vida de una joven pareja romántica, Fermina y Florentino,
enamorados en el comienzo de sus vidas adolescentes, pero que viven durante
cincuenta años alejados el uno del otro y sin amor por parte de Fermina, no de
Florentino, que siempre mantiene intacto ese amor platónico y sigue adorando a
su amada, viviendo para ella y por ella. Lo hace en silencio, pero con un
deseo, una constancia y una vehemencia verdaderamente hermosa y enternecedora.
Es una obra excelente. Cincuenta años después reencuentran de nuevo la pasión y
el amor. Muere el doctor Juvenal, marido de Fermina, y Florentino comienza a
visitar la casa de su amada: poco a poco va introduciéndose en su corazón y en
su alma: recuerdan sus primeros tiempos: aquellos años de romanticismo juvenil
y ocurre lo que tiene que ocurrir: los dos se rinden ante la evidencia de la
realidad, Florentino está entero en su delirio amoroso y Fermina cae ante esa
maravillosa explosión de amor, pasión que le insufla su amado. El amor en los
tiempos del cólera no es una novela de amor, por lo menos no lo manifiesta de
manera directa García Márquez. Es la explosión narrativa de todo lo que tiene
que ver con el Caribe, con todo su entorno maravilloso: luz, color, flores y
vegetación, los pájaros exóticos y los animales especiales. Es también una
descripción de la vida de los colombianos en el contexto histórico y social de
los tiempos casi recientes de la independencia, deteniéndose de forma muy
brillante en la descripción del alma de los principales personajes; pero, como
si fuera un folletín, introduce las peripecias, el ingenio y la vida de un gran
enamorador. Y es por ello, por lo que quiero rendirle un pequeño homenaje a
esta ilustre figura amatoria, que llegó a ser superior al gran Casanova. Lo
hago, sabiendo que no estoy a la altura requerida, pidiendo perdón por mi
atrevimiento, pero considerando que yo, humilde aprendiz de Cupido, estoy en la
obligación de descifrar y narrar los entresijos que la diosa Afrodita introduce
en los genes de nuestro admirado personaje.
Florentino Ariza, prototipo por
excelencia del hombre enamorado/enamorador, es el principal personaje de “Amor
en los tiempos del cólera”, repito, magnífica y encantadora novela de García
Márquez.
Y lo es porque todo él está lleno
de amor, su vida es amor, y todo su tiempo lo dedica a la práctica de tan
sublime arte, siguiendo, eso sí, las enseñanzas del dios Eros: atracción del
sexo y del amor.
Poseía dotes y recursos propios y
pertinentes del amante, que, empleados en el momento oportuno, hacían caer de
amor y temblar de pasión a la mujer elegida.
Y aunque empezó con mal pie, bueno,
con tan mala suerte, pues a pesar de su insignificante presencia como galán- su
físico esmirriado, su vestimenta fea y desgarbada y su verbo no tan excelente
para el encantamiento amoroso- cultivó numerosos y sonados éxitos. No tenía las
cualidades del Casanova ni en lo físico ni en las maneras, pero poseía ingenio
o dones especiales que la diosa Afrodita había depositado en su ser: argucia y
un verbo delicado y candoroso para entrar en los secretos íntimos del amor.
Conocía las debilidades de las mujeres y hurgaba con suma maestría en sus
recónditos secretos: una palabra o una caricia en el momento oportuno vencía la
resistencia más fuerte de la mujer elegida y la llenaba de pasión, haciendo que
todo su ser se iluminase de amor y su cuerpo se agitase de placer, ardiera de
deseo y su cuerpo temblara, como su alma, de incontenible embriaguez erótica.
Era hijo de madre sabida y de
padre medio conocido, cosa muy natural en aquellos tiempos en la gran Colombia.
