Carreteras en el mar, por Rosa Mª Canales Cáceres
A priori el mar nos resulta un medio dinámico y movido sólo cuando vemos el oleaje batir sobre las playas o los cascos de los barcos que se divisan en el horizonte.
Tenemos la suerte de contar con uno de los lugares de la península con
más días de calma a lo largo del año. Eso nos puede llevar a pensar que, esos
días en los que la superficie marina parece un inmenso espejo salado, todo
permanece estático y tranquilo, como si fuera el reflejo de lo que transmite
esa superficie en calma. Nada más alejado de la realidad.
Por nuestro querido Mare Nostrum circulan corrientes de agua de
distinta densidad, procedentes del vecino océano Atlántico, que sirven de medio
de transporte a numerosos organismos marinos con los que tenemos la fortuna (o
no) de encontrarnos en una jornada de navegación, buceo en nuestras
privilegiadas aguas murcianas o un simple y reconfortante baño en la playa.
Gran parte de estos “autoestopistas” marinos forman parte de lo que se conoce
como plancton (del griego plagktós: errante), que es ni más ni menos que
el conjunto de organismos que viven a merced de las corrientes: desde un alga
microscópica hasta una larga medusa de varios metros de longitud. No sólo los
organismos sin apenas capacidad de natación son usuarios de estas particulares
ayudas a la navegación. Animales más grandes como peces, tortugas y mamíferos
marinos las usan para poder ir de una zona a otra del Mediterráneo o del
Atlántico, ahorrando energía y encontrando compañeros de viaje y comida.
El ejemplo más evidente que tenemos en nuestra costa es la conocida
almadraba, que todos los años se coloca en la punta de La Azohía a la espera de
numerosos individuos de melvas, albacoretas, bonitos, lechas y atunes de alto
valor económico. Todos ellos usan las corrientes que circulan cerca del cabo en
su ruta migratoria y los pescadores son conocedores de este fenómeno desde hace
decenas de años.
Uno de los grandes problemas de estos nadadores de larga distancia es
la presencia, cada vez mayor, de plásticos y distintos rastros de contaminación
en las corrientes. Al igual que el plancton se deja llevar, lo mismo pasa con
todas aquellas bolsas de plástico, colillas, envases, globos de feria y demás
deshechos que por descuido o no se depositan en playas, ramblas, paseos
marítimos… Estos acaban en su mayoría siendo comidos por aves marinas, tortugas
y algunos cetáceos (como rorcuales y cachalotes que periódicamente pasan por
nuestras aguas), pudiendo tener un fatal desenlace si les tapona el intestino o
el estómago. Es por esto que es muy importante ser responsable con nuestras
acciones en el entorno natural. Pensemos que es la casa de muchos organismos y
que no tenemos derecho a ocasionarles perjuicio por pura pereza o por despiste.
Si sentís curiosidad, tenemos la oportunidad de ver rastros de estas
largas y fascinantes corrientes si las oteamos desde lugares elevados, como el
faro de Puerto de Mazarrón, la Torre de Santa Elena en La Azohía, los
Castillitos de Cabo Tiñoso… Nos pueden parecer simples estelas de grandes
barcos, pero seguro que ahora las miraremos con otros ojos y, quién sabe, quizá
veamos a alguno de sus marinos usuarios.
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