ASALTOS A PARLAMENTOS (IV), por Nicolás Pérez-Serrano Jáuregui
(continuación)
Falló el Gunpowder Plot.
Y ya entonces se asoció libertad y Parlamento. Un conocido autor, Friedrich von
HAYEK20, lo expresó así: “la libertad individual en los tiempos
modernos puede escasamente ser rastreada más allá de la Inglaterra del siglo
XVII”. En España reconocía mi compañero Letrado FRAGA21 que una
serie de costumbres recuerdan los «tiempos de turbación» del Parlamento
británico, pues allí se sigue celebrando “la procesión que investiga si hay
pólvora en los sótanos al principio de cada Parlamento en memoria de la famosa
conjuración de Guy FAWKES, sabio recuerdo de que una cosa tan delicada y frágil
como un Parlamento puede volar en todo momento”.
2. El asalto a la Duma rusa de 1993.
Acaso muchos recuerden aún la imagen: una Duma quemada, ennegrecida por el fuego de los cañonazos. Es la madrugada del 4 de octubre de 1993. Tropas fieles al presidente Yeltsin bombardean la sede del Parlamento Ruso. En él han resistido durante dos semanas sus adversarios tras los incidentes del día anterior. Según las tradiciones rusas no es posible el compromiso, alguien debe vencer. Yeltsin previamente -el día de la entrada del otoño- había disuelto las Cámaras del residual sistema soviético (Soviet Supremo y Congreso de los Diputados populares), acaso no un parlamento en sentido estricto, con legitimidad jurídica pero no política y escaso apoyo social. ¿A qué, entonces, esos cañonazos?
El Presidente había
violado la Constitución y, con la excusa de propiciar un nuevo régimen
postsoviético, liquidó literalmente todo vestigio contrario a sus planes. No
usó medias tintas. De nuevo el Parlamento pagaba los platos rotos de
disensiones internas, de superposiciones de diseños de régimen político no
coincidentes22.
3. La toma del Capitolio USA en enero de 2021.
El día de “Reyes” de hace dos años una multitud asaltó el Capitolio norteamericano, con resultado de al menos cinco fallecidos y centenares de detenidos. Hubo -latente o expresa- una excusa: la presión de Trump sobre Pence, Vicepresidente suyo, para que no proclamara a Biden como ganador de las elecciones presidenciales. Algunos de los golpistas pertenecían a un grupo supremacista23 denominado “Proud Boys”, autoconsiderados con legitimación para realizar el asalto en especial tras recibir un mensaje digital del propio Trump.
Muchas
consideraciones podrían hacerse al respecto, pero resulta obvio que no era solo
violencia. No era solo intrusión utilitarista o medio instrumental para ejercer
presión. Era una orquestada maniobra para denostar al Parlamento, someterlo,
con empleo de fuerzas extremistas sin aparente control pero dirigidas
tuiteramente para hacer claudicar a poderes e instituciones del Estado,
violentando la Constitución y adentrando su conducta en tipos penales conocidos
que protegen valores esenciales de la sociedad y el Estado democráticos. Se
habla incluso de la existencia de un plan preciso de siete etapas, supervisado
y ejecutado por Trump, cuyo objetivo era interrumpir el proceso de pacífica
transición del poder de la administración republicana a la demócrata.
Lejos de allí, en la Casa Blanca,
una pared completamente embadurnada de salpicaduras de Ketch-up. Trump ha
discutido con el fiscal general William Barr. ¡No hace falta que busquemos
viejas películas del Oeste americano! Ante tal horror, a mí, en particular,
solo me queda entonar un sentido “God save America and the Constitution”.
La baladronada, postrera y rastrera, de Trump, alentando a la gente armada a penetrar en el Congreso (Cámara y Senado) para impedir una formal y parlamentaria ratificación de los resultados que dan a Biden como holgado ganador de los Comicios del 3 de noviembre de 2020, es de suma gravedad pero de nulo alcance respecto a la validez de todo el proceso que lleva a los Demócratas tanto a presidir la Casa Blanca como a obtener mayoría en las dos Cámaras (Representantes y Senado). Es inaudito. Las imágenes hacen que alucinemos. Es el último recurso, y este ya del todo fuera de cualquier ámbito jurídico, pues los planteados (casi cincuenta según datos oficiales) ante los Tribunales han sido todos fallados contra los trumpistas; éstos no han podido demostrar fraude electoral, a pesar de los dobles, triples o cuádruples recuentos llevados a cabo con todas las garantías.
La pataleta por la papeleta en ningún caso justifica un asalto a mano armado al Parlamento. Y, más allá de una discusión interna acerca de quién tenía la competencia para impedir que ese asalto se produjera y permitiera (policías, ejércitos), lo cierto y verdad es que tal situación se ha producido, en descrédito sobre todo para el sistema democrático en todo el mundo. Si tal toma del parlamento se hubiera producido en algún país de la UE nos habrían los gringos tildado de bananeros, democracia no consolidada, proclives a extremismos antidemocráticos, de país sin respeto por las instituciones propias de un Estado de Derecho, etc. ¿No habrían congelado nuestras relaciones comerciales?
