Historias del Cantón Murciano: Cartagena sitiada (I), por Paco Acosta
En esta serie de artículos sobre
el Cantón Murciano, he ido presentando diversas escenas, más o menos
“anecdóticas”, sobre lo que ocurrió en Cartagena tras el levantamiento
Cantonal. Posiblemente en alguno de estos artículos haya predominado algún
episodio humorístico, quizás grotesco, como el de la Declaración de guerra a
Alemania, o la pretensión de los dirigentes cantonales de solicitar la adhesión
a los EEUU.
Pero la vida en Cartagena no
debió resultar, por entonces, nada tranquila.
Tras la proclamación del Cantón
Murciano, en julio de 1873, fruto de la revolución federalista y de la
debilidad del gobierno central, los partidarios del Cantón intentaron
extenderlo por las poblaciones vecinas. Esto dio lugar a la reacción
gubernamental que envió tropas a Murcia para su represión. Los cantonales se
refugiaron en Cartagena, donde estaba fondeada buena parte de la armada
española, adherida a la causa. Además Cartagena era considerada una plaza muy
bien protegida, que en opinión de algunos resultaba “casi” inexpugnable.
El gobierno central, creyó que la
revolución cantonal en Cartagena iba a “apagarse” sin necesidad de una excesiva
presión militar. Las pocas fuerzas que habían mandado a Murcia, se trasladaron
a Cartagena, a al mando del general Martínez Campos, con el objetivo de sofocar
la revolución cantonal.
Las tropas se ubicaron, a
mediados de agosto de 1873, en distintas poblaciones de alrededor, realizando
una especie de cerco no muy tupido de carácter intimidatorio, ya que no
disponían ni de efectivos suficientes ni bastantes cañones para abordar un
asalto contra la plaza.
Cartagena está formalmente
“sitiada”, pero sus habitantes seguían saliendo fácilmente para conseguir
alimentos, tanto por tierra como por mar.
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Plano del Sitio de Cartagena |
La Junta revolucionaria publicó
un bando en el que recomendaba abandonasen “la ciudad las mujeres, los
niños, y cuantas personas no estuvieran dispuestas a tomar parte activa en los
trabajos de la guerra que se avecinaban para defender el Cantón”. No podían
abandonar Cartagena los dueños de tiendas y almacenes de comestibles. Se
prohibía la salida de médicos, cirujanos y practicantes. Se impedía la salida
de caballos, armas, municiones o víveres. A las personas que abandonaron la
ciudad se les garantizó que se respetarían sus hogares y propiedades.
Los centralistas intentaron
también el bloqueo marítimo de Cartagena. El general de la armada Miguel Lobo
reunió en Alicante fuerza de ataque compuesta por los vapores Ulloa,
Lepanto, Colon, la goleta Prosperidad,
y, la fragata de madera Carmen. Muy posiblemente todos los buques
de guerra disponibles en aquel momento y, que no se hablan sumado a la
revolución. Esta escuadra se presentó frente a Cartagena el 14 de agosto de
1873, para iniciar el bloqueo.
Los cantonales tenían su fuerza
militar disminuida por la “perdida” de las fragatas Almansa y Victoria
que, en su incursión a Málaga tras el bombardeo de Almería, habían sido
apresadas por los barcos ingleses y alemanes y llevadas a Gibraltar.
No obstante, al anunciarse el
bloqueo por parte del almirante Lobo y situarse con sus barcos a tiro de obús,
fue recibido con una serie de cañonazos. Resultó alcanzado el vapor Cádiz.
Fracasado el ataque, el general Lobo inició la retirada de la flota.
La evolución del conflicto parece
captar día a día mayor interés en los gobiernos extranjeros, de forma que a
mediados de agosto de 1873, se presentan frente a las costas cartageneras
numerosos barcos de guerra procedentes de diversos países. La “información” que
se recoge el diario “El Cantón Murciano” indica que su intención es la
de contener a Prusia en sus intenciones de intervenir en la contienda civil
española.
