LA CAZA Y LA "VENTA MERÁ", por Marco A. Santos Brandys
Los fines de verano, los
pasábamos en nuestra apartada y solitaria finca de Carivete en la Sierra de
Tercia, entre Totana y Aledo. La casa, junto a la de los labradores, -el "Tío
Juan", Encarnación y sus tres hijos, algo mayores que nosotros-, era muy
grande. La compró mi abuela a finales de los años 40 y allí, aprendimos a vivir
la niñez y juventud, de modo campestre.
Me gustaba cazar, pero siempre
era la “caza menor”. La había practicado, primero con escopetas de pequeño
calibre y luego con una paralela del 12, que mi padre me regaló al cumplir los
14. También atinaba con una carabina del 22 tirándole a todo, con lo que se
podía decir que tenía alguna puntería.
Normalmente, esos días me
levantaba temprano, sobre la 7 de la mañana, ya salido el sol. Pero por mucho
que madrugase, siempre encontraba a alguien que se me había adelantado,
deambulando por la casa haciendo sus quehaceres matutinos y en la cocina, preparando
desayunos. Siempre así.
Me "acicalaba" un poco,
no mucho, porque aparte de mi natural abandono en esos menesteres propios de mi
dejadez, el no tener nadie con quien poder presumir y la necesidad de no llevar
aromas al monte, cosa que sabe todo aficionado a la caza, me obligaba a
"arreglarme" rápido, lavándome como los gatos.
Desayunaba rápidamente café con
leche y tostadas, o migas con chocolate, tortilla, higos chumbos, uvas u otra
cosa que los labradores habían recogido, debiendo hacerlo más tranquilamente
que lo hacía por consejo de mi madre. Me pertrechaba de la canana con
cartuchos, la navaja afilada, el morral y la “paralela” del 12, que me esperaba
colgada de la pata disecada de un muflón, en la pared del salón. La perrita
"Tasca", cruce de podenco andaluz y fox-terrier, me esperaba nerviosa
para comenzar la caminata, comportándose muy bien en los menesteres
cinegéticos. Al principio, me espantaba las piezas pero con el tiempo, llegó a
ser enseñándola, obediente y fiel compañera. "Farsalia", otra
perrita, pastor alemán, también me esperaba, pero solo nos acompañaba un
pequeño trecho al principio del camino, volviéndose pronto a casa.
Mi cabeza estaba en salir rápido
al monte. A mi paso, podían salir volando muchas aves, rabiblancas, totovías,
merlas, torcaces o si había suerte perdices, mis piezas favoritas, además de
alguna liebre o conejo, a los que distinguía fácilmente. Si tenía suerte, podía
divisar muflones, cabras monteses e incluso jabalíes, frecuentes en la zona,
respetándoles en su quehacer.
Las opciones del camino, eran
varias y tomaba uno u otro según la querencia del día. Entre las opciones,
estaban básicamente éstas:
Hacia el Sur, caminaba por la
rambla en gran parte y era camino fácil; hacia el Oeste, por el camino del
"Caño de Soriana" entre bosques de carrascos, los arrendajos y
torcaces me acompañaban; al Norte, el Camino de "la Manilla", lugar
donde después de la buena caminata el campo se manifestaba espléndido al
divisarlo a unos 400 metros de altitud, pasando antes por la "fuente del
Antigüarejo" donde, encontraba una fresquísima y saltarina agua y un frondoso bosque; y por último, el camino
del Este, donde tras pasar la "Fuente de Los Dioses" y la “Fuente del
Vino", llegaba al "Monte de las Cucalas", cruzando la “rambla de
Lébor”, un mágico lugar, con juncos, cañas, jarales y remansos de agua,
predominando los baladres o adelfas. Este camino, fue el elegido ese día para
la caminata y después de hablar un rato con los despiertos moradores, iniciamos
la caminata.
El camino comenzaba siempre con
"Tasca" adelantándose unos metros durante un corto trecho, pero una
vez alejados de la casa lo suficiente para poder empezar a levantar el vuelo
algunas aves, me acompañaba más cerca, lo necesario para poder hacer la
"muestra". Su pelo duro, la hacía poder aventurarse entre las zarzas
y otros matorrales, buscando alguna pieza. Su naturaleza y nerviosismo me las
espantaban al principio, por lo que tuve que enseñarla, aprendiendo
rápidamente.
Después de un rato de caminata,
ya cerca de la “era” -años después “pantano”- llegábamos a través de un
pedregal a la fuente “De Los Dioses", donde descansábamos y comíamos higos
de las frondosas higueras. Hacía un pequeño "aguardo" a las “merlas”
que acudían a su cotidiano desayuno y reiniciábamos la marcha hasta llegar a la
"Fuente del Vino". Aquí, otra enorme higuera, producía sus numerosos
y ricos frutos, algunos de los cuales, ya empezaban a caerse por su madurez y
la fuerza de la gravedad y donde esos golosos pájaros negros, daban buena
cuenta, mientras de nuevo los “aguardaba” tras unos arbustos. Aguardando las
“merlas”, cercano a la higuera, tenía al principio alguna dificultad para
mantener quieta a “Tasca”, pero llegaba a conseguirlo. Los negros voladores no
paraban de pasar y pararse a picar los higos y aguardando el momento oportuno,
apuntaba y disparaba. Volaban asustadas por el estruendo el resto de piezas que
estaban cerca, pero poco después, volvían a probar los dulces frutos y vuelta a
empezar. Después de abatir varias voladoras, las recogía y hacía de nuevo otra
tanda. Si no llevaba “percha”, con un esparto, les atravesaba la nariz y las
colgaba del cinto, manchando con sangre, el corto pantalón donde cual medallas,
vivían varios días, hasta que lo lavaban.