En fin, se nos dirá que acaso exageramos. Pero hay bastante de cierto, seguro, en lo que no son hoy sino conjeturas o hipótesis, surgidas a la luz de lo peor -casi- que nos podían traer los Reyes. ¡God save America and the Constitution! Nos va mucho en ello a todos, aunque estemos lejos.
Yo sufrí en vivo y en directo un golpe de Estado. Oí doscientos disparos en el Hemiciclo del Congreso el 23F 198124. Supe cómo el Rey Juan Carlos I logró conjurarlo, haciendo que todos los militares respetaran la Constitución. Analicé qué difícil es enfrentarse a gente armada y que luce uniforme que lleva aparejado el uso legal de violencia física.
Pero no deja de ser intolerable que permitan -sea quien sea- que al Parlamento accedan gentes armadas, aunque sean civiles. Miles de seguidores del perdedor Trump superaron los cordones policiales y tomaron Congreso, Senado, sus dependencias, sus despachos, el hemiciclo…
Me entra no solo indignación sino una profunda tristeza al contemplar esas imágenes. Dentro de las Cámaras armas, gases lacrimógenos, enfrentamientos entre manifestantes y la policía encargada de la custodia de los edificios. La sesión quedó interrumpida varias horas. En la ciudad se decretó el toque de queda. Washington se horrorizó. No se podía creer lo que le estaba pasando a la primera democracia del mundo.
Nada, desde el desembarco de Plymouth en noviembre de 1620 de los cien primeros puritanos procedentes de Inglaterra como Peregrinos en el Mayflower, puede tener más importancia en la historia joven de los Estados Unidos. Oficialmente hay varios fallecidos por disparo. Pero las secuelas serán muy graves, más allá de esta desdichada desgracia.
Otro dato relevante, y que da mucho de sí para hacer análisis profundos y con ópticas muy diversas, conocido desde casi el comienzo del fregado, es que al aún Presidente se le cerraron sus cuentas en Facebook, Instagram y Twiter. El todo poderoso mandatario, que hasta el siguiente 20 de enero conservaría la facultad de apretar el llamado botón nuclear, quedó sin embargo inerme ante esas medidas, que le impedían enviar otros mensajes a sus devotos seguidores.
Algo es algo. Hay contrapoderes de gran entidad y que se retiran, llegado el caso, sin pudor desde plataformas privadas. Lobis y contralobis. El poder de esas compañías es no solo de bloqueo: Twitter llegó incluso a borrar de la cuenta de Trump tres mensajes recientes que incitaban a la violencia. Todo un mundo, casi imposible de categorizar o cuantificar, en el que se realiza de facto la censura, tanto preventiva como curativa, a priori o a posteriori.
Es un dato a retener, pues la “revuelta del patoso Donaldo”, que así podríamos denominarla en términos coloquiales aunque jurídica y políticamente tendría otros títulos que llegarían incluso al mundo de lo penal, no se vio aún más alentada desde la Casa Blanca debido a ese cierre de cuentas y a la ya probada y constatada noticia de que le borraban y seguirían borrando sus incitaciones a la violencia.
A mí en particular, y con la vivencia (pocos la tienen; y -aunque ojalá no la tuviera nadie- nadie me la puede quitar; es difícil rebatirme en este campo) de haber padecido como víctima el Golpe de Estado del 23F dentro del Congreso de los Diputados, me preocupa otro extremo que es también relevante, y que no se suele tener en cuenta en estas ocasiones por prudencia (acaso, también, miedo; en todo caso, y como dice un aforismo en latín ad maiora mala vitanda, siempre so pretexto de no calentar más el ambiente), a saber, que prevalezca el principio esencial de que nada es gratis, que todos sin excepción debemos responder por nuestros propios actos, y el Estado no puede abdicar de sus función de vigilar por el cumplimiento de las leyes y su aplicación a todos por igual.
En esto no debería haber subterfugios, ni interferencias por parte de nadie. Lo cual quiere también decir que las víctimas deberían ser indemnizadas, y que de su pago respondan con su patrimonio los responsables, Trump incluido. Si para ello es necesario embargos preventivos, hay patrimonios muy visibles de los que echar mano con las debidas garantías.
(continuará)
20 HAYEK, Friedrich von, The Constitution of Liberty,
Chicago, 1960, pág. 162.
21 FRAGA IRIBARNE, Manuel, El Parlamento británico,
Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1961, pág. 54. Vid. También Antonia
FRASER, La conspiración de la pólvora, Turner, Madrid, 2022.
22 Vid. ANDRÉS SANZ, J. de, La disolución del
Parlamento de 1993: ¿un autogolpe en la transición rusa?, Cuadernos
constitucionales de la Cátedra Fadrique Furió Cerial, núm. 41, 2003. CLAUDÍN,
C., Rusia tres años después, Anuario Internacional CIDOB, 1994.
DOMINGUEZ, T., La evolución de la prensa durante la era Yeltsin, Revista
de estudios de comunicación, núm. 4, 1998.
23 Es palabra admitida en el DRAE. El “supremacismo”,
según este texto, es “ideología que defiende la preeminencia de un sector
social sobre el resto, generalmente por razones de raza, sexo, origen o
nacionalidad”.
24 Ya he citado
antes mi libro El día en que Godzilla tomó el Congreso.
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