Su infancia fue algo desdichada, pues su padre no le prestaba atención, la
madre tenía que hacer las veces de los dos y sus recursos económicos eran
precarios. El primer contacto con una mujer fue a la fuerza y no llegó a ver la
cara de la conquistadora. Era su época de mayor melancolía: “lo sentía en su
propio pellejo escaldado de amante en el olvido”; su madre lo había embarcado
hacía un destino lejano, con la esperanza de que recobrara su cordura y
olvidara a su idolatrada Fermina, que acababa de salir hacia Europa en “viaje
de novios”. Pero el amor, queridos amigos, además de tramposo, es quimérico e
impulsivo y en este caso también forzado.
Una noche fue secuestrado por
unas fuertes manos de una mujer, que lo agarró por la manga de la camisa y lo
encerró en su camarote. Apenas si alcanzó a sentir el cuerpo sin edad de una
mujer desnuda, que lo puso boca arriba y acaballándose encima lo despojó de su
virginidad. Así, este paladín del amor descubrió que su ilusión por Fermina
podía ser compartida con una pasión terrenal.
Las revueltas militares eran muy
frecuentes en la Colombia de aquellos tiempos de afianzamiento como Nación
independiente. Los cañones del general sublevado Ricardo Gaitán Obeso destrozó la
casa de la viuda de Nazaret, que aterrada se refugió en casa de Tránsito Ariza,
madre de Florentino, que rápidamente la alojó en la habitación de su desgraciado
hijo para que ésta terminara con su congoja de amor. Solamente diré que esta
sentimental viudita se quitó el luto de golpe –no quiero describir el rápido desalojo
de tan copiosa y caprichosa lencería- y solía decirle a nuestro personaje: “te
adoró porque me volviste puta”.
Ausencia Santander tenía casi
cincuenta años y se le notaba, pero también tenía un instinto personal para el
amor que no había teorías artesanales ni científicas capaces de entorpecerlo”.
Cuando Florentino la conoció, ya viuda, era amante de un capitán de buque
mercante que más que amarla pasaba el tiempo del amor bebiendo aguardiente y
atragantándose de la mucha ingesta que hacía, pero eso sí agasajándola en demasía
con valiosísimos objetos de arte: muebles preciosos, alfombras indias, estatuas,
globelinos, chucherías innumerables de piedras preciosas y metales, además de
otros muchos regalos. Florentino aprovechaba los viajes del marino para visitar
a Ausencia; no había peligro de ser descubierto, ya que éste tocaba la sirena
del barco dos veces para anunciar su llegada a puerto.
Pero un día…, sabed, queridos
amigos, que el amor es locura, ocurrió un inesperado y trágico suceso. Resultó
que aquella noche se amaron eternamente, durante un tiempo largo y silencioso. “Todavía
con el sol alto ella saltó de la cama, desnuda hasta la eternidad con el lazo
de organza en la cabeza y fue a buscar algo para beber. Pero no alcanzó a dar
un paso cuando lanzó un grito de espanto: habían vaciado la casa de todos los
objetos, se lo habían llevado por la terraza del mar mientras ellos yacían de placer.
Solo dejaron las lámparas colgadas del techo.
Conoció a Susana Noriega en unos
juegos Florales. Los dos esperaban el premio. Florentino porque la encargada de
entregar la Orquídea de Oro era su amada Fermina y esperaba, con verdadero
delirio, que se lo entregase y recordara trémula de emoción el idilio amoroso
que tuvieron en la juventud. Susana, por el contrario, lo ambicionaba por
considerarse merecedora, dada su calidad literaria. Pero los dos se quedaron
compuestos y sin premio, que fue otorgado a un chino, con un sólo mes de
presencia en la ciudad o lo que es lo mismo sin un ápice de castellano.
Y los dos tuvieron que consolarse
mutuamente. Para ello se refugiaron en la casa de esta Maestra de Instrucción
Pública y aficionada a la poesía, de unos cuarenta años, soltera aunque usada
en infinidad de ocasiones. Era gorda y parecida a una morsa, pero poseyendo la
maestría y la agilidad necesarias en los momentos precisos. La mayor de las
veces recitaba a gritos poesías mientras hacía el amor y también tenía, en los
momentos de éxtasis, que succionar un chupón de niño para alcanzar así la
gloria plena.