Ya en la rambla, parábamos junto
a las zarzas con oscuras moras que nacían cerca del manantial, dando buena
cuenta de ellas. Arrendajos, totovías, oropéndolas, rabiblancas, torcaces y
otras aves, se cruzaban en el camino y si había suerte, bandos de perdices
“soltándoles viento" con la “paralela”, según típica frase del Tío Juan.
En este lugar de la rambla,
comenzaba nuestro ascenso por el "Monte de las Cucalas", llamado así,
porque anidaban en las cuevas de sus verticales paredes, numerosas de ellas,
acompañándome de cerca todo el tiempo que duraba el ascenso, así como alguna
pareja de cuervos y grajos, guardando prudencial distancia. Era un camino
escarpado y un tanto difícil, también para "Tasca" obligándome a
colgarme el arma en bandolera, para ayudar en tramos, a mi acompañante de
cuatro patas.
Culminada la subida al monte,
acompañados por los oscuros voladores, llegábamos a una grandísima planicie
desde la que se divisaba un extenso paisaje, descansando de nuevo un rato. En
algunos cocones de piedra donde se almacenaba el agua, "Tasca"
saciaba su sed. Durante el tiempo que duraba la ya suave bajada, podíamos
cruzarnos entre las matas de esparto, con algún conejo, al que la perrita
perseguía como posesa, a corta distancia. Algún perdigón de la escopeta habrá
sentido su cuerpo, saliendo siempre bien parada, dada mi puntería y la
mediación del ángel de los perros que milagrosamente, estaba con nosotros al
quite. Bandos de perdices levantaban su vuelo, acelerando nuestro latido, pero
simplemente oír el "titeo" y el "ca-ra-ca-cha-ca" de las
patirrojas, merecía nuestro esfuerzo.
Y llegábamos al camino de vuelta,
distinto del de ida, haciendo un bucle cerrado, llegando cerca del camino a
Totana, a la ermita "Virgen de las Viñas". Cerca estaba la
"Venta Merá", típica “venta” de camineros, en donde desde hace años,
solía descansar bajo la sombra de las parras, tomarme un "quinto" con
un tomate partido y así reconfortado, iniciar el camino de vuelta a casa.
Pero en ese último recorrido,
como hacía normalmente al llegar a la venta, a la que hacía tiempo no iba, ya
estaba algo cansado, pues además de la caminata, se sumaban los años. En la
fachada de la venta, seguían estando los azulejos azul, verde, amarillo y
blanco que la anunciaban. Entré decidido, me senté cerca del "poyo"
de ladrillo adosado a la casa y le dije a una pareja de mayores que realizaban
labores, mientras el perro, jadeaba mirando hacia arriba, pidiendo su agua.
- "Buenos días",
dije mientras me sentaba en la silla de "anea" y me quitaba la
escopeta ya desmontada, de la bandolera.
- "¿Me pueden traer un
"quinto", un tomate partido y un poco de agua para la perrita...?,
vaya calor..." le dije a la mujer que sin abrir la boca, se acercó al
hombre que ya venía a mi encuentro y diciéndome mirándome extrañado:
- "Señor, ésta es una
casa particular...". Sorprendido, me levanté como un resorte de la
silla y dije:
- "Perdón, ¿ésta no es la “venta Merá” a la que la
gente viene a tomar algo?..."
- "Si, pero ya no es
venta, la compramos nosotros, que ahora vivimos aquí. Es nuestra casa..."
dijo, mientras la mujer asentía con la cabeza y asía firmemente con las dos
manos, una escoba de caña y hojas de palmera,
- "Pues... lo siento, no
lo sabía, perdone" y llamando a "Tasca" que esperaba su
agua, iniciamos lentamente el camino de vuelta.
Pasaba la jornada matinal de esta
manera, entreteniéndonos durante el camino de vuelta con las ranas y los
pájaros que se cruzaban y si se presentaba daba buena cuenta de ellos,
“soltándoles viento”, continuamos el camino.
Deseando llegar, al ver la casa
en la distancia aceleraba el paso en el suave camino, pero “Tasca” siempre
llegaba un rato antes, avisando a todos de nuestra llegada.
Cruzando de nuevo la rambla, el
huerto con la balsa y el balsón e iniciando la subida, llegamos a casa a la
hora del aperitivo y "Farsalia" recibía las novedades de parte de su
compañera de fatigas, corriendo de alegría por la llegada. Me tomaba un pequeño
refrigerio antes de comer y comentaba con los presentes, los incidentes
acaecidos.
Al comentar lo sucedido, me dijo
el Tío Juan, que la venta efectivamente, hacía poco que había sido vendida y
los propietarios eran nuevos por aquí.
Bien podían en esa antigua venta,
haberme invitado a una "cintica" de vino de la "frasca" y a
unas pocas habas que estaban secándose cerca del capazo. O por lo menos,
invitar al "can” a un plato de agua. Quizás debieron asustarse al ver a un
cazador con perro entrando como Pedro por su casa, en la suya propia.
La nerviosa "Tasca",
descansa desde hace tiempo en el cielo de los perros, corriendo perdices y
conejos, sin necesitar de refrescarse con agua, junto a su amiga
"Farsalia".
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