SABINA Y EL “MILICIANO” (V), por Eva Sevilla Cervantes
(continuación)
La madre de Sabina no la
dejaba asomarse por la almena así que desde la posición que tenían, sentadas en
el suelo, solo acertaban a ver humo y a oír algún grito desgarrador de Martin… los
piratas se estaban divirtiendo a costa del pobre hombre. Las mujeres rezaron
para que la muerte no tardara en llevárselo. No volvieron a oírlo.
Cayó la noche con el peso
del miedo en los corazones solos. Sabina acurrucada en el regazo de su madre
lloraba en silencio. La madre, ya no tenía lágrimas, intentaba tranquilizar a
la joven cantándole muy bajito la nana que de pequeña, la embelesaba y
dulcemente, acompañada de las notas Sabina se quedó dormida, su madre deshizo
el hato para taparla con la capa y cayó el cuchillo a sus pies, lo miró
fijamente y luego a su hija, su pequeña. Tenía que ser fuerte y no permitiría
que le hicieran nada, nada… en absoluto. Si fuese necesario ella podía usar el
cuchillo con la precisión de un matachín con Sabina, que abrió los ojos
sobresaltada por la andanada de cañonazos que impactaban en el monte. Una galeota apostada en el pequeño pantalán disparaba a
tierra, la torre temblaba en cada impacto y se escuchaban gritos de guerra
ensordecidos por los mosquetes que intentaban reducir a los piratas. ¡Los
milicianos, han venido los milicianos! gritó la madre de Sabina y se le
encendieron los ojos, sintió esperanza y tiró el cuchillo abrazando a su hija.
Pero los milicianos eran pocos y la artillería pesada del corsario no era
comparable a sus escasos recursos y se vieron obligados a correr y esconderse
por las cuevas que hay en el cabezo a la espera de refuerzos. En el tumulto,
Matías había caído de bruces en la playa al enfrentarse con un pirata antes de
que la galeota hiciera su aparición. Luchó cuerpo a cuerpo recibiendo golpes
mientras asestaba cuchilladas que ensangrentaban sus ropas, se hundió en el
agua con el pirata agarrándole por el cuello para que se ahogara. Matías se
debatió pero le faltaba el aire. La fuerza que le atenazaba le mataba, no podía
más, los pulmones le estallaban y entonces una bocanada de agua le entró de
golpe y en segundos ya no luchaba, pero un brillo semienterrado en la arena, le
recordó la sonrisa de Sabina y como el ave fénix resurgió de sus cenizas,
Matías volvió del más allá y se levantó volviéndose contra el pirata dándole
una puñalada en el corazón. Matías jadeaba en pie contemplando el cuerpo
inerte, le dio la espalda y se arrodilló, tanteó el fondo en busca del pequeño
espejo, lo encontró y lloró con él entre las manos pensando en la joven que
quizá aún viviera refugiada en la torre Santa Elena.
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