"Turistas extranjeros" por la zona de Cartagena y Mazarrón, en los siglos XVIII y XIX (VI), por Paco Acosta
(continuación)
RICHARD FORD (1796-1858)
Viajero, dibujante e hispanista
inglés. Pasó cuatro años en España, realizando viajes por toda la península. En
1844 publicó, con gran éxito a tenor de las sucesivas ediciones de años
posteriores, A Hand-book for Travellers in Spain and Readers at Home,
en el que, tal como refleja en la portada, describe el país y las ciudades, los
lugareños y sus costumbres, y considera los monumentos, religión, leyendas,
manifestaciones artísticas, literatura, deportes y gastronomía. Sus comentarios e indicaciones serán muy
tenidos en cuenta por quienes posteriormente recorran las tierras hispanas, y
sus opiniones, así como sus “retratos” de hombres, costumbres y paisaje iban a
constituir el espejo oficial de la España del siglo XIX.
En el Reino de Murcia, del que
dice “está mal provista de carreteras, e incluso su gran vía de comunicación
con Granada es apenas practicable para vehículos” -al considerar la ruta
Almería-Cartagena- el autor menciona Mazarrón, de la que indica “es
una localidad industrial, con una población de unos 5.000 habitantes. La tierra
y el mar les dan trabajo. Debido a la cantidad de ruinas descubiertas en la
vecindad, se supone que este lugar fue anteriormente una importante
colonización cartaginense”. A continuación se refiere a la Sierra de
Mazarrón, con sus minas de plata y alumbre. En cuanto al paisaje lo señala
como “llanuras desprovistas de árboles”; y destaca que allí se cultiva
la barrilla.
Después pasa a describir las
peculiaridades del Reino de Murcia. Escribe cosas como éstas: “Está muy poco
poblado y en las partes donde falta el agua es casi un desierto. Sin embargo
las áreas de regadío y las Huertas compensan esto con su abundante fertilidad
prodigiosa. Abundan las palmeras, naranjos y algarrobos. Sus productos
principales son seda, sosa, esparto, pimientos rojos y ricos vinos”; “La
mineralogía es sumamente interesante, sobre todo en los distritos mineros cerca
de Cartagena”.
Al referirse a sus gentes, su
opinión no es muy halagadora: “Las clases pudientes vegetan en una monótona
existencia social, sin otras preocupaciones que el puro y la siesta. Pocos
hombres que merezcan el nombre de ilustres han salido de esta trasnochada
provincia. Las clases bajas, dedicadas principalmente a la agricultura, son
alternativamente perezosas y laboriosas”; “Son supersticiosos,
vengativos y pendencieros”.
Cuando se refiere a Cartagena,
después de ilustrar al lector con su historia, la considera símbolo de la
“España en decadencia” y dice “está ahora muy decaída. Apenas tiene
30.000 habitantes”; “Aquí vemos que todo lo hecho por la mano del hombre
está todo cambiado, pero a peor”; “El puerto, abierto por la poderosa
mano de la naturaleza […] es lo único que continúa invariable, pues no debiendo
nada a la mano del hombre, tampoco se puede estropear con su abandono”.
No obstante lo anterior, también
escribe algo favorable del puerto “es el mejor de esta costa […] Aquí
incluso la flota inglesa podría maniobrar”. Pero a continuación dice que “está
casi desierto y no tiene flota que albergar”.
En su alternancia de opiniones,
encuentra positivo “el pescado de toda esta costa es excelente”; “la
pesca del atún y la exportación de la barrilla, así como la minería,
constituyen la principal ocupación de la población”, para después decir,
como no, que había sido un inglés el que recientemente había fundado en
Cartagena “una fábrica de cristal, porque aunque la naturaleza ha abastecido
a esta comarca con abundancia de materia prima: arena y álcali, al cartagenero
nunca se le había ocurrido mezclar los ingredientes”.
SEVERN TEACKLE WALLIS
(1816–1894)
Este abogado norteamericano, visitó
España en 1847 y en 1849 narró sus andanzas, publicándolas bajo el título Glimpses
Of Spain: Or Notes Of An Unfinished Tour In 1847. En él cuenta su breve
estancia en Cartagena, a la que llegó por mar. Describe el puerto, que
califica de “soberbio” y rodeado de montañas, cada una con una
fortificación. La ciudad, protegida por la muralla del mar, son puntos de
defensa ruinosos. Se fija en la Escuela Naval, que encuentra “magnífica”,
y un “espacioso edificio, apropiado y de buen gusto, que ahora y
desgraciadamente no tiene estudiantes”. También se fija en el Gran Hospital
“afortunadamente sin enfermos”.
Cuando desembarca visita el
Arsenal, en un recorrido de “un par de horas” acompañado por un guardia
que hizo de guía por “el espacioso y magnífico recinto, ahora vacío”.
Después visita “la iglesia
principal”, que “no tenía nada que destacar”. De Cartagena no
dice nada más. Eso sí, cuenta, que en un café se tomó una naranjada, -de naranjas
exprimidas allí mismo por la camarera-, que le llamó la atención ver a unos
gitanos -era la primera vez que los veía, y describe sus atuendos-. Si el viaje
por España lo consideró inacabado, supongo que no diría que había completado su
visita a Cartagena.
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