LA HORA DEL CAFÉ, por Marco A. Santos Brandys
Desde siempre, la
gente se ha alimentado -quien ha podido- en tres momentos principales del día:
por la mañana (desayuno) al mediodía (comida) y por la noche (cena), existiendo
otros momentos “secundarios” para entretener la mandíbula. Algunos ejemplos
son, el café de media mañana, el medio almuerzo, el aperitivo, el café de
después de comer, el del té, el piscolabis, el tentempié, el brunch, la
merienda… teniendo cada uno de ellos connotaciones propias. Por ejemplo, el
bocadillo de media mañana y la merienda, tienen características obreras y
juveniles, mientras que el café de después de comer y el té, las tienen más
aristocráticas, elegantes y sofisticadas.
Ese momento del día,
en el que el sol ya ha iniciado su descenso hacia el horizonte y se ha acabado
el trajín de la mañana, pero sin comenzar a vivir intensamente la tarde, en el
que se le da una prórroga al quehacer cotidiano y se descansa por un rato la
comida del mediodía, dándole una pequeña tregua al cuerpo, es un tiempo de
descanso muy variable para las personas, oscilando desde unos cuantos minutos
hasta unas pocas horas, pero sin ser esos tiempos decisivos, se llama la “hora
del café”.
En otros lugares, este
tiempo se presenta un poco más tarde, llamándole la “hora del té”, pero ambos,
-el café, el té con sus horas- son como primos hermanos que se llevan bien,
aunque sean las bebidas degustadas muy distintas unas de otras, pareciéndose
solamente en el agua contenida y que según gustos, pueden ir acompañadas de
leche, de azúcar o limón, en mayor o menor concentración.
Hace tiempo, se
invitaba a amigos y familiares a tomar café en casa, acto más informal y menos
complicado que el de una comida y más parecido a una merienda. En ese convite,
se invitaba a los amigos o familiares a tomar la infusión correspondiente,
acompañada casi siempre por dulces, galletas, bombones… y por alguna copita de
licor, acto que duraba hasta media tarde, alargándose hasta poco antes de
empezar la merienda y la cena.
La duración de la hora
del café y de la siesta, están en relación inversa, dependiendo de la cantidad
de “martinis” ingeridos a la hora del aperitivo y de cervezas en la comida,
siendo probado el buen comportamiento del “champagne” para acompañar cualquier
comida, merienda o cena.
En estos tiempos
nuevos, tan ancestral costumbre ha ido desapareciendo poco a poco, si bien no
del todo, debido en parte a la incorporación de la mujer al mundo laboral, al
ser ellas -las amas de casa- quienes preparaban normalmente este tipo de
celebraciones en casa, trasladándose lentamente a las cafeterías y a los
“salones de té”.
Son saboreadas -no
deglutidas estas bebidas el café y el té- con los labios, acompañados con los
productos antes indicados. Las amas de casa, eran generalmente las más
aficionadas a “quedar para tomar el café” -o el té- con las amigas y si así era
el caso, desde el primer momento arreglaban “el mundo”, desde el más cercano e
íntimo hasta el de las lejanas antípodas. Era servido el café -o el té- en sus
vasijas de cerámica, porcelana o cristal fino, debido a lo delicado del acto y
el elemento consumido.
Mi madre, era muy
aficionada a ese momento de “tomar el café” -o el té-, bajo las faldas de la
íntima mesa camilla del cuarto de estar, el cual era -el hecho de tomarlo-,
menos importante que el de reunirse con sus personas queridas, su marido -mi
padre-, su madre -mi abuela- y sus hijos, -mis hermanos- con los que comentaba
los acontecimientos del día, mientras acogía a su alrededor cual gallina clueca
a sus polluelos, alargándolo lo necesario hasta que todos nos marchábamos a
nuestros quehaceres vespertinos.
La hora del té, era un
hábito menos frecuente a esas primeras horas de la tarde. No era tampoco
exclusivamente para tomar esa infusión, sino una merienda o cena ligera,
incluyendo galletas o pasteles de varios tipos. En casos normales, el té,
servido en tazas de porcelana con su jarrita de leche y unas rodajas de limón,
podía incluir un acompañamiento salado.
También hacía
frecuentemente actos parecidos en casa, pero a la media tarde a las que llamaba
“féminas”. En ellas reunía a su grupo de amigas, para merendar y poner las
cosas del mundo en su sitio, acto que era correspondido cada semana en sus
casas. Nosotros, saludábamos a las señoras al entrar y al salir a medida que
venían, y cuando acababan de irse, entrábamos a “saco” al salón a terminar con
las viandas que quedasen de la merienda, las “mediasnoches”, los “borrachos”,
los exquisitos sándwiches de “Rodilla”, las galletas “surtidas”… y aprovechar
las “tobas” de tantos cigarrillos americanos con sus boquillas manchadas de
carmín.
Mi padre hacía algo
parecido con sus amigos y los llamaban “círculos”, pero eran muy diferentes a
los de ellas, pensando nosotros desde fuera, que hablaban de cosas más serias…
Estas cosas, ya no se
hacen o se hacen poco, o por lo menos yo he dejado de asistir a ellas. Y me
apena darme cuenta que el mundo y sus costumbres, mucho ha cambiado desde
entonces, en tan poco tiempo.
O a lo mejor, somos nosotros los que hemos cambiado.
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