Fueron muchas las señoras ojeadas
y tratadas por Florentino de acuerdo a su apreciación visual, nunca mejor
empleado este vocablo, pues nuestro admirado personaje era poseedor de un ojo
certero para descubrir a cualquier dama con cualidades excelsas para estos
menesteres.
He dudado si relacionar al último
personaje de aventura amorosa de Florentino; es decir, si hablo de América
Vicuña o silencio este episodio, pero existen tres o cuatro aspectos que
merecen la pena resaltarlos.
El primero es el más escabroso,
dado que era una niña de catorce años, que llega a Florentino para que la
tutelase en sus estudios y en su vida en la ciudad; pero este galán, perfecto
hasta ahora para un servidor, se desvía, con su malévolo proceder pervertido,
esa magnífica trayectoria de romántico encantador. Desde un principio concibe
la idea de convertirla en su nueva amante. La llena de atenciones, de
caprichos, de encantamientos, calculados en la forma y en el tiempo, de juegos
cada vez más atrevidos que desembocan finalmente en la rendición de la
estudiante. ”Para él fue el rincón más abrigado en la ensenada de la vejez.
Después de tantos años de amores calculados, el gusto desabrido de la inocencia
tenía el encanto de una perversión renovadora”.
América Vicuña se enamoró
ciegamente del viejito. Estudiaba mucho durante la semana para no tener
problemas en reunirse con él los sábados por la tarde, para que él le
deshiciese la trenza que le llegaba a la cintura y se la volviese a hacer una
vez finalizado el amor. Por eso, no se creyó que fuese verdad cuando Florentino
le dijo “me voy a casar”. “Es embuste -dijo ella- los viejitos no se casan”.
Pero cuando al borde de un apretado acaloramiento, propiciado por ella,
Florentino rehusó seguir, con la excusa “Cuidado no tenemos cauchitos”, ya si
vio que era verdad y entró en una pena que meses después la llevó a la muerte.
Florentino percibió el
fallecimiento del Dr. Juvenal tras acabar un encuentro íntimo con América.
Estaba, precisamente, rehaciéndole la trenza cuando las campanas de la catedral
empezaron a doblar, casi al igual que cuando murió el obispo. Unos dobles así,
comentó, son de gobernador para arriba. Nada más saber que el Dr. Juvenal había
fallecido, acudió, de inmediato, a darle el pésame a Fermina, a ofrecerse para
todo cuanto fuese necesario. Al principio, Fermina fue remisa a cualquier
contacto o relación con Florentino, pero éste, de forma educada y exquisita,
extremó su cuidado y su relación para con ella, que llegó a ser delicada y
necesaria, sintiéndose acompañada con su presencia.
Más o menos al año de ser viuda,
se percató que a este hombre, al que despreció hacía medio siglo tenía que
considerarlo, pues si antes fue por ser demasiados jóvenes, ahora no podía
rechazarlo por ser demasiados viejos.
Así que, aceptó el ofrecimiento
de un viaje en barco por el río Magdalena, barco que Florentino, por su calidad
de propietario de la naviera, había preparado precisamente para ser el nido de
amor que ambos necesitaban.
Ya en la puerta del camarote,
trató de despedirse con un beso, pero ella le puso la mejilla izquierda. Él
insistió, ya con la respiración entrecortada, y ella le ofreció la otra mejilla
con una coquetería que él no la había conocido de colegiala. Entonces insistió
por segunda vez y ella lo recibió en los labios. Lo recibió con un temblor
profundo que trató de sofocar con una risa olvidada desde su noche de bodas”.
Pero es más, para que todo fuese
perenne, y con la complicidad del capitán se izó la bandera amarilla de la
peste. El cólera estaba presente a bordo, ni podían visitar ni ser visitados. Y
dedicaron el barco a un viaje sin fin, a un ir y un venir para toda la vida.
El amor que todavía embargaba sus corazones sería eterno.
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