Aunque sabemos poco de él,
nuestro organismo es sabio, fuerte y se está regenerando continuamente, sin que
nosotros hagamos el menor esfuerzo. Nuestro cuerpo nos habla, emite señales de
forma constante, pero no sabemos escucharle. Cuando está cansado o enfermo nos
está diciendo que es tiempo de quietud, de mirar adentro y ver qué es lo que no
está bien. Para ello, para aprender a escuchar a nuestro ser, hoy te voy a
proponer cinco “hábitos saludables”, cosas sencillas que se pueden integrar en
nuestro quehacer diario. Quiero compartirlas contigo que me lees y con ello
espero que comiences a sentirte mejor cada día.
Afirmaciones positivas: Está demostrado que pensar de forma
agradable nos hace sentir mejor que si nos centramos en lo que no nos gusta o
nos preocupa. Por ello, hoy te voy a hablar de esta afirmación: “Cada día estoy
mejor, ¡en todos los sentidos!”. Podemos repetirla a lo largo del día, cada vez
que nos acordemos y si somos capaces de sentir que cada vez estamos mejor,
haremos que sus beneficios se multipliquen. El cerebro obedece nuestras
órdenes, si le decimos que cada vez estamos mejor, hará todo lo posible para
que nuestro organismo se encuentre bien.
Alternar tiempo de actividad con tiempo de relajación y descanso:
Estamos acostumbrados a realizar tareas que suponen esfuerzo físico o mental
sin medir las consecuencias y muchas veces preferimos terminar lo que estamos
haciendo, aun sabiendo que al día siguiente estaremos rendidos. Llevar el cuerpo
a ciertos límites lo desgasta. Por ello, si te paras 5 minutos de vez en cuando
y haces un pequeño descanso en el que aprovechas para comer algo de fruta o
sentarte con las piernas en alto… conseguirás que tu cuerpo vuelva a cargar las
pilas. Hacer una sola cosa a la vez y poner toda nuestra atención:
Habitualmente, cuando conducimos solemos ir pensando en otras cosas; al cocinar
nuestra cabeza suele estar en otro lugar, pendiente de otras preocupaciones.
Hacer más de una cosa al mismo tiempo nos genera estrés, agota nuestra energía.
En muchas ocasiones no sabemos si hemos apagado el fuego o hemos cerrado con
llave el coche porque nuestra mente no está presente en lo que estamos
haciendo. Hay un Maestro Zen llamado Thich Nhat Hanh que nos aconseja realizar
lo que estamos haciendo poniendo toda nuestra atención, todo nuestro ser,
aunque esa tarea nos parezca tediosa o no nos guste mucho hacerla. Así, nos
invita a estar presentes por ejemplo mientras fregamos los platos, haciendo
únicamente eso, fregar, notando la temperatura del agua, el tacto de la loza,
el olor del detergente…; de ese modo, disfrutaremos cien por cien de la
experiencia. Estar presentes nos ayuda a generar equilibrio en nuestra vida.
Huir de la comodidad: acomodarse, no moverse, genera estancamiento
energético y enfermedad. Dicen los entendidos que salir a pasear todos los días
o hacer media hora diaria de deporte moderado, mantiene los niveles en sangre
equilibrados y eso nos puede ahorrar tomar un montón de pastillas. Todos
sabemos que cuando somos capaces de vencer la pereza y saltamos del sillón para
mover un poco el cuerpo, cuando terminamos y nos damos una ducha, nos sentimos
mucho mejor. Y nunca olvidar que si nuestro cuerpo está sano generará que
nuestra mente también lo esté.
La Conexión con la Naturaleza: Dedicar un instante cada día para
estar “conectado” con la naturaleza también nos ayudará a mejorar nuestra
calidad de vida. Si lo piensas, no cuesta tanto trabajo sentarse un instante en
el paseo o en la playa y en silencio mirar el mar o el cielo. Si te paras un
instante en cualquier zona en la que haya árboles o plantas, podrás disfrutar
de la belleza, de la calma, de la energía que emanan. Y si no tenemos tiempo o
no podemos salir de casa, podemos mirar con atención plena una planta, a tu
mascota o el vuelo de las aves que pasan cerca, porque todo ello nos aportará
tranquilidad y conexión con el presente.
Hay muchas más cosas que podemos
hacer para elevar nuestro nivel energético. Actividades como Yoga, Tai-chi,
Chikung, meditación, escuchar música o tocar un instrumento, bailar o cantar,
escribir o soñar despierto también nos pueden ayudar a conectarnos con el
presente y a disfrutar más de nuestra vida. Hemos de darnos cuenta que en
ocasiones nos exigimos demasiado. Llevamos a nuestro cuerpo y a nuestra mente
al cansancio extremo y después nos cuesta un triunfo recuperarnos, llegando a
veces incluso a enfermar de puro cansancio. Si aprendemos a hacer de nuestra
vida un “vaivén” en el que la actividad cobre la misma importancia que el
descanso, nos daremos cuenta de que a la hora de ir a dormir, lo haremos de
otra manera, en lugar de agotados, satisfechos y preparados para un sueño
reparador, durmiendo a pierna suelta por la noche. Está comprobado que cuando
nos acostamos preocupados o enfadados nos cuesta más trabajo dormirnos; la
mente no deja de dar vueltas al problema y eso genera tensión en nuestro
cuerpo, por lo que estamos más inquietos y cuando despertamos por la mañana
tenemos la sensación de que nos han dado una paliza… ¿no os ha pasado nunca?
Ser conscientes de la importancia de irse a dormir tranquilo y relajado nos
ayudará a acostumbrarnos a hacer tres o cuatro respiraciones profundas cuando
cerramos los ojos, dejando que los músculos del cuerpo se relajen y la mente se
aquiete. Así, al día siguiente, al abrir los ojos, nos sentiremos perfectamente
bien. Interiorizando estos pequeños
hábitos lograremos que cada día estemos mejor... ¡en todos los sentidos!
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