Por su parte el general Martínez
Campos, por tierra, ante la carencia de medios, y sin posibilidad material de
efectuar un ataque, mantenía sitiada Cartagena, con un bloqueo tendente a
dificultar o impedir, en lo posible, la entrada de víveres en la ciudad y con
la pretensión de desmoralizar a las fuerzas cantonales y a mantener encerrada a
la población en su interior.
La situación de cierta libertad
de movimientos de los insurrectos por mar, les permitía con plena impunidad
realizar incursiones por la costa consiguiendo recursos y víveres.
El cerco “sin cerrar” por tierra,
con ligeros escarceos militares por ambas partes, se mantuvo hasta casi
mediados de septiembre. Las sucesivas demandas de “medios” realizadas por
Martínez Campos o no fueron atendidas o solo consiguieron una exigua respuesta
con el envío de algunos recursos adicionales.
Por su parte
los cónsules inglés y francés, reiteraron el 7 de septiembre la neutralidad de
sus gobiernos, que se mantenían expectantes y tenían a sus respectivas armadas
como observadores privilegiados del desarrollo de los enfrentamientos.
A partir de la
segunda quincena de septiembre, con la llegada de refuerzos, los centralistas emprendieron
la tarea de instalar baterías y consiguieron apretar el cerco. Comenzaron
también las tentativas, infructuosas, de lograr una paz negociada. Martínez
Campos fue reemplazado por el general Francisco Ceballos y Vargas para dirigir
las operaciones frente a Cartagena. era consciente de que los cantonales se
veían superiores por mar y que para dominar Cartagena por tierra sería preciso
un ejército muy superior en número al que disponía y que, además era precisa la
actuación de la flota, reforzada con la Victoria y la Almansa,
para bloquear la ciudad por mar. Los cantonales se valían de su superioridad en
la mar y realizaban incursiones a localidades costeras para aprovisionarse
suficientemente. La incursión a Alicante forzó a los centralistas a detraer
efectivos del cerco para acudir en ayuda de esta ciudad.
Hasta el 10 de
octubre los sitiadores fueron consolidando el cerco. Poco a poco fueron
instalando nuevas baterías en los cerros próximos donde se consideraban fuera
del alcance de la ciudad. Esto provocó un recrudecimiento de las acciones
militares. Con cierta frecuencia, se producían salidas desde la plaza para
atacar las nuevas posiciones centralistas, casi siempre sin resultados
contundentes, al ser rechazados sus ataques por las tropas del gobierno. Algunas
de estas incursiones contaron con casi mil hombres acompañados de varias piezas
de artillería.
En estos días
continuaron reforzándose los sitiadores; en el puerto de Portman establecieron
un lugar de refugio y aprovisionamiento de su flota. Podrían así preparar
futuros ataques por mar contra Cartagena. Sin embargo, en un momento en que
este puerto había quedado desguarnecido, los cantonales a bordo del Fernando
el Católico (al que habían rebautizado como Despertador del
Cantón) desembarcaron allí y se apropiaron de los víveres allí
almacenados. Dicen las crónicas que se apropiaron de cuatro faluchos doscientos
quintales de plomo, y, cuatro barcazas con patatas, cebollas, harina, salazones
y vino, que llevaron triunfantes a Cartagena.
La situación en
el interior de Cartagena va siendo cada día más precaria. Los cantonales
realizan, casi a la desesperada, sucesivas salidas, siempre rechazadas, con
intención de destruir las baterías centralistas, o al menos dificultar su
establecimiento. La población comentaba con alborozo cuando de alguna de estas
salidas se regresaba con víveres. Estas incursiones se encontraban apoyadas con
la cobertura de artillería que proporcionaban desde el fuerte de La Atalaya.
En esta fase de
los enfrentamientos es de destacar, que el fuerte de La Atalaya se constituyó
en uno de los principales objetivos de las fuerzas sitiadoras.
Entre los días
11 y 13 de octubre de 1873 se produjo el combate naval de Portman, que
transcurrió en “dos tiempos”, y por algunos ha sido considerado como un importante
punto de inflexión en el desarrollo de los acontecimientos.
(continuará)