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sábado, 5 de julio de 2025

ECO.85 CUPLIR 85 AÑOS (I)

Cumplir 85 años (I), por A. Fernández García

En esta página del número 85 de nuestra revista, y recién cumplidos los 85 años, expreso mi decisión de cesar como coordinador del club de lectura de la Universidad Popular de Mazarrón, lo que aprovecho para mirar atrás en el devenir de mi vida.

Nací el 8 de junio y supongo que me bautizaron el 13 de junio, día de san Antonio. Me dicen que era un niño hermoso; pero a los dos años debí estar entre en la vida y la muerte. Según mi madrina, que sobrevivió a mi madre, ésta no se cansó de buscar médico o curandero, como Frutos de la Venta. Sobreviví a aquella; pero parecía que no había catarro o enfermedad que no me pillara.

Oí decir que un médico, disuadía a mi madre que no me ingresara en el convento de Corias, “El Escorialín”, -donde un hermano de mi bisabuelo había sido un predicador dominico eminente-, porque no soportaría la vida conventual. Aguanté comidas escasas y ayunos, llegando a la anorexia. En las breves vacaciones en que venía a casa oía decir a mi madre, “tiene las tripas cosidas”.

Consciente de que era el único de 8 hermanos al que se daba ese privilegio, el promedio de mis calificaciones oscilaba entre notable alto y sobresaliente; mi sentido de responsabilidad obtenía el Premio en conducta.

Sobresalía en los estudios de filosofía. El eminente profesor de lógica me encargó realizar una tesina, que, eligiendo “los conceptos universales”, supuso para mí un trabajo de 200 folios en Latín. El eminente no se privó de decirme que esperaba más; creo que me sobrevaloró.

Unos flemones de muelas persistentes, de dos semanas, y mal atendidos, sin antibióticos, analgésicos, prevención de hemorragia … y 8 kms de caminata de retorno al convento fueron el principio de unos males crónicos de insomnio y gastritis. Un buen compañero, con estudios de medicina al verme llegar así y contárselo me dijo: “te has jugado la vida”. Atendía mal; mis compañeros me tenían por místico y por filósofo.

Mi salud se siguió debilitando y observé que no sólo me gustaban los libros religiosos, también los científicos. Se me exime del ayuno y se me hace ir al Sanatorio de Valdecilla a asistir a unos psicólogos. En mi cabeza están la vida austera y entregada del Padre Colunga, (del que acaban de imprimir un millón de ejemplares de su traducción bíblica), de los padres Gerardo y José Álvarez, misioneros en la selva Amazónica, nuestros ejemplos vivos en el noviciado. Aquellos psicólogos me abordan con una pregunta y una reflexión. ¿Tienes realmente vocación? Yo me manifiesto convencido por aquellos ejemplos de novicio.

Ahí viene su reflexión, que me quedó grabada de por vida. “creemos que tú deseas ayudar a los demás y violentas tu naturaleza sometiéndola a una vida monacal”. Me tomé mi tiempo de reflexión. El cambio era muy brusco. El 23 de marzo de 1963, me faltaba poco para cumplir los 23 años, salí por la puerta a coger el tren que me llevaría a Madrid, frente al mundo, tan despistado. Éramos la mayor promoción, más de 70 de futuros frailes; ya meses antes había comentado el Prior: “se nos están yendo muchos por la puerta grande”.

Ya en Madrid, acogido al domicilio de mi hermano mayor, pocas semanas después acudí, citado al convento de Atocha a firmar la dispensa de los votos. Allí me esperaban dos frailes con los que más contacto había tenido como profesores. Me insistían que me tomara algún tiempo de reflexión. Pensé que la suerte estaba echada, no cabía marcha atrás.

Me terminaron enviando la certificación de los tres cursos de filosofía aprobados con alta calificación. No sé por qué no llegué hacer uso de ella, tal vez porque empecé a trabajar como maestro o profesor en una academia en Madrid. ¿Me han servido en la vida? Dios lo sabe. Mi amigo y compañero Vespertino me ha dicho más de una vez que sí, que nos deja huella de por vida.

 

(continuará)




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