NUEVOS ROSTROS, CON NUEVOS AIRES Y NUEVAS ILUSIONES, por A.F.García
Entre el 31
de mayo y el 1 de junio salió adelante la primera moción de censura de nuestra
actual democracia. No es que el aspirante tuviera muchos apoyos sino que el presidente tenía una
mayoría social en contra. Solo tenía a favor los suyos y su socio de
legislatura, que, descolocado, no optó por abstenerse que sería lo más cómodo,
sino que en este caso, como en la Comunidad de Madrid, se mantuvo fiel, lo que,
de cara al futuro, pudo haber sido un error de cálculo.
La situación
no era fácil, ni lo es ahora, para ningún presidente; pero Rajoy, una vez
superado el escollo de los presupuestos, se veía a sí mismo finalizando la
legislatura y candidato seguro para la siguiente legislatura. En estas
coyunturas ningún allegado al gobernante de turno se atreve decirle lo
contrario, aunque lo vea conveniente.
El vendaval
había arrancado inesperadamente y de nada le valía hacerse junco, ni era
elegante ni ético recurrir al miedo contra el rival cuando lideraba al partido
que más años ha gobernado en la reciente democracia y lo ha hecho sin grandes
traumas.
Se ha
retirado de modo elegante y le deseamos, a título personal, lo mejor para este
periodo de la vida. No creo que arrastre responsabilidades penales, pero sí la
responsabilidad política de no haber atajado un hábito de corrupción sin
precedentes en nuestra actual democracia.
Por el otro
lado, Sánchez pudo haber sido presidente casi un año antes; bastaba que el
grupo de Podemos se hubiera abstenido. Ahora ha demostrado audacia, capacidad
de decisión y reflejos para reunir en tan poco tiempo un equipo nuevo, limpio,
de gran perfil técnico y amplio espectro sociopolítico, no de incondicionales
del partido que es lo más habitual. Esto ya ha generado ilusión y confianza
social. No lo tiene fácil con su minoría parlamentaria, pero esperamos y
deseamos que, por una vez, se supere el egoísmo de grupo y se imponga el
sentido común y el interés general. En esto nos referimos sobre todo al
problema catalán. Es necesario recomponer una situación de diálogo y
convivencia, superando orgullo y prejuicios, y, por supuesto, dentro de
nuestros deberes y derechos constitucionales.
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